La grieta en la oferta política del país tiene dos lados bien diferenciados. En uno de ellos hay partidos políticos débiles, con liderazgos en ciernes o desgastados, que procuran mantener a la Argentina dentro de la imperfecta Constitución liberal, cuyos actores ensayan dudosas eficacias comunicacionales para que en democracia los voten. Pero no logran que se eduque, ni se cure, ni se coma en los términos que el desarrollo humano exige.
Y gobierna una facción dura del peronismo kirchnerista -con Cristina al mando- que explícitamente repudia la división de poderes en procura de la inocencia autoproclamada. Incapaz de someter las abrumadoras evidencias y testimonios de corrupción a una justicia independiente, el presidente promedió su semana reconociendo que no llegarán las vacunas prometidas, acusando al mundo injusto por el mortal padecimiento. Eso mientras el Indec anuncia 6,1% de inflación mayorista.
Sin homogeneidad en la representación poblacional -los analistas hablan de archipiélagos- Pablo Guerchunoff esboza en la sociedad tres sectores. Su enfoque describe una franja de empresas internacionales y empleados que operan en el país, un sector medio de Pymes y sus trabajadores formales y un creciente número de excluidos que sobrevive en las periferias de las ciudades. La niña "M" es un emergente doloroso, que se multiplica por millones.
¿Qué dinámicas se aprecian? Muy sintéticamente, las empresas multinacionales desensillan o desinvierten; las Pymes se someten con relativa cobardía corporativa a las dádivas estatales que no reemplazan al ausente mercado interno, hasta que expulsan empleo formal a pesar de la prohibición, mientras la CGT apenas si entra a la Casa Rosada y los laburantes en negro se multiplican.
Y los movimientos sociales reclaman cada vez más a un Estado quebrado, sin atinar a salir del pobrismo asistencialista ni poder ocultar los bolsos con plata para la movilización inconducente, excepto a los efectos especulativos del próximo comicio.
La Argentina de Raúl Alfonsín recuperó las libertades pero no alcanzó a encarnar la justicia social; Carlos Menem abrió el país al mundo pero lo entregó a la inequidad y la corrupción; Néstor Kirchner gestionó los preciados superávit gemelos pero los desperdició en su enriquecida ambición personal; Cristina relató justicias multiplicando pobrezas y dilapidó U$ S 30 mil millones en reservas; Macri endeudó al gobierno en US$ 82 millones sin estabilizar las instituciones y la moneda. De Alberto se podrá decir qué hizo, en el caso de que lo haga.
Si los gremios no ahogan la educación -ningún barco flota por encima del nivel del agua- hay allí una indispensable esperanza. Como la hay en la empecinada integridad inversora y productiva del campo y la cadena agroindustrial. Si a las Pymes no las asfixian en delirios fiscales y en moneda sin valor, hay cómo formalizar empleo y recuperar salarios y consumo. Si a las multinacionales les ofrecen reglas claras, las inversiones no necesitarán amenazas ni controles desmesurados. Si a los jóvenes emprendedores no los demonizan, hay un enorme futuro en la economía del conocimiento. No es el relato el que hace a los científicos.
Los trabajadores de la salud -servicios o profesionales- han sabido demostrar su mérito. Porque es su mérito jugado en primera persona, en carne propia y con sentido de solidaridad, el que batalla en lo posible por la sanidad del país. La política sanitaria nacional no es sólo un fracaso sino una defraudación moral de acomodos para robarle la vacuna escasa a otro que más la necesita y la merece.
La Constitución liberal -incluyendo al capitalismo, a la moneda- es la norma que nos pone en común, en la hegemonía respetando la diversidad, en el diálogo reglamentado como forma de disolver las tensiones. Es un sistema que reconoce al otro; que obliga a incluir, que demanda rendir cuentas. A pesar de su imperfección, no hay tiempo y lugar en la historia moderna que demuestre un mejor sistema.
En los enunciados de la grieta Argentina hay una premisa falsa. La evidencia está en Putin, en Maduro o en los regímenes teocráticos, que tienen en común un factor decisivo: el otro no existe y por tanto se lo niega, se lo reprime, se lo encarcela, se lo asesina si es necesario. Son, no por casualidad, los socios del cristinismo y del gobierno de turno.