“Me niego a hacer diferencias entre cada minuto de mí mismo. No acepto el espíritu planeado”, Antonin Artaud.
Y fue así que un día -el día de ayer- desperté sobresaltado de una “peisadilla”, con esa sensación de encierro y sumisión obligada, al enterarme por los medios que por un puñado de días íbamos a ser reclusos -en mi caso de riesgo- en nuestras casas. Con el riesgo de volverme normal y de comenzar a hacer vida casera, me vi en las primeras horas del primer día de la cuarentena, husmeando por los rincones de las habitaciones, contando los pasos cual “Papillón” mientras elucubro el próximo paso a seguir para zafar de la condena, acomodando los cuadros para que estén en escala con la línea de la base del piso de cerámica, a inventar y reinventar menús a base de las pocas cosas de la alacena, con lo mínimo indispensable que tengo a mano en el refrigerador, a escuchar música y quemar las pilas de mi radio despertador tratando de maximizar la información de diferentes emisoras... Pero es así, estamos penados, y con razón. La razón es simple y sencilla, si no hay contacto, no hay contagio. Y ahora es la oportunidad de demostrarles a todos los integrantes del mundo que somos más argentinos que nunca, haciendo parecer que no somos argentinos. Es que nosotros somos así, besuqueros adictivos, acariciadores compulsivos, abrazadores profesionales, patoteros insoportables. Somos buenos estando solos, pero nos sentimos mejores en grupo. Todo lo hacemos a lo grande y con público. Copamos Brasil en un mundial y los hicimos sentir visitantes, vamos a Uruguay y decimos que es una provincia o una sucursal de la Argentina; los artistas y las bandas musicales se quedan impactados por la cálida naturaleza argentina, y ahí nos ven, en recitales multitudinarios, todos abrazados, transpirados, felices festejando la alegría de pertenecer a algo o a alguien. Somos el mejor público dicen, y se ponen la camiseta número diez y gritan lo más fuerte posible: “¡te amou aryentina!”.
Es que nosotros los argentinos, nos miramos, nos reímos, nos abrazamos y lloramos juntos sin importar el grado de conocimiento que tenemos del otro, total, sabemos que es argentino, ya con solo serlo es suficiente. Somos empáticos de nacimiento y solidarios por naturaleza.
Hoy la solidaridad tiene dos sentidos, un sentido egoísta, el de ser solidarios con nosotros mismos para protegernos del mal invisible, y al hacerlo, por decantación, le damos el sentido real y colectivo de lo que significa ser solidario, que es el de ayudar a los demás.
Y aquí me encuentro, ahora un solitario en solidario, intentando mantener a raya mi cabeza loca, tratando de no darme demasiada cuerda con la mente -que de cuerda poco y nada-, asumiendo mi condición de paciente de riesgo, de adulto mayor de la franja etárea que comprende a las personas que deberían cuidarse más que otras del maldito corona virus.
Mi cabeza loca se dispara inquietante, como siempre, con esa extraña forma de mutar las desgracias en oportunidades risueñas, de jugar con los momentos críticos y serios para convertirlos -sin escalas- en fantasía y risa espontánea, la posibilidad nunca perdida de poder reírnos de nuestras propias miserias para superar las crisis y las tristezas que nos acogen, así, sin vaselina.
Es nuestra manera de ser. Es el ser argentino que es mixtura de la fatalidad del español, el exagerado modo de los tanos, la sutil irreverencia de los judíos, el empuje de los gringos sajones y todo bien sazonado con la exclusiva viveza criolla.
¿Qué haríamos?, ¿cómo soportaríamos nuestra terrenal existencia si no tuviéramos el chiste fácil en los velorios, o el guiño cómplice en la desgracia propia o ajena?
Es que el humor es nuestro salvavidas. Hay humor del bueno en el baile irreverente y la morisqueta permanente de Guido Orefice, el personaje de Roberto Benigni en “La Vita é Bella”. Es Charles Chaplin dictador disfrazado de Hitler bailando despreocupadamente mientras juguetea con un globo terráqueo inflable; es la carcajada reprimida de los soldados romanos en el gag de “Pijus Magnificus” de la hilarante y antológica “Life of Brian” de los Monty Python’s; son los memes que circulan de a miles tomando en chiste la desgracia que en el mundo está matando a miles.
El humor salva, incluye y construye.
Entre tanta infodemia (información trucha sobre la pandemia) y decretos que son fakes, entre tantos titulares en rojo incendiario y trompetas apocalípticas, entre tantos videos y consejos aparentemente reales de médicos y pacientes de otros países reales, entre tanto periodismo exaltado y tantas personas con miedo; entre tantos dimes y diretes, entre tanto drama y tanto pesar, los argentinos, nosotros, le ponemos gracia a las desgracias... de nada.
Hay estudios serios sobre la risa, y se sabe que la risa cura el alma, está comprobado científicamente las bondades de la risa. La sociedad se ríe a su manera. El humor a veces se manifiesta en sentido costumbrista, a veces racial, a veces políticamente incorrecto, infantil, etc. El humor redefine a una sociedad, vale como ejemplo los “stand up” norteamericanos, donde nos quedamos con cara de piedra preguntándonos de que se ríen o a quién se refieren, ya que está inundado de nombres propios y de situaciones que nos son ajenas. Aunque si bien el humor es universal, cada pueblo tiene su idiosincrasia y su humor se refleja a su manera, y lo que les causa risa a unos, les causa repulsión o indiferencia a otros. Pero de algo estamos seguros, la risa y el buen humor contagian.
En esta época de contagio mortal, contagiémonos con el más mortal de los sentimientos, riámonos de la muerte y la calamidad. En estos aciagos días, busquemos un buen libro, una buena película. Disfrutemos solos o acompañados de saber que estaremos haciendo las cosas bien para el bien común y el propio. Y no dejemos de reírnos, porque como dijo Chaplin: “Ríe y el mundo reirá contigo; llora y el mundo, dándote la espalda, te dejará llorar”.
Estamos penados, y con razón. La razón es simple y sencilla, si no hay contacto, no hay contagio. Y ahora es la oportunidad de demostrarles a todos los integrantes del mundo que somos más argentinos que nunca, haciendo parecer que no somos argentinos.
Es que nosotros somos así, besuqueros adictivos, acariciadores compulsivos, abrazadores profesionales, patoteros insoportables. Somos buenos estando solos, pero nos sentimos mejores en grupo. Todo lo hacemos a lo grande y con público.