Treinta años después de la derrota con Camerún en el partido inaugural del Mundial Italia ’90, jugado en el Giuseppe Meazza de Milán, y evocada una de las anécdotas más tragicómicas de la historia del fútbol argentino, Pedro Troglio dice que cuando Carlos Salvador Bilardo advirtió que una eliminación podría desembocar en que tirara el avión al océano, los jugadores no descartaban que el entrenador hablara en serio.
“El ‘Narigón’ era capaz de cualquier cosa, así que cuando nos dijo lo que nos dijo nos miramos, un poco nos reímos, y a la vez un poco le creímos. Imaginate la situación”, refirió Troglio en plena cuarentena en Tegucigalpa, Honduras, donde dirige el plantel del club Olimpia.
La Selección Argentina llegó al partido del 8 de junio de 1990 en condición de campeón defensor y de amplio favorito a vencer a “Los Leones Indomables” de Camerún, que a despecho de que por entonces pisaban fuerte entre sus pares africanos, no parecían en condiciones de comprometer a Diego Maradona y compañía.
Pero Argentina estaba a años luz de ser la de México ‘86. Llegaba con varias figuras lesionadas o al límite de sus posibilidades físicas y con un plantel de una composición por lo menos llamativa: nueve defensores y sólo cuatro delanteros definidos, de los cuales el único punta por el medio, Abel Balbo, en el cotejo de marras frente a Camerún, se desempeñó en una posición indescifrable.
En realidad, aquella formación misma dispuesta por Bilardo resultaba de interpretación compleja: Nery Pumpido en el arco; cinco defensores (Néstor Lorenzo, Juan Simón, Oscar Ruggeri, Néstor Fabbri, Roberto Sensini); dos mediocampistas de contención (Sergio Batista y José Basualdo), Jorge Burruchaga y Maradona en la elaboración y Balbo como única presunta referencia de área.
Así planteado el escenario, lo más grato de la jornada inaugural del Mundial ‘90 resultó la conmovedora interpretación de la canción oficial por parte de Gianna Nannini y Edoardo Bennato (“Un estate italiana”), puesto que para el representativo nacional todo lo demás supuso una cadena de desdichas.
Jamás le encontró el tono al partido, generó poco juego fluido, fue víctima de la sistemática violencia de Camerún, enfrascado en una suerte de cacería al “Hijo del Viento”, Claudio Paul Caniggia (que había entrado a jugar el segundo tiempo en reemplazo del averiado Ruggeri), y para colmo pagó con la derrota un despiste de Sensini y una floja respuesta de Pumpido.
Originario del suburbio de Yaundé, Sackbayene, el longilíneo Francis Omam-Biyik honró su condición de sucesor de Roger Milla y se convirtió en lo que Erwin Vanderbegh había sido el 13 de junio de 1982 en el Camp Nou cuando superó la resistencia de Ubaldo Matildo Fillol y Bélgica dio la gran sorpresa ante la Selección de César Luis Menotti.
¿Qué representó para Bilardo aquel tropiezo contra Camerún? Lo contó Pedro Troglio: “Fue terrible, lo tomó como algo realmente terrible”, evocó el mediocampista. Y se explaya con la célebre anécdota del avión: “En los vestuarios del Meazza prácticamente no habló, pero llegamos a la concentración de Trigoria, nos reunió a todos en una especie de anfieteatro y nos dijo que a los soviéticos había que ganarles sí o sí, que él no estaba dispuesto a volver a la Argentina con la selección eliminada en la primera fase. Que pasaba por encima de las azafatas, se metía en la cabina del avión, apartaba a los pilotos, tomaba los controles y tiraba el avión en medio del océano”.
“Nos reímos, un poco nos reímos, pero como el ‘Narigón’ era capaz de cualquier cosa, tanta gracia no nos hizo”, refirió Troglio, que por aquellos días jugaba en Lazio, tenía 24 años y soñaba con correr tras la pelota en un Mundial. “Y se me dio todo, porque para el partido con Unión Soviética metió cuatro cambios y tuve una suerte bárbara: metí el primer gol y ganamos. ¿Sabés lo que significaba para mí? Todos los jugadores de fútbol soñamos con jugar un Mundial, hacer un gol, llegar a la final”.
El miércoles 13 de junio, en el San Paolo de Nápoles contra los soviéticos, Bilardo dispuso el ingreso de Caniggia desde el comienzo, José Tiburcio Serrizuela y Julio Olarticoechea, que a los 27 minutos del primer tiempo sirvió un impecable centro con zurda que armonizó con la enrulada cabeza de Troglio, un rato después de una grosera mano penal de Maradona omitida por él árbitro y de la grave lesión de Pumpido, relevado por Sergio Goycochea.
A falta de once minutos Burruchaga selló la victoria de 2-0 frente a la Unión Soviética; el lunes 18 llegaría el turno de Rumania, también en el San Paolo; y en octavos de final Brasil en Turín.
“Con Brasil tuvimos suerte, ¿ves?, pero dentro de todas las dificultades que tuvimos supimos cambiar a tiempo, entendimos cómo se debía jugar y fuimos un equipo guapo que terminó redondeando un gran Mundial”, sostuvo Troglio desde la capital hondureña, y tras cartón rememoró los insultos que le profirió al árbitro Edgardo Codesal cuando en la final sancionó el penal para Alemania. Pero esa será otra historia...