Un niño que no juega es un niño enfermo. Por ello, el juego es una especie de "indicador ecológico": donde es bienvenido, hay condiciones para encontrar y expresar la propia voz.
Un viernes en la cancha de Arsenal, vi a Kevin Zenón, volante por izquierda tatengue, tirar un taco que terminó en gol. El pibe cumplió 19 años hace 5 meses. Lo antecede la anécdota que dice que el propio Jorge Messi, padre de La Pulga, lo recomendó en Unión. Algunos diarios señalan que es el correntinito que quiere triunfar en El Tate. No sé hasta dónde llegará la carrera del pibe ni cuánto le podrá aportar al equipo santafesino; pero me deleitó –como ese mendigo de buen fútbol del que habla Eduardo Galeano– encontrar ese lujo de un pendejo desfachatado en un enfrentamiento de dos equipos que históricamente han sobresalido por su austeridad. Y, como pasa en este país de técnicos de fútbol, me asaltó un cuestionario un tanto bilardista: ¿Cuándo tirar un taco? ¿Sólo cuándo vamos ganando? ¿Frente a un equipo de menor categoría? ¿Sólo en los entrenamientos? ¿Jamás de visitantes? ¿Y si el taco deriva en un contraataque mortal? ¿Ahora cualquiera tira tacos porque no hay fantasma del descenso ni hinchada que te putee? Como primer respuesta, me vino a la mente un texto publicado en "El Gráfico" que Sacheri le dedica a René Higuita. Al escritor argentino le parece apabullante la jugada del Escorpión hecha por el arquero colombiano: "porque sé que yo jamás haría una jugada como esa. Y no sólo porque jamás me dio la habilidad, sino sobre todo porque no me daría el carácter." Y, como en un fulbito virtual, junto el taco del correntinito con el aguijonazo del colombiano para hablar del matrimonio entre juego, miedo, riesgo, error y aprendizaje… Cito a Sacheri otra vez: "Hay algo que debo reconocerles a los tipos como Higuita. Cuando se saltan la lógica, cuando desprecian la prudencia dentro de un campo de juego, recuperan precisamente eso. Que el fútbol es un juego, y en los juegos no importa únicamente el qué, sino también el cómo. Los otros, los que son como yo, los sensatos y confiables, tenemos tanto miedo de perder que a veces nos olvidamos de jugar."
De un campo de juego a otro
Principalmente, el contenido del primer párrafo me interesa como docente; para no perderlo de vista, me repito en voz alta: "¡En la educación, no hay que olvidarse de jugar! ¡En la vida, no hay que olvidarse de jugar!" Admiro a tipos como el artista santafesino Pescetti: músico, humorista, escritor, actor, docente y más (¡Un jugador de toda la cancha!). En su libro "Una que sepamos todos", afirma: "En una época con tantas singularidades como etiquetas. Hay tanto discurso a favor de la diversidad y la inclusión como miedo a ser diferente, y fracasar. El fracaso se esconde detrás de más y más señales que monitorean nuestro día a día, y de muy cerca." ¿Este cuco asusta tanto a los estudiantes como a los maestros; a los padres como a los hijos? Por el lado del educador, Pescetti habla del miedo de alejarse de lo conocido, que obliga a escenificar una "escuela modelo", que oprime la espontaneidad y las necesidades emocionales más básicas, que impide crecer: "Buena parte de la educación se llena de formalidad, acartonamiento, rituales que reemplazan el descubrimiento."
De una cancha a una carta
Otro que habla sobre el miedo de los que educan es Paulo Freire; en su cuarta carta destinada a los que "pretenden" enseñar afirma que cuando comenzamos a ser asaltados por miedos concretos, tales como el miedo a perder el empleo o a no alcanzar cierta promoción, aparece la necesidad de poner ciertos límites a nuestro miedo. Según él, es fundamental reconocer que sentir miedo es manifestación de que estamos vivos; no tenemos que esconderlo; pero lo que no podemos permitir es que el temor nos paralice: "Por eso es tan importante gobernar mi miedo, educar mi miedo, de donde nace finalmente mi valentía."
Borradores, engrudos y gambetas literarias
En los talleres literarios al estilo Rodari o del Grupo Grafein se pueden encontrar experiencias valiosas de cómo introducir el juego en la educación, de cómo dejar fluir la experimentación, de cómo perder el miedo a equivocarse, de cómo capitalizar el error en lugar de estigmatizarlo. En ellos, por ejemplo, se suele tomar un texto de Borges o García Márquez para escribirle un final alternativo; se puede tomar un personaje del altar de la literatura canónica como Fierro y colocarlo en el presente con su guitarra y sus protestas como hizo El Negro con Inodoro. Vale decir, en ese laboratorio de palabras: se promueve la pérdida del temor a crear; se trata de que el libro y la actividad creadora se despojen de su carácter solemne, sagrado; se busca que leer y escribir sean un desafío, un placer, una necesidad expresiva. Como cuando dejamos que nuestros hijos cocinen con nosotros sin importar que se enharinen la cara, engruden la ropa o enchastren el mesón.
¡Maten la creatividad!
En su inolvidable charla TED de 2006, Ken Robinson afirma que los niños pequeños no tienen miedo a estar equivocados o a hacer el ridículo: si no saben, preguntan, se arriesgan, hacen el intento y exploran incansablemente. El inconveniente es que los adultos, en nuestro afán de domesticarlos, sin saber el oficio y sin vocación, les vamos –como canta El Nano- transmitiendo nuestras frustraciones. Muchos hogares y escuelas "matan" la creatividad que es tan importante, en educación, como la alfabetización. Según el conferencista británico, Picasso dijo alguna vez que todos los niños nacen artistas: ¡El problema es seguir siendo artista mientras crecemos! ¡Si no estamos dispuestos a equivocarnos, nunca saldremos con nada original!
El juego como indicador "ecológico"
Aquí vuelvo al valor de jugar sin "temor a perder" del primer párrafo y a Pescetti quien explica: "El jugar no es un valor en sí mismo todopoderoso, deben crear las condiciones en las que puedan sentirse cómodos jugando. No siempre, no de cualquier manera, no con cualquiera. El juego no es solamente el ejercicio de un derecho (…) El juego florece mejor si no se siente una mirada examinadora (…)" Para el escritor santafesino, un niño que no juega es un niño enfermo. Por ello, el juego es una especie de "indicador ecológico": donde es bienvenido, hay condiciones para encontrar y expresar la propia voz.
En otros términos, si le tiramos una pelota redonda u ovalada a un pibito/a con el fin de que se convierta en Messi o en un Puma con dos toques, la pifiamos. Si lo/a mandamos a canto para que mañana facture como Tini o Maluma, la pifiamos. ¡Qué importa si mañana ese pibe/a no es Messi o Lucha Aymar pero se divierte en un canchita con amigos/as o si se convierte en un/a Pavarotti de ducha! Se trata de estimular la creatividad; se trata de que cada uno –como sostiene Pescetti- halle su voz, elabore su identidad, su estilo, encuentre un lugar en el mundo.
Una voz propia: un lugar en el tablero
Trato de poner un poco de orden en este texto enmarañado, vuelvo al fútbol: tirar un taco en Sarandí, como Zenón (sin tener la "chapa" de CR7), habla de las cartas de presentación de un estilo incipiente. Un pibe que -en un fútbol resultadista, competitivo, exigente y súper profesional- recuerda que nunca hay que perder de vista la esencia del juego.
Como cierre, uno la pelota con la educación de la mano del maestro Valdano: "Para mi gusto el estilo es todo. Es la diferencia, la distinción, lo que nos hace únicos. Si no somos distintos (…) ¿Cómo vamos a ser reconocibles? ¿De qué nos vamos a sentir orgullosos? ¿De qué nos vamos a avergonzar? El estilo es la manera de ser (…)
Si le tiramos una pelota redonda u ovalada a un pibito/a con el fin de que se convierta en Messi o en un Puma con dos toques, la pifiamos. Si lo/a mandamos a canto para que mañana facture como Tini o Maluma, la pifiamos.
En ese laboratorio de palabras: se promueve la pérdida del temor a crear; se trata de que el libro y la actividad creadora se despojen de su carácter solemne, sagrado; se busca que leer y escribir sean un desafío, un placer, una necesidad expresiva.