“Mis contribuciones musicales son mínimas, sobre todo en comparación con las de mis compañeros. Yo soy un lastre en este sentido. Hasta la trompetista que tengo que tocar me cuesta muchísimo.” Marcos Mundstock.
Descatalogando mis sueños en estos días septillizos, en que mis jornadas son tan similares, hasta inclasificables por su idéntica apariencia, voy desandando los días de esta densa monotonía diaria intentando no repetir lo hecho anteriormente. No es un ejercicio fácil en mi tan acotado mundo de cuatro paredes. Ya de por sí, vivir en un departamento, achica en demasía la restricción a la libertad de movimiento y horada indefectiblemente mi ímpetu de sempiterno paseante. Enjaulado en las paredes de mi hogar, voy acomodando y desacomodando arbitrariamente todo lo que es movible; los libros, las revistas y todo aquello que tenga la propiedad, justamente, de mueble (que se puede mover o trasladar de un lugar a otro), no importa si son solo un par de centímetros o si pasa directamente y sin escalas de una sala a la otra, la cuestión es darle movimiento a las cosas y una apariencia diferente a lo que me rodea, que no es mucho, pero tampoco poco.
La idea es mantenerme ocupado, de poner los huesos y la cabeza en acción, en tiempos de guardar la compostura en la descompostura global en la que estamos inmersos hasta el cuello.
Los comportamientos individuales y la dinámica de las relaciones sociales dieron un vuelco drástico, muchos dieron un giro de 180º (los que tomaron otro rumbo), otros de 360º (los que se encontraron a sí mismos) y algunos otros oscilan por la gradación que es medida por el termómetro según la calentura. En estos días la calentura tiene dos grandes corrientes, el que se calienta por bronca y el que se calienta por el sexo. Los que se sienten calientes por la bronca son aquellos que no están de acuerdo por ninguna de las medidas tomadas por el gobierno; porque no pueden trabajar libremente; porque no se puede llegar con el pago de las obligaciones; porque su empresa, comercio o emprendimiento está paralizado desde hace un mes y no puede cubrir los costos, porque no pueden realizar las actividades usuales así sean de índole deportivas, recreativas, sociales, etc. En este tipo de calentura los sentimientos de abandono e impotencia, la sensibilidad y la frustración están a flor de piel, desconociendo que estamos viviendo algo extraordinario, fuera de lo común, que somos nuevos en esto de parar la máquina que creíamos funcionaba a la perfección (los engranajes, no cualitativamente). Nos acostumbramos a que las cosas, bien o mal, funcionen.
Me llega a la cabeza la letra del tango “Desencuentro”, letra de Cátulo Castillo, mi cabeza reproduce la voz del “Polaco” Goyeneche... “Estás desorientado y no sabés qué ‘trole’ hay que tomar para seguir. Y en este desencuentro con la fe, querés cruzar el mar y no podés”... Estamos desorientados, perdidos en nuestras casas, no podemos tomar ningún medio de transporte y mucho menos cruzar el mar. Nuestras ansias de hacer algo tan trivial como ir de paseo, a pescar, jugar un numerito a la quiniela, o tomar un café para encontrarnos con nuestros amigos, se transformaron en programas imposibles, parecen tan lejos en la memoria y mucho más lejos en el deseo de que puedan volver a ser parte de la cotidianeidad. Tan urbana, tan lejana.
Así como los animales vuelven a mostrarse y a ocupar los lugares que siempre les pertenecieron, nosotros empezamos a buscar nuevas formas y modos de adecuarnos a nuestra nueva realidad, y allí es donde aparece el sexo, la segunda calentura.
Más turbados que nunca ante la pandemia, y con la posibilidad que nos dan las nuevas tecnologías para adecuar el sexo en la lejanía corporal, los seres más o menos humanos tuvimos que ponernos manos a la obra y reflotar antiguos amores solitarios acompañados por nuevos amores que la tecnología nos supo acercar.
El Ministerio de Salud, en palabras del Ministro Ginés González García, recomendó hace unos días: “El lavado de manos con agua y jabón después de tener relaciones sexuales, sexo virtual o masturbarse es más importante que nunca.” Puso de manifiesto el boom que se está dando con respecto a la sexualidad del mundo en tiempos del COVID 19.
Por la televisión, Skype mediante, desfilan psicólogos, sexólogos, sociólogos e infectólogos dan clases de cómo mantener una sexualidad saludable, con una serie de variopintos ejemplos nos hablan de la sexualidad en parejas estables que están juntas, en parejas estables que quedaron separadas por la pandemia, en parejas de amantes que quedaron separados, en solitarios y en cibernautas cachondos. Quizás una de las palabras que con más frecuencia se escucha en boca de periodistas avezados especialistas en coronavirus, y en médicos especialistas, es la palabra “Sexting”, que no es ni más ni menos que el sexo virtual, donde, a través de los medios disponibles, se produce un intercambio sexual consistente en videos, palabras, fotos y cualquier material sexual que involucre a los interesados o desde plataformas sexuales. Todo es válido, computadora, notebooks, celulares, tablets o cualquier aparato que tenga conexión a Internet. No solo es sano, dicen los especialistas, también contribuye a la fantasía y alimenta el deseo de quien la pone en práctica. Lejos quedaron las ardientes y ambiguas cartas de amor de nuestros abuelos, mucho más lejos quedaron las lecturas de libros prohibidos como “Memorias de una Pulga”; “Las 120 jornadas de Sodoma” o “Memorias de una princesita rusa”, solo por nombrar los más reconocidos.
Gracias al nivel tecnológico con el que contamos, podemos decir que nuestra sexualidad está a salvo y que con el poder de las comunicaciones remotas, hoy cada individuo que practica el sexo a distancia puede llegar a sentirse un/a Porn Star, claro, foto o video mediante, por no estar.
En este tipo de calentura los sentimientos de abandono e impotencia, la sensibilidad y la frustración están a flor de piel, desconociendo que estamos viviendo algo extraordinario, fuera de lo común, que somos nuevos en esto de parar la máquina que creíamos funcionaba a la perfección.
Es válido cualquier aparato que tenga conexión a Internet. No solo es sano, dicen los especialistas, también contribuye a la fantasía y alimenta el deseo de quien la pone en práctica. Lejos quedaron las ardientes y ambiguas cartas de amor de nuestros abuelos, mucho más lejos quedaron las lecturas de libros prohibidos.