Por Carlos Pauli
Bicentenario del fallecimiento de Manuel Belgrano (IX)*
Por Carlos Pauli
Quisiéramos comenzar esta reflexión con una pregunta, que seguramente tendrá varias respuestas que quizás nos obliguen a replantearnos criterios y posturas. ¿Es la Historia Maestra de la Vida? ¿Nos dejamos enseñar por ella, o nos creemos autosuficientes, negamos el pasado y solo tiene valor para nosotros la novedad?
Por un instante hagamos el esfuerzo, dejemos que la historia nos vaya guiando, que sea “magistra vitae”. Tratemos de aprender a movernos entre la novedad y la continuidad.
Nadie mejor que Manuel Belgrano para iniciarnos en este camino de valoración de lo dado y apertura al porvenir, a la novedad.
Al comenzar el año 2003 el país luchaba por superar una de sus recurrentes crisis. Era necesario sembrar esperanzas, buscar ejemplos, encontrar raíces que nos alentaran a un futuro mejor. El entonces Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge M. Bergoglio S.J, se dirige a las comunidades educativas mediante un mensaje titulado “Educar es elegir la vida”, en el que toma la figura de Belgrano para iluminar el incierto presente. Es un texto relevante que tiene una indudable actualidad.
Belgrano, “un creativo revolucionario”
Así lo define, para aclararnos que fundamentalmente es un hombre de utopías. Pero vale precisar qué se entiende por utopía. “La utopía, nos dice Bergoglio, es una forma que la esperanza toma en una concreta situación histórica... propone lo nuevo , sin liberarse nunca de lo actual... por eso utopía no es pura fantasía, también es crítica de la realidad y búsqueda de nuevos caminos.”. A continuación se pregunta, “¿que no se ha dicho de Belgrano?, creador de la bandera, vencedor de Tucumán y Salta... etc.”. “Sin embargo -continúa- no fue un hombre exitoso, al menos en los términos que nos hemos acostumbrado a usar esta palabra en estos tiempos de pragmatismo y necedad. Sus campañas militares carecieron del brillo y profundidad que le ganaron a San Martin el título de Libertador. Carecía de la pluma de escritor y propagandista de un Sarmiento. Como político siempre estuvo relegado a una segunda línea. Tampoco su vida privada fue demasiado llamativa, su salud dejaba mucho que desear, no pudo casarse con la mujer que amaba y murió a los cincuenta años en la pobreza. Sin embargo, Sarmiento dijo de él, que había sido uno de los poquísimos que no tienen que pedir perdón a la posteridad y a la severa crítica de la historia. Su muerte oscura, es todavía un garante de que fue un ciudadano íntegro, patriota intachable. De muy pocos exitosos de nuestra historia nacional podría decirse lo mismo...”.
Como sabemos, Belgrano estudió leyes en las mejores universidades de su época, Salamanca, Madrid y Valladolid. Pero cuando llega a Buenos Aires, en 1794, es nombrado Secretario Perpetuo del Real Consulado (cargo que equivalía a lo que hoy sería un Ministro de Hacienda) y se encuentra con un panorama desalentador. Sus ideales de progreso chocaban con las mentalidades y los intereses de los sectores acomodados de Buenos Aires, comerciantes que se beneficiaban con el monopolio y el contrabando. “Conocí que nada se haría a favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían los del bien común...”.
¿Cómo se puede cambiar una realidad esclerotizada?
Lejos de desalentarse, -recuerda Bergoglio- Belgrano nos dice en su autobiografía, “me propuse al menos echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos”. Nos preguntamos, ¿cuáles eran estas semillas? Nos responde en el mismo texto: “fundar escuelas es sembrar en las almas”. “El espíritu revolucionario de Belgrano descubrió rápidamente que lo nuevo, lo que podría llegar a ser capaz de modificar una realidad estática y esclerotizada, vendría por el lado de la educación”. Belgrano además de idealista, era perseverante, no se dejaba vencer fácilmente, a pesar de su carácter moderado y conciliador. De allí que insista en la fundación de escuelas técnicas, de agricultura, matemática, dibujo y náutica. Abrigaba la convicción de que, “un pueblo culto nunca puede ser esclavizado”. Escuelas gratuitas, integración de la mujer a la educación, en suma promover la dignidad de la persona.
Hasta aquí la semblanza belgraniana que le debemos al hoy Papa Francisco (1). Nos permitiremos agregar una reflexión nuestra.
Fray Francisco de Paula Castañeda, heredero de Belgrano
Cuando este fraile valeroso y combativo, inaugura su Academia, en 1815, precisamente en el Consulado, nos cuenta, “tengo en mi poder un retrato iluminado del Gral. Belgrano, dibujado por un joven de mi antigua Academia y desde ahora lo cedo para que este General fundador de escuelas, presida el nuevo establecimiento”.
Años más tarde, cansado de las luchas en Buenos Aires con los gestores de la llamada Reforma Religiosa, también Castañeda se dedicó a sembrar las semillas a las que aludía Belgrano. Esas semillas florecieron en la escuela que creó en 1823 en el entonces bravío Rincón de Antón Martín, hoy ciudad de Rincón. Escuela que no sólo educó a los niños y jóvenes rinconeros, sino que también llegaron de la Bajada del Paraná. Allí se enseñaba desde las primeras letras, hasta la Gramática, Latín, Humanidades y Retórica. Orgulloso le escribe al Brigadier en 1825, “las artes mecánicas también se enseñan en mi escuela, para cuyo efecto tengo en ejercicio una carpintería, una herrería, una relojería y escuela de pintura”. La admiración que Castañeda sentía por Belgrano se tradujo en una realidad concreta, la primera escuela técnica de la Argentina. El mejor homenaje que le podemos tributar, tanto al creador de nuestra enseña patria, como al valeroso franciscano, es no renunciar nunca a la utopía educativa. Creemos que es el único camino para recrear una patria de hermanos.
* Serie producida para El Litoral por la Junta Provincial de Estudios Históricos
(1) El Mensaje completo del Cardenal Bergoglio puede consultar en línea: http://aica.org/aica/documentos_files/Obispos_Argentinos/Bergoglio/2003/2003_04_09_Comunidades_educativas.htm