Por Sandra Soltermann
Claudio cuida esa quinta de generosos cítricos y también cuida la calle por las noches. Se mete en una casilla de ladrillos y chapas y desde allí vigila los sueños de la calle.
Por Sandra Soltermann
Claudio hoy me trajo mandarinas. Las saca de una quinta que cuida y me las trae cada vez que puede. Hoy la bolsa rebosaba de mandarinas y unas naranjas, que están un poco agrias todavía, dijo, pero le dije que no importa, que las voy a comer igual. Había una palta también en la bolsa, y me puse feliz de encontrar escondida entre los soles naranjas ese tesoro verde.
Con las naranjas que me trae Claudio, más los limones que trajo la otra vez, voy a hacer cascaritas confitadas, de ésas que me encanta convidar a mis amores cuando los junto, brillantes de azúcar cristalizada o bañadas en chocolate. Dulzuras de invierno.
Claudio cuida esa quinta de generosos cítricos y también cuida la calle por las noches. Se mete en una casilla de ladrillos y chapas y desde allí vigila los sueños de la calle. A veces por las noches tarde, se lo ve recorriendo la arena con la linterna que usa para saludar con movimientos de luz. Pero desde hace un tiempo que esos tiempos de cuidar los sueños de la calle, no se pueden.
A Claudio le encanta charlar. Creo que la bolsa de frutas es excusa para eso porque se alarga y se demora en la charla como quien es capaz de aplazar los apuros para detenerse a pasear las palabras de una historia a otra y de un chisme a otro. A mí me recuerda algo de la vecindad de cuando éramos chicos, a las conversaciones de vecinas a través de los patios o a los encuentros en las tardes de vereda que se llenaban de relatos en los que el tiempo era lento y pausado. Las palabras de los chismes se dicen en voz bajita, para que no la escuchen ésos que no tienen que escucharlas, pero Claudio habla fuerte. Mientras me pasaba la bolsa me contó que tumbó dos árboles en un loteo y que con eso van a comer durante la semana, que no ve la hora de que llegue septiembre para que haga calor y entonces empezar a cortar el pasto y tener algún ingreso extra, que le avise cuando quiera deshojar la palmera esa que llena de coquitos el techo y que rasca las chapas con el viento, que todavía le duele la herida de la espina así de grande que se clavó cortando la otra palmera y que con el calor y la humedad de la semana pasada lo volvía loco la cicatriz, que si vi lo que hizo el vecino la otra tarde (esto lo dice a voz bajita y riéndose y yo acercando la oreja a la reja del portón para escuchar mejor), que si no quiero que termine de pintar esa mismísima reja que empecé a atacar como desahogo de cuarentena y quedó ahí por la mitad, que ya pudo hacer los trámites del seguro para seguir trabajando por las noches porque hay una malaria con todo esto del virus, que la gente no le paga porque no hay un mango y que estira la plata como estira la charla de esta mañana de sol.
A mí que las palabras me enamoran porque sé que son poderosas, se me atraviesa ésa, malaria, y después de la bolsa cítrica curioseo de dónde viene. ¡Mirá vos!, parece que viene de los italianos, como los abuelos, y significa mal-aire. Decido que a mí me gusta más en plural, malos aires, así. Pienso en la justa ironía de este tiempo de malos aires en los buenos aires y me parece escuchar las quejas de muchos sobre esta malaria que estamos viviendo. Y yo siento que estos malos aires, como pocas veces, son malos para todos, o para muchos, pero como siempre, son peores para algunos, los de siempre.
Claudio cuida esa quinta de generosos cítricos y también cuida la calle por las noches. Se mete en una casilla de ladrillos y chapas y desde allí vigila los sueños de la calle.
A veces por las noches tarde, se lo ve recorriendo la arena con la linterna que usa para saludar con movimientos de luz. Pero desde hace un tiempo que esos tiempos de cuidar los sueños de la calle, no se pueden.