Por Claudio H. Sánchez (*)
Estos días de pandemia y cuarentena han despertado un interés especial por cuentos y novelas donde las enfermedades infecciosas son protagonistas. Como el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, o Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. Incluso películas, como Doce Monos, dirigida por Terry Gilliam.
En ese sentido, un ejemplo notable de relato en el que las enfermedades contagiosas juegan un papel importante es La guerra de los mundos, la novela del inglés H. G. Wells publicada en 1898. Allí los marcianos invaden la Tierra y destruyen todo a su paso, hasta que caen víctimas de enfermedades propagadas por microorganismos contra los que no habían desarrollado defensas.
La guerra de los mundos está contada en primera persona por un testigo de la invasión que comienza describiendo a Marte como un planeta más chico que la Tierra, más lejos del Sol y, por lo tanto, más cercano al agotamiento de sus recursos naturales. En esas condiciones, la Tierra era vista por ellos como una fuente de recursos que podría ser invadida y conquistada. Nosotros, sus habitantes, seríamos para ellos tan poco importantes como los monos son para nosotros. En ese sentido, La guerra de los mundos funciona como una metáfora crítica al colonialismo. En la segunda mitad del siglo XIX, las potencias europeas (Inglaterra principalmente, pero también Francia, Bélgica o Italia) conquistaron territorios en África y el sudeste de Asia para apropiarse de sus riquezas, usando su tecnología y sus armas sin ninguna consideración hacia los nativos o sus derechos. La misma falta de consideración que los marcianos muestran hacia los humanos, a quienes exterminan con armas como el destructor “rayo candente” o el tóxico “humo negro”.
La idea de Marte como hogar de una civilización tecnológicamente avanzada nace, posiblemente, de un error de traducción. En 1877, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli observó sobre la superficie de Marte depresiones o surcos a los que llamó “canali”, canales en italiano. Cuando los descubrimientos de Schiaparelli fueron publicados en el mundo angloparlante, la palabra canali fue traducida por canals que, en inglés, se aplica específicamente a canales construidos por el hombre, en oposición a los canales naturales o “channels”. Así, el canal de Panamá o el canal de Suez son “canals”, mientras que el canal de la Mancha es un “channel”. Si los canales vistos por Schiaparelli eran “canals”, eso implicaba una ingeniería marciana muy desarrollada.
Uno de los principales promotores de la existencia de estos supuestos canales artificiales fue el norteamericano Percival Lowell, que publicó mapas detallados de lo que consideraba una red de canales construidos para llevar agua desde las zonas polares de Marte hasta los centros poblados. Posteriores observaciones, con mejores instrumentos, demostraron que estos canales ni siquiera existían y que fueron producto de errores de observación con los primitivos telescopios con los que contaban Schiaparelli y Lowell.
Una vez llegados a la Tierra, los marcianos avanzan destruyendo y matando hasta que, inexplicablemente, al cabo de tres semanas comienzan a caer muertos. Tal como dice el narrador: “destruidos por las bacterias de la corrupción y de la enfermedad, contra las cuales no tenían defensas [...] derrotados por los seres más humildes que Dios, en su sabiduría, había puesto sobre la Tierra”.
La guerra de los mundos es especialmente conocida por la adaptación radiofónica que hizo Orson Welles en 1938. Fue tan realista que muchos oyentes la tomaron en serio, causando escenas de caos y pánico en distintas ciudades de Estados Unidos. Fue probablemente, el primer ejemplo de “fake news”. Tuvo también diversas versiones en cine. Las más conocidas son las de 1953, dirigida por Byron Naskin y con Gene Barry y Ann Robinson en los papeles principales, y la de 2005, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Tom Cruise y Dakota Fanning.
Casi un siglo después de La guerra de los mundos, el papel de los virus como salvadores de la humanidad ante una invasión se repitió en Día de la Independencia, la película de 1996 dirigida por Roland Emmerich, y protagonizada por Jeff Goldblum y Will Smith. Aquí los extraterrestres vuelven a ser derrotados por un virus. En este caso, un virus informático que hackea sus sistemas de defensa.
(*) Docente y divulgador científico