Por Carolina G. Betique (*)
Una expresión verbal es siempre una acción social: está orientada a interlocutores específicos y el hablante espera ser comprendido de determinada manera.
Por Carolina G. Betique (*)
Si el aislamiento físico, preventivo y obligatorio se levantará, en principio, el lunes 13 de abril, ¿por qué el presidente Alberto Fernández no mencionó la fecha en su mensaje del domingo a la noche? “Vamos a prolongar la cuarentena hasta que termine Semana Santa”, prefirió anunciar. Con el país alerta, hay razones para pensar que la omisión fue sugerida por los asesores que ubicaron el envase de alcohol en gel en el primer plano de la grabación.
Saber usar las palabras de forma estratégica es una habilidad a veces subestimada. El lenguaje es crucial para interpretar lo que nos rodea y, en una situación crítica, un término puede inducir el pánico y otro dar sensación de seguridad. En tal sentido, son evidentes las diferentes emociones que suscita leer o escuchar que la coyuntura es presentada como “pandemia”, “emergencia sanitaria”, “escenario actual” o “amenaza global”.
Una expresión verbal es siempre una acción social: está orientada a interlocutores específicos y el hablante espera ser comprendido de determinada manera. En los discursos masivos, la audiencia interpelada puede variar de un momento a otro. Para marcar los cambios, se emplean distintos recursos, desde el léxico hasta gestos y entonaciones.
Así, al dirigirse a los habitantes de “los barrios más pobres” del país, el mandatario lo hizo con una postura corporal cerrada y un tono fraterno. Ello contrastó con los brazos abiertos —cual Estado proteccionista que todo lo abarca—, la mirada altanera y la voz firme con los que amenazó a “los que despiden gente” en este momento.
Además, un estudio realizado por dos psicólogos israelíes, Amos Tversky y el Nobel de Economía, Daniel Kahneman, demostró que el cómo se dice lo que se dice es decisivo para su aceptación o no.
Según un artículo publicado en febrero en The New York Times, los investigadores propusieron la situación hipotética de que ante una enfermedad inusual y potencialmente letal para 600 personas, se podía elegir entre dos tratamientos: uno que garantizaría la vida de 200 ciudadanos y otro que tenía 33% de probabilidades de salvar a todos y 67% de no funcionar en ninguno. El 72% de los consultados eligió la primera opción. Cuando se planteó que en esa alternativa sólo morirían 400 pacientes y en la otra había un 33% de chances de que nadie falleciera y un 67% de que todos lo hicieran, la tendencia se revirtió. El 78% prefirió lo segundo. No había diferencias matemáticas.
Entonces, vale la pena detenerse en cómo a partir de la misma base de datos se pueden brindar varias versiones de la realidad. Un reporte diario de casos confirmados permite afirmar: “820 argentinos contrajeron coronavirus”; “Sube a 22 la cifra de muertos por Covid-19”; “570 personas están infectadas”; “Ya se recuperaron 228 contagiados”. Qué información se asimila condiciona la experiencia de cuarentena.
La fecha
Al soslayar la fecha precisa, Fernández edulcoró la toma de conciencia de cuánto faltaba hasta ella. Dado que la nueva etapa comenzó en la primera jornada del mes, hubiera sido inmediata la asociación: “Todavía quedan 12 días”. El efecto podría haber resultado nocivo para quienes en verdad están sufriendo el aislamiento con ansiedad y miedo, así como para los aburridos sin responsabilidad social que inventan excusas para abandonar sus hogares.
La postergación era previsible y estamos bombardeados con información sobre la importancia de evitar salidas y viajes ociosos. No obstante, no habrán faltado planes de vacaciones para el feriado de Semana Santa. Aunque para millones de ciudadanos el movimiento normal de turistas implique ingresos económicos, el mensaje fue “este año no se puede”.
Ahora bien, el presidente pudo referir sin reservas al lapso cristiano que va desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección porque ese es un saber extendido en nuestra cultura. Más allá de la diversidad religiosa que hay en la Argentina —incluida la comunidad judía que desde el miércoles 8 celebrará sus Pascuas, el Pésaj—, las festividades católicas como la Navidad o el día de Inmaculada Concepción de la Virgen, determinan las agendas.
Como ya es costumbre, el jefe de Estado aprovechó la ocasión para sumar puntos con la Iglesia. Dijo “Semana Santa” con la certeza de que el periodismo titularía con esa cita. Mencionó la conveniente coincidencia con el Papa en que “nadie se salva solo”. Nombró su reunión con los curas villeros antes que las mantenidas con intendentes del conurbano. Insistió con la metáfora de la “casa común” popularizada por el pontífice.
Por otra parte, las personas afianzan la fe en lo trascendental en momentos de vulnerabilidad y con el coronavirus las prácticas religiosas se multiplicaron. En ese marco, una solemnidad espiritual en boca del presidente, se torna más significativa que “12 de abril”, aun para quienes no comparten el credo de referencia.
Dicen que en mayo todavía estaremos batallando contra el virus. Ojalá que no. Tal vez Fernández pueda darse el gusto de parafrasear a Raúl Alfonsín. Con alguna frase de Perón mediante, gritaría: “Compatriotas, Felices Pascuas, la curva de contagio ha depuesto su actitud y hoy podemos todos dar gracias a Dios, la casa está en orden”.
(*) Téc. en Comunicación Social