“La pandemia no nos deja estar cerca, estamos a la distancia, cada uno en un lugar distinto”. La frase con la que Alberto Fernández dio inicio al acto de central de conmemoración del Día de la Bandera podría tener diferentes aplicaciones en el convulsionado contexto de la Argentina asolada. Pero, al menos en principio, en este caso no tuvo un valor metafórico, sino literal, ya que el mandatario presidió la tradicional ceremonia, realizada en Rosario, de manera virtual desde la residencia de Olivos.
En territorio provincial lo escuchaban las autoridades santafesinas y los alumnos dispuestos a prestar compromiso de fidelidad a la enseña patria. Y por esta vía se reencontraba con el gobernador Omar Perotti, pocas horas después de la reunión en que éste le propuso una tercera vía, en el estrecho desfiladero de posibilidades que admite la subsistencia de la estrellada Vicentin y la vocación expropiatoria de parte del frente gobernante.
De todos modos, el simbolismo nunca estuvo ausente en un fecha tan cara a los rosarinos y comprovincianos, que mereció una larga brega para adquirir el estatus de feriado inamovible y que se vio privada de una celebración bicentenaria a la altura de otras. Y mucho menos, de las lecturas sobre las presencias y ausencias, reales o virtuales, de los mandatarios de turno.
Con cinco oportunidades -a la que habría que sumar otra en condición de ex presidente- Cristina Fernández de Kirchner fue la que más veces asistió a la conmemoración, y la que la convirtió en un escenario de exhibicionismo político, con militantes copando espacios y desplegando banderas con otros colores identificatorios. La frase más célebre de este período, el “vamos por todo”, también fue vertida en suelo rosarino, pero en ocasión de recordarse el aniversario del enarbolamiento.
Estuvo en 2010 y 2011 (en 2009 la reemplazó el jefe de Gabinete Aníbal Fernández) y la partidización del acto no escapó a los reproches del gobernador Hermes Binner y el intendente Miguel Lifschitz. En 2012 el lugar de honor fue ocupado por Amado Boudou . Cristina volvió en 2013, 2014 y 2015, en este caso acompañada por Daniel Scioli y Carlos Zannini, en la previa electoral.
Mauricio Macri no lo hizo mucho mejor. En su primera intervención, en 2016, hizo “jurar” a los alumnos presentes con su eslogan de campaña: “Sí, se puede”. En tanto, las movilizaciones opositoras e incidentes que jalonarían todo su mandato ya estuvieron presentes entonces. Volvió en 2017, pero la presencialidad se vio resentida por el montado de vallas y la escasa participación popular. En 2018 no volvió, ni envió a nadie. En 2019 estuvo en Rosario, pero no en el Monumento, en el marco de un confuso sainete con el gobierno provincial donde no quedaba claro quién había desairado a quien. Como sea, en el acto del barrio La Tablada no habló mucho de Belgrano ni de la bandera, aunque sí de Moyano.
En este particular aniversario, no obstante, los distintivos patrios flamearon en las calles, en manos de los ciudadanos. Y volvieron a hacerlo horas después, en los estentóreos “banderazos” que simbolizan, probablemente sobre bases de convicción discrepantes e incluso contradictorias, la voluntad unívoca de preservar a la también emblemática aceitera del norte de la provincia.
Con un trabajoso e inesperado protagonismo en la eventual y aún no del todo definida resolución del conflicto, el gobernador Omar Perotti iza expectativas e intenta arriar miedos y desencantos. De cara a una corporización de los riesgos y los vicios de las malas políticas empresariales y las malas empresas políticas, parado sobre los escombros de entre los cuales la economía provincial espera rebrotar sin ser calcinada por fuegos “amigos”, y acaso intentando desentumecerse después de seis meses de gestión en cuarentena, el mandatario santafesino amaga con emprender la marcha. Todo un símbolo.