Por María Teresa Rearte
En este mundo vivimos y en él necesitamos comunicarnos con Dios. Pero ¿cuál es el lugar para encontrarnos con Dios? Desde una perspectiva de fe sabemos que ese lugar para los cristianos católicos es la Iglesia. Y que en lo personal y existencial es el propio corazón. Por eso la vuelta a sí ha sido la recomendación.
Por María Teresa Rearte
El mundo en el que vivimos está atravesado por la cultura de la disipación. Ruido y estruendo han invadido todo. A tal punto que Pablo VI decía que es “una fiebre que se infiltra incluso en el santuario y la soledad”. Lo que recuerda qué fácilmente se interpreta la Eucaristía como una fiesta; pero se olvida (¿o se ignora?) que es un sacrificio. “Estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su Pasión: ‘haced esto en memoria mía’” (1Co 11, 24-25), dice el Catecismo de la Iglesia Católica.(1356) El que añade: “Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio.” (o.c. 1357)
MUNDO E INTERIORIDAD
Este mundo con flores de un día que pronto se descartan, hace que se cierre el camino hacia sí mismo. E impida ver la realidad y toda la verdad. En ese contexto sugiero descubrir la interioridad, de la que con razón se dice que es “un valor en crisis”. No obstante, en este mundo vivimos y en él necesitamos comunicarnos con Dios. Pero ¿cuál es el lugar para encontrarnos con Dios? Desde una perspectiva de fe sabemos que -con un sentido universal y sacramental- ese lugar para los cristianos católicos es la Iglesia. Y que en lo personal y existencial es el propio corazón. Por eso la vuelta a sí ha sido la recomendación de todas las escuelas espirituales.
“No salgas de ti, en tu interior habita la verdad”, decía San Agustín. Sin embargo, la gran tentación de la época moderna es la exterioridad. Por lo que importa añadir que el mismo San Agustín decía que “en la interioridad del hombre habita Cristo.”
Abunda en nuestro tiempo otra gran tentación. La de pretender mostrar la incomprensibilidad de Dios. Lo que en el fondo supone tanto como negarle. Este empeño adquiere múltiples e insistentes aristas.
EL CONFINAMIENTO
Con relación al confinamiento son las monjas y monjes los que mejor pueden exponer. “El confinamiento es un aprendizaje, hay que habitar el tiempo, vivirlo en el instante y no que fluya de forma informe”, decía un monje de la abadía de Saint Wandrille en Francia. Y añadía que “en la vida de los monjes, es bastante fácil implementar esto con la ayuda de una vida marcada por el ritmo de los oficios. Dios se da en el instante, ¡incluso en tiempos de crisis!”. Y señala que el “pilar de la vida confinada es la disciplina. ¡Qué distinto del confinamiento de las ciudades!”. Justo el punto débil de nuestras ciudades es el individualismo y la indisciplina. “Paradójicamente, afirma el monje citado, un tiempo de confinamiento puede ser un tiempo de dispersión y de ansiedad, sobre todo por las redes sociales, que consumen tanto tiempo.”
Se podrá argumentar que el hombre es un ser social. Y que es saludable cultivar la sociabilidad. Por eso quiero recordar que, “después de haber confesado ‘la Santa Iglesia Católica’, el Símbolo de los Apóstoles añade ‘la Comunión de los Santos’” (...) “Por lo que podemos preguntarnos ¿qué es la Iglesia? El Catecismo de la Iglesia Católica responde que “la Comunión de los Santos es precisamente la Iglesia.” (946) La Comunión de los Santos significa: la “comunión de las cosas santas” y la “comunión entre las personas santas”. (CIC 948) La comunión de los bienes espirituales comprende -precisamente- la comunión en la fe, que no es otra que la fe de la Iglesia, de la que el confinamiento no priva. A lo que no podemos acceder en este tiempo es a la celebración de la Misa y de los sacramentos cristianos. Por lo que conviene recordar -con relación al Sacramento de la Penitencia- que entre los actos del penitente la doctrina católica considera la contrición. “Es un dolor del alma y una detestación del pecado cometido, con la resolución de no volver a pecar.” (CIC 1451). La contrición “cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, (...) se llama contrición perfecta (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental.” (CIC 1452) La contrición que llamamos imperfecta (o atrición) proviene de considerar la fealdad del pecado, o el temor de la condenación eterna, etc. Por sí misma no alcanza el perdón de los pecados graves. Pero dispone a alcanzarlo por medio del sacramento de la Penitencia. (Cfr CIC 1453) De lo expuesto se deduce la conveniencia de ejercitar la contrición perfecta. Así como de hacer la comunión espiritual al seguir la transmisión de las celebraciones litúrgicas.
EL CASTILLO INTERIOR
En el año 1577 Santa Teresa de Jesús escribió su obra “El castillo interior”. En la que se refiere a la estructura de un castillo con siete moradas, como imagen de la interioridad del hombre. E introduce el símbolo del gusano de seda que renace mariposa, para describir el paso de lo natural a lo sobrenatural.
En la obra destaca la importancia esencial de la oración en la vida cristiana. Dice que rezar significa “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama.” (“Vida”) Esta idea de la santa coincide con la definición dada por Santo Tomás de la caridad teologal, como un tipo de amistad del hombre con Dios, que tuvo la iniciativa de ofrecer su amistad al hombre.
Jesús renovó la espiritualidad de las prácticas exteriores del culto y el ritualismo. Y puso de relieve la relación íntima con Dios. Para lo cual recurrió a la mención de lo “secreto”. Y aludió al “corazón”, donde tiene lugar el encuentro del hombre con Dios. Pero donde el llamado a la interioridad encuentra su motivación más sobresaliente es en la doctrina de la inhabitación de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo en el alma del bautizado.
CIC: léase Catecismo de la Iglesia Católica.