"Esta zamba canto a mi tierra distante/cálido pueblito de nuestro interior/
"Esta zamba canto a mi tierra distante/cálido pueblito de nuestro interior/
Tierra ardiente que inspira mi amor/ Gredosa reseca, de sol calcinante/
Recordando esa tierra quemante/ resuena mi grito ¡que calor!" Añoralgias - Les Luthiers
¡Está lindo para tomar un par de lisitos! Quizá esa es la frase más escuchada en las cálidas noches de Santa Fe de la Vera Cruz; el simple hecho de sentir calor, despierta en el espíritu santafesino la sensación y la arraigada costumbre de que al calor se lo combate con cerveza, y si es tirada, mejor, y si viene con ingredientes, más que mejor; y si es en la vereda de un bar, es la excelencia del buen estar. ¡Bienestar, buen provecho y salud!
Es que los sueños de las noches de verano santafesinas, convengamos, no son una oda al amor, ni se alagan con versos "shakespereanos". No se desenvuelven ni se complican en tramas amorosas y/o complicados romances. Aquí el verano es otra cosa. El verano aprieta desde las aguadas sienes hasta el inflamado juanete retenido en líquido; el calor santafesino, junto a su inmundo y pegajoso cómplice apodado "Humedad", son los responsables directos de las siestas letárgicas al artificial aire que se acondiciona a nuestro sudado y sufriente cuerpo ardiente en el mejor de los casos; bajo un oscilante ventilador, de techo (que es apenas mucho más que un adorno), de pie o industrial, que van removiendo el aire viciado y caliente de las soporíferas habitaciones. Me acuerdo que allá por los años ochenta aparecieron los ventiladores "Turbo", un aparato cuadrado que cuando se encendía, tapaba las voces de los tertuliantes, los ruidos del exterior y los ladridos del perro; no me acuerdo si tiraba mucho viento, pero mi memoria emotiva aún recuerda ese sonido similar a los sonidos de un "Boeing 747" resonando en mi sufrido canal auditivo. Se hace visible en mi recuerdo la imagen de mi abuelo Ñato presidiendo la mesa, pidiendo que apagaran ese infernal aparato de casi un metro cuadrado para poder escuchar la charla familiar navideña. No eran épocas de aire acondicionado y juro, que no me acuerdo si el calor era tan agobiante a lo que es hoy en día y hoy en las noches. El calor en Santa fe se vive de otra manera, se sufre, cierto, pero también tiene sus ventajas. El verano trae consigo esa fauna autóctona que atenta contra el buen descanso y la tranquilidad emocional: Los mosquitos, los grillos, las chicharras y los poco agradables alacranes.
Pobres chicharras, ellas sólo anuncian que el calor va a seguir acalorando con su estridulado canto; canto que mi memoria reordena y lo coloca como la banda de sonido que musicaliza el paisaje del paseo del Parque del Sur. Su sonido es el arrorró constante de la siestera tarde capitalina, traspasa de cabo a rabo con su chirriante y monótono sonido nuestros tímpanos, crispa nuestros cuerpos que intentan descansar plácidamente a la sombra de un paraíso, un ombú o un sauce criollo.
Y llega la noche, y con la noche, los mosquitos. Fieros, hambrientos y voraces mosquitos. En la isla, en la costa, en cualquier lugar de descanso veraniego de nuestro querido terruño, cuando el sol comienza a desaparecer, se escucha a lo lejos como si de un ejército se tratara, un sonido semejante a cientos de motos de 50 cilindrada en formación. El corazón se estruja, la piel se eriza y salimos disparados a buscar el repelente en aerosol, en crema o lo que sea para evitar los pinchazos de esas criaturitas detestables que saben de antemano que tienen que picar donde no alcanzan nuestras manos. Siempre es tarde, llegan, pican y se quedan, con el único objetivo de mortificarnos con sus picaduras y/o zumbidos.
En esa fauna nocturna, plagada de bichos que atentan contra el buen descanso, aparecen los grillos, bah, desaparecen; porque uno los escucha, pero los muy hijos de mil canciones se esconden en recovecos para llamar a su pareja sexual. En esa futura fiesta sexual chirriante, nosotros, los pobres y mal descansados humanos, somos los convidados de piedra.
Juan de Garay posó sus enfundados metálicos pies en los humedales de Cayastá allá por noviembre de 1573, me imagino que ante semejante calor, su hermana humedad, los mosquitos y los pobladores originales, no lo pensó dos veces y apunto sus proas más para el sur para ver si podía descubrir mejores aires. Así que fundó Buenos Aires (la segunda fundación, porque ya había sido fundada por Pedro de Mendoza) Pero dejó tras de sí una ciudad puerto que luego sería trasladada a éstas amadas orillas.
Digo amada, porque pese a el calor y todo lo que este acarrea, no hay santafesino/a que no ame nuestra costa. El calor sofocante junto con las alimañas que pueblan esta hermosa ciudad es sólo una de las características que sobresalen del verano santafesino. No todo es negativo, porque en Santa Fe el calor se sufre y se disfruta en partes iguales, pero la seguimos eligiendo, sigue siendo la cordial, es la tierra que Garay descubrió y el sol fundó.
Para las vagabundas almas de verano, el liso santafesino es el deseado maná que cae del cielo. No importa si es rojo, negro o amarillo, no importa tampoco si es industrial o artesanal, si viene tirado en pinta, en vaso, copón o desde una botella recargada. El liso es lisa y llanamente parte de nuestra "santafesinidad". Lo fue, lo es, y lo seguirá siendo por el resto de nuestras vidas y a lo largo de nuestras futuras generaciones.
Hoy el desafío del verano está en poder respirar bajo este abrasador clima a través del barbijo, empañando máscaras y gafas en el intento. El desafío en este verano es empezar a de una vez por todas a seguir cuidándonos para no sufrir una segunda ola en un par de meses más. No es fácil, las costas se llenan de familias, el boulevard se llena de "runners" y los cafés y restoranes se llenan de gente que ya está harta del encierro y que quiere apaciguar el hartazgo y la pandemia junto a sus amigos.
Los torneados cuerpos al sol, las personas a la sombra del sillón, los paseantes de la caída del atardecer, todos llevan bajo el tapabocas esas ganas locas de reír a carcajadas, a boca de jarro; de vivir el verano como debería vivirse, sin barbijos y sin distancia social, sin preocupaciones y con el brindis siempre a pedir de boca, y si es con una ronda de lisos…mejor. ¡Salud! (por favor), que el dinero y el amor, va y viene.