¿A qué se le llama "niño"? La Convención sobre los Derechos del Niño firmada en 1989 reconoce que los niños (seres humanos menores de 18 años) son individuos con derecho de pleno desarrollo físico, mental y social, y con derecho a expresar libremente sus opiniones. Este tratado elaborado a lo largo de 10 años, enfatiza que los niños tienen los mismos derechos que los adultos y subraya que –por su especial condición de seres humanos que no han alcanzado su pleno desarrollo- requieren de protección especial ya que de esto depende la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana.
Antes de esto, según señala Meiriue en "Una llamada de atención: carta a los mayores sobre los niños de hoy", una vez que los niños eran destetados y "domesticados" se incorporaban directamente al mundo de los adultos: a los 4 o 5 años ya guardaban el rebaño; a los 6 o 7 trabajaban en las fábricas; a los 10 había niñas sirvientas y niños que eran palafreneros (mozos de caballos); algunos se casaban con 12; a todas las edades podían mendigar en las calles o rebuscar en los campos para aportar su ración a la supervivencia colectiva. Desde muy temprana edad y por completo, los niños compartían la cotidianidad de los grandes: ante todo, estaba la necesidad de perpetuar la especie, de asegurar la descendencia y garantizar la continuidad de las generaciones; cada niño que nacía estaba destinado a reemplazar a uno de sus ancestros y, por ello, a los primogénitos solían llamarlos como a sus abuelos (concepto ternario de la vida). Resulta clave señalar que desde temprano los vestían con las ropas de sus mayores o que incluso el arte –muchas veces- los retrataba con rostro maduro (como adultos en miniatura u hombrecitos). Por marcar un punto específico en el tiempo, durante el Renacimiento, personas de todas las edades se mezclaban para jugar a la rayuela, al boliche, al escondite o a los bolos: es decir, no había -como hoy- una frontera clara entre un estado de infancia (etimológicamente: sin palabra) en el que nos protegen y miman, en el que tenemos derecho a jugar porque los adultos se ocupan de nosotros, y un estado adulto, en el que entramos -por fin- de lleno en las responsabilidades sociales y debemos enfrentarnos con nosotros mismos y con la dureza del mundo. En conclusión, sostiene Meirieu, la infancia es un invento reciente.
Retomando el primer párrafo, los derechos de la niñez formulados a fines del siglo XX, establecen –fundamentalmente y en simultáneo- los compromisos que los adultos tenemos con estos pequeños. En tal sentido, los grandes interrogantes que nos formula insistentemente este 2020 a los mayores son: ¿Qué mundo le vamos a dejar a nuestros niños y niñas? ¿Qué niños y niñas vamos a legarle a este mundo? De hecho, la cuarentena nos ha puesto –ineludiblemente y full time- cara a cara con estos mocosos incansables, testarudos, revoltosos y atrevidos sin el auxilio de: el tiempo escolar, el ambiente de un club, una academia de danza o el apéndice de la casa de los abuelos porque son pacientes de riesgo. La conmoción irrevocable que la pandemia ha generado en el mundo nos ha puesto en un punto límite donde todos nuestros movimientos -hasta nuestros silencios y omisiones- enseñan a nuestros hijos cómo plantarse ante la adversidad: ¿Qué hizo papá cuando perdió su puesto de trabajo porque su fábrica se vio severamente afectada por el Covid-19? ¿Cómo se reinventó la tía para vender on-line lo que no ya no pudo ofrecer en su local comercial de zona céntrica? ¿Cómo se organizó mamá con su "home-office" y nuestro "home-school"? ¿Cómo hizo mi hogar para ajustar sus gastos mensuales con un presupuesto encogido? ¿Cómo se reconformó nuestro núcleo familiar después de que el aislamiento forzoso terminó por descomponer un matrimonio que pendía de un hilo? ¿Cómo reaccionamos cuando esta novedosa enfermedad se cobró la vida de uno de nuestros seres queridos? El arte nos muestra que –muchas veces- la principal amenaza para los pequeños está al alcance de la mano ("durmiendo con el enemigo"). En el cuento recuperado por los hermanos Grimm, el padre de Hansel y Gretel los abandona en el bosque con la excusa de que no puede alimentarlos y –de yapa- los expone a los peligros de una bruja antropófaga; al Pobre Angelito Kevin McCallister –primero- lo abandonan sus progenitores y –luego- lo acosan delincuentes inescrupulosos; Matilda (la niña-prodigio creada por Roald Dahl) se cría desconsiderada por sus papás y atormentada por la directora de su escuela (Srta. Tronchatoro) al punto tal de pedir que la adopte su dulce maestra Honey ("Miel"). En el cuento "¡Ahora no, Bernardo!" de David McKee: un nene asustado pide ayuda a sus padres porque un monstruo se lo quiere comer pero… todos están tan ocupados que no pueden atender sus tonterías; el monstruo se come al niño y nadie lo nota: ¡La mamá reta a la bestia y la manda a dormir pensando que se trata de su hijo! ¡El monstruo se resigna y obedece asustado las órdenes de esa familia que brinda un trato espantoso a los niños! Ficción y realidad se entrecruzan para interpelarnos: ¿Qué rol asumiremos frente a estos pequeños que nos miran expectantes y toman notas de cada movimiento de nuestras piezas sobre este tablero que despliega este implacable virus?
Como cierre de este texto vuelve con insistencia la misma pregunta: ¿Qué o quién es un "niño"? Responde Meirieu: "Un ser al que debemos transmitir el deseo de aprender y crecer. Un ser al que debemos dar los medios de forjarse. Un ser al que debemos aportar lo mejor de nosotros mismos para que haga lo mejor de sí mismo. En resumen, un ser que educar. Educar para que se eduque."
Durante el Renacimiento no había -como hoy- una frontera clara entre un estado de infancia (etimológicamente: sin palabra) en el que nos protegen y miman, en el que tenemos derecho a jugar porque los adultos se ocupan de nosotros.
La conmoción irrevocable que la pandemia ha generado en el mundo nos ha puesto en un punto límite donde todos nuestros movimientos -hasta nuestros silencios y omisiones- enseñan a nuestros hijos cómo plantarse ante la adversidad.