Nacieron en el ‘87 y en la casa de “Cachorro” Costa, en el corazón de Barrio Chalet. Muchos de ellos volvieron, en parte, para recuperar el club en el final de la era Lerche. Hubo un tiempo que fue hermoso.
Gentileza ?Cachorro? Costa En la de madera del FONAVI Todo un testimonio gráfico imposible de olvidar para quienes iban a la cancha de Colón en los años ?80: el alambrado pegado y sostenido por parantes de cemento; los tablones de madera que le daban forma a la otra mitad del estadio ?sólo era de cemento la oficial oeste y la cabecera norte? y el barrio FONAVI que se podía ver por arriba del lugar donde se ubicaban Los Chetos .
Eran tiempos de un Colón sin un mango, desvastado en lo económico y sin rumbo en lo deportivo por tantas frustaciones en el ascenso. Si bien a Colón nunca le faltó gente, ese año 1987 era muy especial, porque marcaba una transición en la histórica y recordada “Barra de Santa Rosa de Lima”. Eran esos meses de pasar entre “El Ovidio” y “El Indio”, con códigos de tribuna muchos más nobles que ahora.
Musicalmente, empezaba en el país —habían pasado yacuatro años del final de la Dictadura Militar— una época incomparable. Santa Fe era, desde la crisis económica que gobernaba esos años, “una ciudad de pobres corazones” como cantaba Fito.
En las tribunas de madera del viejo e histórico Brigadier López del Club Atlético Colón empezó a asomar, parafraseando a Charly García, una “parte de la religión”. Esa religión que reconocía un solo Dios llamado Colón.
Y fue así que, a lo Sumo, estaban “Llegando Los Chetos”, una bandera, un slogan, un grupo de amigos de la cancha y de la vida que marcó muy fuerte esos años en un momento muy particular y recordado de la historia de Colón.
Hoy el almanaque dio varias vueltas y desde la tranquilidad de sus oficinas laborales es el conocido “Cachorro” Costa quien acepta el desafío de El Litoral: reconstruir un tiempo que fue hermoso. Libre de verdad.
“En esos años no existía la palabra grieta, pero era simple: te decían cheto o te decían cumbiero en Santa Fe”, explica “Cachorro” en el inicio de la charla que abre el baúl y deja volar todos los recuerdos.
Mirar las fotos de esos años tiernos parece un paseo increíble: aritos, pelo largo y escuchar rock en la capita de la cumbia. “Y además llamaba mucho la atención, mucho más en la cancha, la forma en la cual nos vestíamos”, reconstruye.
—¿Dónde nace toda esa movida “Cachorro”?
—Enfrente de mi casa, en una plaza, en el corazón del Barrio Chalet, territorio ciento por ciento sabalero.
—Para que los pibes de hoy tengan una idea de aquéllo...¿parecido a qué?
—Salvando las distancias y a pesar del paso del tiempo, sería como la movida que arman hoy los chicos en la explanada de la Legislatura, en la previa de los partidos de Colón.
—¿Y cuándo y cómo surge el nombre de “Los Chetos”?
—Se le ocurre a Darío, casi un año después de la primera juntada. “Nos tenemos que poner un nombre”, dijo uno. Entonces, se le ocurrió preguntar: “¿Qué dice la gente cuando entramos a la cancha?”. Y todos les respondimos: “¡Ahí entran Los Chetos...ahí vienen Los Chetos”.
—Y les quedó “Los Chetos” nomás...
—Así fue.
—¿Qué se te viene a la menoria de esos primeros años?
—En mi caso particular, la alegría de la gente del barrio. Fue algo de contagio que creció, partido a partido, sin darnos cuenta. Por ejemplo, los kioscos y almacenes de Barrio Chalet podían mejorar un poquito con esa movida: comprábamos comida y bebida todo ahí mismo. Y lo mejor: en tantos años, nunca una denuncia por ninguna avivada ni exceso de nadie.
—¿Cómo era en ese tiempo la parte histórica o tradicional de la hinchada de Colón?
—La vieja barra Santa Rosa de Lima, con referentes definidos: el “Indio”...el “Ovidio”. Yo me acuerdo que un día, de golpe, faltaron las banderas largas en un partido. Después, apareció un chico nuevo de Santa Rosa. Igual, los grupos estaban definidos con una sola pasión, que era Colón: Santa Rosa, Alto Verde, Centenario, Barrio Alfonso, Los Chetos.
—¿Tenés idea dónde está hoy ese trapo histórico de “Los Chetos”?
—No, ni idea lo del trapo, es más yo regalaba siempre casi todo lo que tenía.
—¿Cómo lo arman al trapo de “Los Chetos”?...¿Qué te acordás?
—Mirá, me acuerdo de las primeras cinco banderas y que fui a comprar la tela a “La Tijera Loca”...
—¡Locos por Colón estaban ustedes!
—Y me acuerdo que en la casa de Darío las pintamos entre varios para llevarlas a la cancha.
—Hay un registro, antes del trapo grande, de una más chiquita que decía “Los Chetos”
—Claro, una de las primeras, hecha con bolsas de arpillera, un desastre...no teníamos un mango. Además, había por esos años del ’80, un crisis fenomenal en el país y en Santa Fe. Eso sí, nos habíamos juramentado ir a todos lados. Siempre alguno de nosotros estaba donde jugaba Colón.
—¿Por qué eligen para ubicarse la tribuna chiquita del otro arco, por ese tiempo de madera, que da espaldas al FONAVI? Digo el otro arco, porque la barra más ruidosa iba a la de cemento...
—Nosotros arrancamos siendo 50 o 60 pibes y pensamos: “En la de socios nos vamos a perder en medio de tanta gente”. Por eso nos fuimos a la de enfrente, para diferenciarnos y que nos vieran todos.
Gentileza ?Cachorro? Costa ¡En Estación Quequén! Eran los lugares donde jugaba Colón en esos años duros de la B : primero Cipolletti de Río Negro, después Estación Quequén. Se viajaba como podían y en lo que había: micros, auitos, tren. Había un juramento de Los Chetos: estar siempre en cada cancha donde jugara Colón y llevar la bandera , recuerda Cachorro Costa en este tributo de El Litoral.
¡En Estación Quequén! Eran los lugares donde jugaba Colón en esos años duros de la “B”: primero Cipolletti de Río Negro, después Estación Quequén. Se viajaba como podían y en lo que había: micros, auitos, tren. “Había un juramento de Los Chetos: estar siempre en cada cancha donde jugara Colón y llevar la bandera”, recuerda “Cachorro” Costa en este tributo de El Litoral.Foto: Gentileza “Cachorro” Costa
—Otra de las claves de “Los Chetos” en esos años fueron los cantitos...
—Claro, porque éramos todos pibes y queríamos armar canciones de Colón con letras de rock que estaban de moda
—Eran tiempos de “Para ser el hincha del Negro, dos cosas hay que tener” y el “¡Qué merengue...que merengue...!”
—Jajaja tal cual. Y el histórico “Dale Negro...Dale Negro”.
—El ingreso de ustedes a la cancha se transformó en un ritual por esos años en el Cementerio de los Elefantes
—Era toda una novedad, entrabamos por la de cemento y nos íbamos a la de madera. En ese recorrido y en la movida que hacíamos para entrar al Centenario, la gente nos aplaudía.
—¿Es real que llegaron a juntar unos 1.000 seguidores en “Los Chetos”?
—Se fue haciendo así y creciendo, boca a boca, sin celulares ni redes sociales como hay ahora. Un día, la fila llegaba desde casa hasta la misma cancha, unos 500 metros con todo pintado en rojo y negro. Era algo increíble.
—Y vos jugando “de local” en tu casa...
—Toda mi familia es de Colón, desde siempre, es un legado que se lleva en la sangre...
—Hubo algunos “Chetos” famosos, luego jugadores profesionales. Me decía el “Zurdito” Sergio Ariel Verdirame, el otro día desde México, que antes de debutar viajó con ustedes a un partido contra Cipolletti de Río Negro
—Sí, el Zurdo, también el “Juanjo” Ferrer, los chicos que sentían con locura la camiseta y los colores de Colón.
—Todos coinciden, “Cachorro”, que se desarman “Los Chetos” allá por 1992...¿Cuál fue el motivo?
—No hubo un solo motivo, fue una mezcla de distintos factores. Los pibes se hicieron grandes: empezaron a trabajar algunos, otros nos pusimos de novios, el resto encaminaron sus estudios e incluso muchos se casaron muy jóvenes y formaron sus familias con hijos. Nos fuimos desarmando de a poco, en mi caso empecé a laburar y ya no era ese furor del comienzo.
—¿Cuál es la “foto” que te queda para contar esa historia de tablones?
—La bandera de “Los Chetos” en todas las canchas del país donde jugaba Colón. Siempre.
—¿Cómo fue “volver”, varios años después, para tomar y recuperar el club en el final de la era Lerche?
—Nos volvimos a ver las caras varios, como si el tiempo no hubiera pasado. Era necesario hacer lo que se hizo por el bien de Colón.
—¿Qué te dejó la experiencia cuando fuiste dirigente e integraste la Comisión Directiva con “Lalo” Vega y “Bicho” Godano?
—Un aprendizaje más de mi amor por Colón. Se hicieron las cosas prolijas, arrancando de “menos cero”, porque el club estaba fundido en serio, no había un solo peso.
—Ese “Sabalero-móvil” fue como revivir “Los Chetos” pero sobre ruedas...
—Fue una idea nuestra y armamos todo con nuestros bolsillos: el ploteado, el logo, la camioneta, la nafta. Y logramos que miles de socios volvieran a Colón.