Por Raúl S. Vinokurov
Ya no sirven las internas, el no reconocer o el culpar a los demás. Tratar de entender o explicar lo que pasó significa que prevalecerá la grieta política en desmedro de la verdad.
Por Raúl S. Vinokurov
Hay cosas en la vida que podríamos denominar inesperadas, hay hechos que nadie puede negar ni discutir y otras cosas que se prestan a la mezquindad política. Y muchísimas más que nos podrán gustar o no, pero como se trata de cuestiones y elecciones personales, se podrán no compartir sin asumir el poder de juzgar.
El mediodía del miércoles 25 se tiñó de sorpresa y dolor ante lo inesperado. La noticia conmocionó al mundo aún en sus lugares más apartados. Los homenajes y muestras de dolor se multiplicaron espontáneamente. El mundo lloró la pérdida de un inmenso jugador de fútbol. Dramáticamente desaparecieron en los pueblos de todos los países, las diferencias, las grietas y hasta las diferentes pasiones por distintas camisetas.
El reconocimiento fue unánime, explosivo, sin fronteras, a un gran jugador, y nadie pensó desmerecer el homenaje anteponiendo los reconocidos errores del hombre. "Me equivoqué y pagué", expresó en el momento de su retiro, "pero la pelota no se mancha". Lamentablemente al otro día la mancharon y mucho. El tiempo nos dará la real dimensión del cuánto.
El eterno oportunismo político, la improvisación, el no saber, el no importar el momento de la pandemia, la falta de coordinación, el tratar de imponer intereses sectoriales, y más tarde, ante el fracaso, utilizar otra vieja costumbre como es responsabilizar a otras personas o sectores de los propios errores. Y por supuesto, sumemos las eternas e infaltables contradicciones de nuestra clase política.
La pelota se manchó. No tuvieron ningún pudor en hacerlo. Se mezcló todo en lo que el pueblo mayoritariamente entendió era un homenaje. Dirigentes incapaces, complicidades con barras bravas de varios clubes, fotos para la tribuna, culpar a la familia, con y sin barbijos, coronavirus circulando con absoluta libertad, cero distanciamiento social, tibios mensajes de los funcionarios de la salud pública porque no pueden opinar distinto a los máximos dirigentes, heridos, corridas, roturas, la mismísima Casa Rosada tomada por largos minutos con los riesgos implícitos que eso provoca, gases y corridas en las calles y también en el interior de la sede del gobierno nacional, y muchas cosas más que produjeron infinitas y perdurables manchas.
Por un instante el mundo futbolero y no futbolero se inmovilizó, la Tierra dejó de girar por una milésima de segundo, todos sorprendidos por la mala noticia y luego sin poder creer que lo que veían en la tele pudiera estar pasando. Pero estaba ocurriendo, lo que no tendría que haber pasado ocurrió.
La pelota quedó manchada. Ya no sirven las internas, el no reconocer o el culpar a los demás. Tratar de entender o explicar lo que pasó significa que prevalecerá la grieta política en desmedro de la verdad. Pero la grieta desaparece cuando reconocemos la mancha. No merecía el gran jugador una despedida así. Y el hombre, al que no tenemos derecho a juzgar por sus elecciones de vida, tampoco. Nadie merece una cosa así.
La pelota, imprescindible objeto del fútbol, símbolo de tantas cosas, no cambiará su forma y seguirá rodando, pero a partir de ahora cambiará de color, aunque pretendan, también, tratar de disimularlo.
La pelota quedó manchada para siempre. Tan cierto esto como el gol con la mano a los ingleses.
La pelota quedó manchada. Ya no sirven las internas, el no reconocer o el culpar a los demás. Tratar de entender o explicar lo que pasó significa que prevalecerá la grieta política en desmedro de la verdad.