Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso) y Nicolás Peisojovich
Por Carlos Mario Peisojovich (El Peiso) y Nicolás Peisojovich
"El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen". Goethe
Ando atropellando los días, pecheando cada hora con la valentía de los que son conscientes de su eterna desventaja, pero que igual salen a la cancha a ganar y a poner lo inusitado, que se desviven por lograr lo imposible, saliendo en búsqueda del milagro, de la epopeya, de lo épico; de los que se sabe; nunca escribirán la historia. A lo sumo y con suma generosidad, estos titanes portadores positivos de la argentinidad sin un palo verde, pasaremos a ser una nota al margen y, siendo exagerados, quizás un mito urbano. Una gris y solitaria lápida cuyo epitafio dirá "Che, acá yace un argentino por fin en paz ¿viste?".
Es que nuestra gauchesca argentinidad da tela para cortar a diario, y para recortar las noticias que trae el diario, y para dar un corte definitivo al diario trajinar de nuestro castigado nacionalismo importado.
Desde este pasado jueves nos hemos visto inundados por una multiplicidad de mamas, perdón, de memes que circularon por las redes. Las sesiones virtuales de nuestros representantes (que muchos dudan por su representatividad) nos ha mostrado como ese espejo que habla la cita de Goethe, parte de nuestra naturaleza argenta. Calentones, avivados, puteadores y vagos.
Sin universalizar ni generalizar, la virtualidad de las sesiones desvirtuó la cierta honorabilidad de algunos de nuestros representantes. "Ta´bien" pueden decir algunos de los "justificólogos" que tanto abundan de uno y otro lado del tablero, a las orillas, al el margen de la fundamentalista grieta que tanto supimos cavar, dicen que cada uno en su casa hace lo que quiere, claro, gran verdad, buena justificación, pero ignoran un detalle: el señor diputado estaba en plena sesión parlamentaria, representando a una parte de la población salteña que confió en su compromiso de defender y de dar a su representados lo mejor de sí mismo para el bien común. ¿Fue preso de un instinto regresivo hacia su más tierna infancia? ¿fue víctima de un ferviente y descerebrado deseo instantáneo? ¿Fue un acto de amor carnal espontáneo plagado de inocencia? ¿fue un acto de irrespetuosidad hacia los representantes y más que nada hacia el pueblo argentino? Fue todo eso y más; Massa lo agarró con los labios en la masa y actuando con una rapidez contrastable con su discurso condescendiente, lo puso en evidencia y le impuso el castigo requerido a la ocasión, Massa interrumpió el debate y pidió la "suspensión inmediata" del Diputado Juan Emilio Ameri, argumentado "conducta inapropiada con el decoro que debe tener una sesión".
Al ahora ya ex diputado Ameri, evidentemente le gusta el frente de todos…disculpas, el frente de su mujer… y que por un excesivo e inapropiado deseo carnal, erotizado quizás por las cámaras, le hizo saltar de la banca.
Para Ameri ameritaba un castigo ejemplar, en penitencia y sin tomar la leche; a llorar al campito y a buscar trabajo, porque el que no llora, no mama. A lo hecho, pecho.
También por estos meses y en alguna de estas sesiones virtuales se vieron fondos de pantalla que imitaban la presencial figura de un legislador que no estaba, pero que hacía que estaba, otros fueron víctimas de los micrófonos abiertos (cuando está encendido el micrófono) y perdían la compostura lingüística para emitir juicios o palabras inapropiadas para la investidura.
Legisladores son también víctimas quizás de su analfabetismo digital, perdidos en los vaivenes de la tecnología virtual, ya sin su ejército de secretarios y colaboradores que le solucionan mediante protocolos y actualizada agenda, todos los estudiados movimientos del día. Quizás hasta se los ve más humanizados, ya lejos de los trajes, maquillaje y las luces de las cámaras de televisión; ahora son solitarios personajes escrachados fijamente por la camarita del celular o de la computadora, con el fondo circunstancial de sus muebles, con la cortina musical de las voces plenas de su cotidiana intimidad, de los ladridos de sus mascotas, de los bocinazos y de los sonidos del diario trajín. Hay que estar a la altura de lo que estamos viviendo, y ellos, nuestros representantes, tienen que ser responsables de sus actos. Hoy más que nunca, porque en esta nueva normalidad, son las cámaras quienes juzgan nuestros actos, son las cámaras los espejos de lo que mostramos al mundo. Nos avergonzamos de los Trumps y de los Bolsonaros del mundo por su soberbia y su instinto de conservación, nos creemos los más vivos y la "canchereamos" inflando nuestro pechito argentino (sigo hablando de pechos ¡mamma mía!) y miramos de soslayo el comportamiento del otro prejuzgando su aparente inferioridad al lado de nuestra brillantez intelectual asumida desde el día que dijimos nuestra primera palabra en argentino.
La nueva normalidad evidencia, una vez más, que somos casi anormales. Pero como anormales, somos los mejores, lejos.