"Haciendo cosas raras para gente normal". Divididos
El Peiso se fue mientras dormía, seguramente soñando la mejor de sus Peisadillas, metiéndole alas a su alma vagabunda para poder andar libremente, como siempre lo hizo."
"Haciendo cosas raras para gente normal". Divididos
Conocerlo para mí no fue fácil. A él sí, él se daba a conocer de inmediato, tenía una inacabable generosidad en mostrarse ante los demás como realmente era. No hacía mucha falta la formalidad de una presentación para darse cuenta que ese hombre de payasesco andar e inocultable felicidad en sus ojos, con eterno rictus sonriente de Mona Lisa ("giocondesco", como le gustaba decir) clavado en su bronceada cara era "El Peiso". Si bien respeto la unicidad de los seres, él era más único que todos. Su D.N.I. (Dicción Naturalmente Interpretada), era su carta de presentación y toda esa verborragia incontinente nos metía en un vórtice de magia y magnetismo, sabiéndonos cómplices de que en un momento u otro íbamos a escuchar un cacho de genialidad. Poseía, entre sus rasgos característicos, su figura de paticorto simpaticón y brazos siempre abiertos, siempre listos para dar efusivos y generosos abrazos, de un histrionismo exagerado -histrionismo que al cabo de unos minutos uno percibía que era natural, que no se trataba de una impostura- pues quienes llegaron a conocerlo sabían que en él no había nada de impostor, sus actos y sus palabras mostraban fielmente a un tipo que estaba más allá del plano real y normal, era su "Peisonalidad", él era lo que mostraba, él era lo que daba.
No fue fácil para mí reconocerme en él, reconocerme en esa figura de la que todo el mundo hablaba cuando empecé a meterme en los medios y a estudiar mi carrera de comunicación. Ahí volvía él, grandilocuente y españolizado -al fin volvía desde esa España que lo cobijó casi 20 años- a su amadísima Santa Fe. Corría el año 93´ y en una "meneminizada" Argentina, él ponía sus cortas piernas y una larga y extensa carrera ibérica. Traía en su piel mediterránea los versos de Serrat, las experiencias de Sabina; largas noches con sus días de destape español y toda una cultura de la libertad que supo conseguir y disfrutar de aquella Europa que se fue librando de las cadenas del fascismo y otros ismos para meterse en el más común de ellos, el consumismo. Con su mismo espíritu libre que lo trasladó de la convulsionada Argentina de los setenta para llevar a la familia por seguridad -y por otras motivaciones no confesadas- a la franquista España, volvió un día.
No fue fácil conocernos. Ahí estabas vos, en una reposera, tomando el sol guadalupeño en la casa del "Sapo" Caputto, amigo y ex socio que te trajo de vuelta, quizás para recordar aquellas andanzas que juntos cometieron y que plagaron de anécdotas la ciudad de aquella "Nueva 9" o porque íntimamente sabía que vos querías estar de nuevo en tus pagos. Y te vi venir a saludarme, con tus cortas piernas de chuequera explícita, tus brazos bamboleantes y esa sonrisa eterna que me dijo entre curioso y divertido: "vos debés ser el Nico, mi hijo"; sí claro, si era como mirarme en un espejo que adelantaba 30 años…Tantas veces en mi andar por Santa Fe y ante el requerimiento de mi identidad y apaciguado el pedido de la misma me miraban como si hubieran mirado a un extraterrestre y que me decían lo mismo de siempre: "¿Qué sos del famoso Peiso?".
El famoso Peiso, ese loco de no atar, ese que supo hacer de la acartonada radiofonía santafesina un festival del chiste, de verborrea cantada, de erres estiradas hasta el paroxismo, de tuteos imprescindibles, de locución que imitaba el arte para decir cosas nuevas, de locuras que se perdonaban a veces y corduras invisibles para el escuchante. El famoso Peiso, que supo jugar de actor, de conductor, de promotor de rock, de locutor, de periodista. Si fuera inglés, la palabra justa que lo definiría sería "entertainer", entretenedor. Y digo supo jugar porque para él todo parecía un juego, se divertía haciendo divertir a los demás. Su juego no era falta de seriedad, sino exceso de alegría. Su carisma y su creatividad no tenían límites, a todo le encontraba el atajo que derivaba en humor.
No fue fácil trabajar juntos, ya lo habíamos hecho en aquel recordado "Peisapping" durante 4 años en el que fui su productor, pero hace tres años atrás vino con un cuadernillo de 60 hojas mecanografiadas y me dijo "son mis Peisadillas, quiero escribirlas y publicarlas juntos en el Litoral", quería cumplir otro de sus sueños que era el de volver a escribir en el diario. Eran textos cortos, volados, surreales y con nombres pasados de moda de la política y el arte argentino y provincial; eran viajes cuasi psicodélicos de lectura radial; era él en una charla de café con claque incluida. Así que nos pusimos manos a la obra y arrancamos de cero, él ponía las alas, yo ponía los pies, él ponía su locura, yo lo racional. Amó cada una de ellas, las disfrutaba como disfrutaba el café de cada mañana, la caminata por la peatonal, el reconocimiento de la gente, de toda la gente, de la "mesaterapia" (su mesa sabatina con sus amigos de toda la vida), de un buen libro, de escuchar horas y horas de radio y de sus maratónicas sesiones de lectura de periódicos nacionales.
Su vida fue como la de un hippie nómade, nunca tuvo un peso, nunca se aferró a lo material, a nada, sus autos eran modelos de cuadros de Picasso, los destrozaba; con la inimputabilidad de la locura iba por la vida sin importarle nada más que el saludo de su gente, él se pagaba solo con eso. Quizás lo único contradictorio en su vida, fue que así como amaba estar siempre junto a amigos y al reconocimiento espontáneo de la gente, él disfrutaba de su soledad, de su libertad de movimientos y por eso siempre eligió vivir solo, como un paria en un mundo que no entendía. Sus últimos meses no fueron fáciles, lo mató la pandemia, no el COVID, su cabeza se fue deteriorando con la soledad del encierro, no pudo disfrutar de sus cafés, de sus paseos solitarios con la bolsita de compra reciclable, no pudo sostenerse sin los abrazos, sin el grito amigable, sin los amigos, sin su trabajo. Se fue mientras dormía, seguramente soñando la mejor de sus Peisadillas, metiéndole alas a su alma vagabunda para poder andar libremente, como siempre lo hizo.
Pepe Mujica, el ex presidente uruguayo dijo alguna vez ""No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad". Palabras que se hacen propias en la vida que el Peiso llevó.
No fue fácil despedirte. Pero la gente, tu gente, con todo el amor y la admiración que te brindaron, fueron los motores para el carreteo de tu vuelo al más allá. Buen viaje.
El Peiso, ese loco de no atar, ese que supo hacer de la acartonada radiofonía santafesina un festival del chiste, de verborrea cantada, de erres estiradas hasta el paroxismo, de tuteos imprescindibles, de locución que imitaba el arte.
El Peiso supo jugar de actor, de conductor, de promotor de rock, de locutor, de periodista. Si fuera inglés, la palabra justa que lo definiría sería "entertainer", entretenedor.