Entre tantos rubros y profesiones que tenemos en nuestra provincia –también en el país, claramente-, hay uno en particular que tiene a pocas personas preparadas mentalmente para hacerlo. O quizás, mejor dicho, uno no muy taquillero. Es raro que alguien se desespere por conseguirlo. Pero juzgar por gustos o necesidades, no es el fin de esta historia.
Lo cierto es que las personas mueren, que a los muertos hay que darle cristiana sepultura y a veces, hacer “reducciones de cuerpos”, como se dice en la jerga. Eso me lo contó Leo, el “Ñato Krenz” para los amigos, desde su lugar de trabajo: el cementerio de Elortondo.
Pablo Rodríguez
Foto: Pablo Rodríguez
Tiene 50 años, 6 hijos y es separado. No anda de traje negro ni hace el “Baile del ataúd” como los muchachos virales del África. Viste de naranja y cuida los pelos que le quedan en la cabeza con una gorra. Por nada se la saca, salvo para las fotos que le pido para ilustrar la nota.
Está de buen humor. Con el cigarrillo en la mano y la pala colgada del hombro, me lleva a recorrer los pasillos del cementerio, casi como si fuera un tour para alumnos de escuela primaria. Me señala por ejemplo la tumba de una celebridad, el Campeón del Mundo de Boxeo, Miguel Ángel “Lita” Cuello; los panteones para socios de los clubes; o la última fosa que le tocó cavar.
“Acá por ejemplo vamos a poner a una persona carenciada, sin familia”, me cuenta señalando el pozo. “Mirá, los peludos vienen a esconderse todo el tiempo”, agrega mientras con la punta del borceguí mueve la tierra de la cueva que los animales hacen y que a él le toca acomodar. Es que a diferencia de lo que pasa en las ciudades, en los pueblos del interior los cementerios se encuentran alejados de las zonas urbanas y casi siempre, rodeados de campo.
Un día normal en la oficina
Hace más de dos años que entró por la puerta del cementerio para encargarse de su mantenimiento. Lo hizo durante el gobierno del ex presidente comunal, Mario Crelia, que fue quien se lo propuso. Ahí llegó pedaleando en su bicicleta curtida por el maltrato, para debutar exactamente en el día de la madre 2017.
“No entendía mucho ni tenía idea de cómo se trabajaba en un espacio así. Pero me gustaba la propuesta. Yo no lo esquivo al trabajo. Hago de todo. Acá aparte de enterrar a las personas o hacer reducciones, me toca cortar el pasto, pintar o lavar con la hidrolavodora. El lugar siempre tiene que estar en condiciones”.
Asegura que no le da miedo en lo absoluto trabajar ahí. Es tanto el acostumbramiento, que se anima a quedarse a dormir una noche. Algunos lo desafiaron en serio y en broma, pero nunca sucedió. Aunque si está preparado.
Además de cavar pozos, pintar o barrer, tiene otras memorias para convidar. Pero estas, tienen más que ver con los mitos populares y las historias que alguna vez, seguramente oímos. Creer o no, queda en cada uno. Eso, claro está.
Pablo Rodríguez
Foto: Pablo Rodríguez
“Cosas extrañas me pasaron dos, casualmente para el Día de los Muertos -2 de noviembre-. Al terminar las visitas, eran como las 11 de la noche y cuando ya nos estábamos acomodando para irnos, un compañero me pegó el grito asustado porque vio ‘algo’ caminando en un pasillo. Lo convencí de ir a recorrer, para ver quien andaba y vimos a una persona vestida de negro de espalda. Pero solo eso. Después desapareció en la oscuridad”, contó.
“Y al año siguiente –continuó-, para la misma fecha, otra cosa rara. Cuando me estoy por ir a mi casa, encuentro en una tumba como una especie de ofrenda a ‘San La Muerte’. Lo primero que hice fue llamar a Omar Lambertucci, que es capataz de la Comuna. Y después apareció el cura del pueblo. El Padre primero me dijo que no toque nada, que me aleje. Él se puso a rezar en una lengua rara –supone que latín- y me ordenó quemar todo. Después de eso, me pasé una semana enfermo, descompuesto. Todas las cosas me salían mal. Se lo comenté a varios conocidos y me dijeron que en vez de quemarlo, a ‘San La Muerte’ hay que enterrarlo. Quien sabe que me tocará este año”, describió.
Este trabajo, es como el del médico del pueblo: “Si pasa algo –una persona muere-, tengo que estar listo. El día que sea a la hora que sea. Hay que hacerlo sí o sí”. Por eso, para su familia, ya es algo normal y no andan detrás del misterio o el asombro. Para algunos amigos, la cosa es diferente: “Hay que estar en tu lugar, no es para cualquiera trabajar en un cementerio”, dice que escucha seguido. E insiste: “Yo estoy orgulloso de mi trabajo. Y lo volvería a elegir. No me asusto ni nada, porque miedo como dice el dicho, es con los vivos, no con los muertos”.
Queda confirmado que el “Ñato” hoy nos lleva ventaja: sabe de dónde venimos y cómo terminamos. La última “palada”, la tiene él.