Tomás Rodríguez
El sábado 4 de julio de 1987, hace 33 años, el campeón argentino welter junior, octavo en el escalafón universal, Juan Martín “Látigo” Coggi (63 kilogramos) derrotó al italiano Patrizio Oliva (63,500 Kgs.) y se alzó con el cetro de esa categoría de la Asociación Mundial de Boxeo.
Tomás Rodríguez
El palmarés del pupilo de Santos Zacarías señalaba 25 años de edad, 35 victorias, 19 antes del límite, dos empates, una derrota. “Látigo” mostró todo su corazón, la humildad y la potencia de sus puños, esa tarde soleada del invierno en nuestro país, que le brindó una notable alegría a la afición deportiva argentina al vapulear y vencer categóricamente al italiano Oliva y obtener, en forma sorpresiva para los especialistas europeos, la corona ecuménica.
Como la gran mayoría de los pugilistas de todo el mundo, “Látigo” Coggi pertenecía a una familia muy humilde y se formó en las calles, desde abajo, habiendo sido ciruja, vendedor de zapatillas, peón y repartidor de una panadería, como así también, boyero en un tambo, y hasta se la rebuscó para llevar el pan a su casa, limpió pozos ciegos, entre otras actividades.
El entonces flamante monarca de los welter junior, a duras penas, con sacrificio, finalizó la educación primaria séptimo grado- en la Escuela Primaria “Bartolomé Mitre” de Fighiera. Para obtener algún dinero para el sustento familiar, se improvisaban encuentros callejeros para ganar algunos pesos.
El chico que le pidió a su tío “Coco” Rodríguez, “El Tronco”, que por favor lo llevara a pelear, se transformó en campeón del mundo, pudo nacer de la mano del mediopesado Juan Carlos Sosa, aquel profesional que lo llevó hasta Santos Zacarías al Luna Park.
Coggi reveló que en ese período, Sosa era campeón argentino y sudamericano y lo eligió a él, según su criterio, al mejor profesor y entrenador de boxeo que conocía.
A partir de este éxito deportivo, no habrá más viajes a dedo desde Alejandro Korn, ni más coladas en los techos de los trenes para no pagar boleto, arriesgando su vida; como así tampoco, más viajes en la camioneta del comisionista Victorio Jaime, que lo llevaba en la cabina térmica de su camioneta, aún con 30 grados.
El pibe Coggi que aspiraba a ser campeón mundial de boxeo, cumplió su objetivo, su sueño; no olvidará jamás que su padre dejó de comprar la carne el puchero, el primer día que debió probarse en el Luna Park, teniendo en cuenta que se comía o se viajaba hasta la ciudad de Buenos Aires.
Juan Martín Coggi, amigo de los amigos, inseparable de su barra, tras consagrarse siguió corriendo en las matinatas de Brandsen, aceptando un mate de los vecinos que esperaban su paso, frente a las puertas, volviendo a casa transpirando.
“Látigo” Coggi fue el mismo boxeador que tanto admiraba a “Escopeta” Monzón y que lloraba junto al ataúd del incomparable campeón el día que inhumaban sus restos en la necrópolis local y se abrazaba con el promotor Juan Carlos “Tito” Lectoure, que los llevó a la consagración ecuménica a ambos púgiles santafesinos.
“Látigo” Coggi, tuvo la gran oportunidad que le consiguió el manáger del Palacio de los Deportes, Juan Carlos Lectoure, de disputar el 4 de julio de 1987, la corona mundial de la categoría welter junior de la AMB, en el “Palazzo dello Sport”, de Ribera, Sicilia, ante el dueño del cetro, el italiano Patrizio Oliva.
La paliza del argentino sobre el representante italiano, titular de dicha categoría, duró apenas dos asaltos y medio, teniendo en cuenta que, a los 2’ 41’’ del tercer capítulo, el árbitro estadounidense Bernie Soto decretó el nocaut y, “Látigo”, se convirtió en el 13º campeón mundial argentino.