Por Augusto Munaro
Fraseo, palabras y sintaxis responden a un afán de ceremonia. Son pequeños ritos que la autora celebra en susurros, tal la delicadeza de su acento.
Por Augusto Munaro
Los poemas de Pero en el aire, de Julieta Lopérgolo, se refieren a los elementos de la vida cotidiana, aquellos que casi siempre están en lo interno de la materia, provistos de suave textura, levedad y transparencia. Imágenes construidas desde la sabia observación, en un vértigo de voces que nacen de una misma voz. El campo, el paisaje interior de la memoria como reflejo de esa soledad. Los pliegues de ese sentimiento que progresa en variaciones; el cuerpo de la memoria que cae sobre el paisaje, "como el gesto de un hueso". Un pasado que se hace carnadura en el presente: "Mi infancia es una cicatriz que viaja/ quieta como una sospecha./ Todavía arde./ Como una palabra/ en la lengua materna del viajero". Las voces del pasado, así, trepan en noches de insomnio, florecidas por la memoria, "esa alegría sin edad", "que se mantiene un segundo/ dichosa/ pero en el aire". El instante, y su fugacidad. No es extraño entonces que en cada uno de los poemas convivan la lluvia y el campo, en toda su posibilidad plástica; el monte, y la noche, como punto de inflexión con la palabra desnuda. Los poemas comienzan como buscando un hilo que luego se enlaza con una idea central, resolviéndose en finales abiertos y sugerentes, como cuando dice: "El sol pide que el agua se redima/ o se desnude/ antes de que la tarde espere con su gracia/ la caricia completa de la noche".
Pero en el aire, para Lopérgolo, cumple con un mandato. Buscar la trascendencia y dialogar con ella desde una comarca "donde el lenguaje es límite", como cierta vez arguyó la poeta Elizabeth Azcona Cranwell. Fraseo, palabras y sintaxis responden a un afán de ceremonia. Son pequeños ritos que la autora celebra en susurros, tal la delicadeza de su acento. En efecto, no hay en sus versos grandilocuencia: parece ser una poesía escrita como una ceremonia íntima, como quien alcanza "la paz incuestionable de las pérdidas". El sentido de la vida es vivir la vida, parece decir, en intencionada tautología, la poeta, pero no lo dice. Todo con una gran economía de recursos, en versos breves, con sencillez y hondura.
Fraseo, palabras y sintaxis responden a un afán de ceremonia. Son pequeños ritos que la autora celebra en susurros, tal la delicadeza de su acento.