Por Bárbara Korol
Necesitamos que las ganas de crecer, de amar, de soñar, de vivir, se renueven y alimenten. Porque es el entusiasmo lo que genera las mejores motivaciones y la raíz que hace florecer la felicidad.
Por Bárbara Korol
Me está costando levantarme temprano. Pero hago un esfuerzo.
El calor nocturno y la molesta presencia de mosquitos acechando el sueño es algo inusitado a principios de marzo en la Patagonia. El verano debería dar indicios de querer emigrar hacia otras zonas. Los días comienzan a acortarse, pero la sequedad y pesadez del ambiente mantienen su soberanía sobre los valles con perezosa picardía.
Salto de la cama y abro de par en par puertas y ventanas para refrescar mi casa. Afuera, la plenitud de la aurora con su luminiscencia me recuerda a mi querida amiga de Esperanza… nos hablamos todo el tiempo, pero extraño verla y abrazarla. Me consuela saber que la lejanía nunca logra apagar el verdadero afecto y siento que la ausencia se va disolviendo en el color de su nombre que se confunde con el cielo. De pronto, mis ojos se asombran al descubrir la luna que luce traviesa su albina cara frente al sol que asoma entre los cipreses. Detrás del bosque, el Cerro Lindo despliega su gama de verdes mientras corta implacable el horizonte claro.
Tomando unos mates solitarios y compañeros, veo que mis tomates remolones se están tiñiendo de rojo y el perejil está germinando. Eso me hace pensar en que aunque el año se avecina complicado, siempre hay motivos para la alegría. Martina duerme y entonces aprovecho para hacer un poco de ejercicio y escribir. Después el silencio se corta con risas y con juegos, porque las actividades escolares aun son un enigma que hay que resolver. Es posible que la escuela rural con jornada prologada, suspenda los talleres creativos y se desdoble en dos turnos para facilitar la distancia social entre los niños. La idea no me resulta atractiva para la educación de mi hija, pero la pandemia obliga a hacer cambios estructurales y nos tenemos que adaptar. Hoy más nunca hay que reforzar el entusiasmo. Necesitamos que las ganas de crecer, de amar, de soñar, de vivir, se renueven y alimenten. Porque es el entusiasmo lo que genera las mejores motivaciones y la raíz que hace florecer la felicidad.
La mañana se va templando con el paso de las horas. El distante canto de un gallo se va replicando en el aire hasta que el mío, gallardo, responde. La belleza lunar ya se sumergió en el abismo celestial y comienzan a sentirse los motores de las avionetas que realizan excursiones para mostrar las maravillas de la comarca con sus indomables montañas, lagos hermosos, frondosa vegetación, ríos traslúcidos y glaciares indescifrables.
Intento que la calidez en ascenso y la placidez de mis pensamientos no me dispersen demasiado. Hay que prepararse para el otoño y la estufa rusa espera ser acondicionada para entibiar mi hogar en las épocas de frío y lluvia. Ya estoy añorando los caminos de hojas amarillas y las frescas caricias del viento en mi piel. Una nostalgia de fuegos y de nieve abriga mi memoria. Me gustan los giros de estación y de acción. Son un desafío que hace que mi esencia madure y se fortalezca. Ciertos delirios y anhelos quieren envolverme en sus místicas delicias. Me resisto, solo un poco, y voy hacia la cocina a preparar el almuerzo.
Me consuela saber que la lejanía nunca logra apagar el verdadero afecto y siento que la ausencia se va disolviendo en el color de su nombre que se confunde con el cielo.
Necesitamos que las ganas de crecer, de amar, de soñar, de vivir, se renueven y alimenten. Porque es el entusiasmo lo que genera las mejores motivaciones y la raíz que hace florecer la felicidad.