Por Juan Manuel Cozzi (*)
Las alertas fueron varias. Pero hoy el mundo corre desesperadamente por detrás del coronavirus en lugar de haberse alistado para anticiparlo.
Por Juan Manuel Cozzi (*)
Un mundo en riesgo. Así se denominaba un informe elaborado durante 2019 por el Consejo para Monitorear la Preparación Global - GPMB por sus siglas en inglés- para el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. El mismo establecía que una pandemia era posible y que había que prepararse. Definiendo muy claramente el concepto de preparación como la capacidad, que incluye conocimiento y organización, de los gobiernos, las comunidades profesionales, las sociedades y los individuos de “anticipar, detectar, responder y recuperarse del impacto de una probable, inminente o real emergencia en salud”.
No obstante, la mayoría de los gobiernos desoyó estas advertencias. Todos sabían que invertir en prevención y organización es mucho más barato que el costo de una tragedia. Eso, naturalmente, sin hablar de los muertos. Pero no invirtieron ni se organizaron. Las alertas fueron varias. Pero hoy el mundo corre desesperadamente por detrás del coronavirus en lugar de haberse alistado para anticiparlo. ¿Era fácil hacerlo? Seguramente no. Taiwán, Corea del Sur, Singapur, los países que más eficazmente contienen el virus aprendieron luego de experiencias traumáticas con otras epidemias, un antecedente que no todos comparten. Esos países reorientaron recursos, rehicieron sus áreas de investigaciones de enfermedades, adaptaron planes de contingencia de emergencia, aumentaron su personal y pusieron la tecnología al servicio de la ciencia para detener cualquier virus antes de que estalle.
En otras partes del mundo.
Esta pandemia, que se inició en Asia, tiene actualmente su epicentro en Europa, con resultados hasta ahora pavorosos para países como Italia y España -todo indica que reaccionaron tarde-, o de “pronóstico reservado” en cuanto al impacto final, para Inglaterra, que pasó de un no intervencionismo a la paulatina toma de conciencia y recomendaciones de aislamiento de acuerdo a un documento elaborado por el Imperial College of London.
Las alarmas ya comenzaron a sonar con fuerza en nuestra región. EE.UU. expone serias falencias de su sistema de salud -una buena parte de la población no tiene seguro médico, y no existe en muchos estados la licencia paga por enfermedad- que se ve agravado por falta de respuesta gubernamental ante el negacionismo de su presidente. Situaciones similares ocurren en Méjico y Brasil donde también sus presidentes subestiman el “poder de fuego” del virus, y alientan las concentraciones populares, pese a que casi la totalidad de los países latinoamericanos reportan un número importante de personas contagiadas mientras las cifras crecen rápidamente.
Estado 1, Globalización 0
Ahora se revaloriza el papel del Estado en el funcionamiento básico de la sociedad y retrocede el discurso del libre mercado, la desregulación y la privatización de servicios esenciales para la población, como el de la salud pública. La mayor parte de los gobiernos del mundo se lanzó a salvar la salud, la economía, los sectores desprotegidos, las empresas, con un nivel de intervención propio de tiempos de guerra. ¿Volverán el espacio público, lo comunitario y el Estado como ejes vertebradores de la sociedad?
Alerta y vigilante, el Estado argentino está activo en todos lados: en las rutas y calles con el riguroso control del aislamiento; en las fronteras con la militarización; en el comercio con el control de abastecimiento de productos básicos; en el empleo con eximiciones en el pago de contribuciones patronales a los sectores más afectados por la crisis; en la economía con instrumentos de recuperación y estímulo inéditos para la producción de equipamiento tecnológico.
Su presencia es hoy total y necesaria, ningún otro actor podría reemplazarlo en la emergencia que se libra en demasiados frentes distintos a la vez. Pero el éxito de la renovada aprobación y de la revalorización del Estado dependerá también del resultado de esta guerra y del logro en la mitigación de las consecuencias económicas que inexorablemente tendrá sobre los sectores informales y más vulnerables. Asimismo, de la generación de nuevos liderazgos basados en la construcción de consensos.
El gobierno nacional, parece haber comprendido la gravedad de la situación, las últimas medidas adoptadas dan cuenta de ello. La declaración de la cuarentena obligatoria es una consecuencia de esa comprensión que, para ser exitosa, exige conducta ciudadana de cada uno de los habitantes. Hasta ahora la respuesta de la sociedad está siendo positiva, aunque subsiste una franja que parece querer desafiar estas medidas y sólo acata bajo el rigor de la ley.
Mensajes de diálogo y acuerdos demuestran toma de conciencia por parte de la dirigencia política. Hubo convocatorias a los bloques de la oposición y a gobernadores para explicar y poner a consideración futuros planes de acción, ante la crisis. Acompañamiento y respaldo, fueron los resultados. Aires de unidad se respiran en estos momentos. ¿Persistirán después de la pandemia?
La desinformación también es un virus. Partimos de considerar que prevenir, evaluar y gestionar los riesgos, así como comunicarlos a todos los actores involucrados y fomentar su participación, se tornan acciones indispensables en las actuales sociedades altamente mediatizadas, donde la centralidad de la gestión de riesgo por parte de las organizaciones gubernamentales constituye un elemento crucial.
La aplicación de una comunicación efectiva es imprescindible para obtener cambios en las actitudes, acciones y políticas frente al riesgo de desastres. Para ello la comunicación del riesgo debe estar siempre presente.
Así, desde la comunicación gubernamental los gobiernos se orientan a disminuir el riesgo de la población y generan capacidades en la audiencia a fin de que disminuyan las vulnerabilidades existentes.
La comunicación siempre prevalece
Por otra parte, este paréntesis en nuestras vidas que durará quién sabe cuánto, cambia nuestras rutinas y formas de relacionamiento. El aislamiento nos lleva a “descubrir” aspectos de la vida cotidiana relegados a causa de la vorágine en la que estamos inmersos -padres y madres compartiendo tiempo y jugando con sus hijos, vecinos solidarios con adultos mayores que viven solos- y también nos ayuda a encontrar espacios de introspección y a adoptar hábitos saludables. Pero además nos hace reflexionar sobre la necesidad del contacto con el otro. Nos lo muestran videos que recibimos en nuestros dispositivos, con imágenes de Europa donde vemos vecinos que salen a los balcones para comunicarse y darse ánimo aplaudiendo, cantando y realizando ingeniosas actividades en conjunto.
Hoy el desafío es detener el virus y sus devastadoras consecuencias, pero también aprender sus lecciones. Porque, una vez acabada la crisis, surgirá el desafío de repensar el orden mundial y su escala de valores y, dentro de ello, enfocarnos en qué hacer con otra amenaza sobre la cual suenan y resuenan las alarmas: el cambio climático. Porque, ya nos dimos cuenta a la fuerza de qué sucede cuando ignoramos las advertencias de la ciencia.
(*) Politólogo. Magíster en Gestión de la Comunicación en las Organizaciones. Director de la Especialización en Comunicación Corporativa e Institucional en la Universidad de Concepción del Uruguay. Autor del libro: “La ubicuidad del riesgo. Gestión de la Comunicación en contexto de catástrofes”.