José Luis Lanao (x)
“Lanao, hijo de p...”, cantaba la hinchada de Boca y Diego, sonriente, me decía: “Negro, dale las gracias a la hinchada, está saludando a tu vieja”.
José Luis Lanao (x)
Cuando nos devuelvan las calles, se enfríen los braseros virtuales, y bajemos de los balcones viviremos un momento distópico y utópico a la vez, entre el miedo y la esperanza, entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que todavía está por nacer.
Es la recreación íntima y sensible de la forma más ascética de limpiarnos por dentro. Demasiadas ausencias, demasiados adioses, demasiados recuerdos para revivirlos, mirarlos, tocarlos, sin prisas, viendo pasar la vida, como un sueño ajeno, distante, fuera del ruido de la calle, arropados por reminiscencias serenas, eternas, edificadas sobre los escombros imaginarios del mundo.
Baudelaire reclamaba como un derecho humano el “irse”, el irse de lo cotidiano: el sonido de la huida que horada el espacio con capacidad de símbolo, el mito que todos llevamos dentro y que, a veces, nos hace ilusionar con la idea de cambiar y dejarlo todo atrás, de desaparecer tal como somos y reaparecer siendo otros para otros y en otros lugares del tiempo y del espacio. Diego se “fue” muchas veces, descubriendo lugares inhóspitos dónde refugiarse, dónde edificar una coraza íntima para escuchar sus silencios y no distraerse con los ruidos del mundo. Comprendió que en cualquier sitio se está mejor que fuera de casa, y mientras se tomaba un café largo a la sombra de la higuera, viendo pasar la vida, le murmuraba al azúcar de sus ideas que subiera robusta por los rosales de su universo, con el deseo aristotélico: “De lo que debemos aprender antes de poder actuar, lo aprendemos actuando”.
“Crecí en un barrio privado de Buenos Aires; privado de agua, de luz, de teléfono”, ironizó en un medio español. El pasado también es memoria: mensajera de un pasado que nadie puede cambiar, como pensamiento furtivo, como cálida amnesia, ambicionada, conquistada, deseada, presa del cautiverio, de la mutilación, del éxito, del fracaso, buscando un espacio de crecimiento íntimo y colectivo, como pájaros sin alas que aún recuerdan el vuelo sin poder volar.
En ocasiones, los hombres encuentran su lugar en el mundo, convicciones que constituyen sus vidas. Diego Armando Maradona encontró su razón de “Ser” a través de la alegría de la gente, a través de las costuras raídas de una pelota hambrienta, desnutrida, cansada de tanta pobreza acumulada.
“Lanao, hijo de puta, la puta que te parió...”. Reconozco ese tsunami sonoro como si fuera hoy, ayer y siempre. En un Vélez-Boca de noche cerrada, una parte de la tribuna “xeneize” interpretó que mi codo se había posado violento sobre el rostro inerme del defensa central. Mientras la tribuna visitante del José Amalfitani, bramaba con inusitada violencia, Diego se me vino de frente con una sonrisa galáctica que se le enroscaba por toda la cara, y me dijo: “Negro, jaja, dale las gracias a la hinchada, están saludando a tu vieja”, y como un niño grande se puso a agitar las dos manos, incitando a la tribuna para que el recuerdo materno fuera más alto, más fuerte, más estridente. Sin perder la sonrisa me siguió de reojo, mientras el graderío, obediente ante el reclamo del ídolo, explosionaba festivo más sonoro que nunca. En la platea local, el rostro pétreo de mi madre, pálido, rígido, enyesado, se arrugaba hacia adentro en busca de un refugio temporal donde apaciguar la borrasca con el orgullo mal herido. Así lo recuerdo, volviendo, siempre volviendo, a ese islote profundo de niño grande alegre, agradecido, apacible y combativo.
Los recuerdos de Diego se acumulan como un rosario de sensaciones: están los vividos, los imaginados, y los fingidos por la memoria cansada. De todos ellos me quedo con ese “arranque” bronco, salvaje, sublime. Pocas cosas en este mundo han tenido tanta belleza plástica como ese “arranque” eterno, endiablado, literario. El “arranque” de la vida frente la muerte; el “arranque” de la mesura frente a las guerras vacías, el “arranque” ceremonial a los pibes-soldados que cambiaron los cromos por bayonetas; el “arranque” de todo un país detrás de una pelota ensangrentada, de tantas muertes inútiles, de tanta desolación gratuita, de tanto desamparo por recomponer. El “arranque” plebeyo del gol ante los ingleses en el Mundial ‘86: metáfora de un sueño limpio, heroico, concreto, de pertenencia, de plegarias atendidas, de plegarias que nadie escucha, de deseos contenidos, de noches quebradas, de felicidades extremas, de pasiones olvidadas y de recuerdos eternos.
(x) Ex jugador de Unión y campeón mundial juvenil en 1979 con Maradona.