La actriz llevaba varios meses con con dificultades cardíacas y renales. Además, tenía Alzheimer; en marzo había sido internada de urgencia en el Hospital Rivadavia por una neumonía. Deja atrás una leyenda de la seducción en el cine, el mito en torno a sus amoríos y una rivalidad con Isabel Sarli que fue para la prensa, pero que las encontró unidas ya de grandes.
Archivo El Litoral En La flor del Irupé (1962), su filme debut, donde realizó también su primer desnudo.
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Libertad Leblanc, un de los íconos de belleza del cine nacional y considerada (por una propia decisión de marketing) “la rival de Isabel Sarli”, murió el jueves por la noche en su casa, 83 años, según informó su amiga Adela Montes. La artista que filmó más de 30 películas en el país y diez en el exterior enfrentaba un cuadro de salud muy delicado que se había deteriorado en los últimos meses, con dificultades cardíacas y renales. Además, tenía Alzheimer.
En marzo, Libertad María de los Ángeles Vichich -tal su verdadero nombre- había sido internada de urgencia en el Hospital Rivadavia por una neumonía. Al recibir el alta, siguió contando con todos los cuidados que su única hija, la kinesióloga Leonor Barujel-Vichich, había montado en el departamento de la actriz en Palermo, con dos enfermeras que la asistían las 24 horas y el equipamiento clínico necesario.
Los problemas comenzaron hace tres años cuando Libertad viajó a España para vender un departamento y sufrió una afección cardíaca. “Después de eso volvió a la Argentina y comenzó un tratamiento, pero ya nunca volvió a estar del todo bien. Se la veía muy decaída, pasaba mucho tiempo en la cama y comenzó con un principio de Alzheimer”, explicó su amiga Adela, en diálogo con los medios.
Fue entonces cuando su hija -fruto del fugaz matrimonio de Libertad con el empresario teatral Leonardo Barujel- preparó una internación domiciliaria para su madre. Leonor vive en Suiza con su marido y sus hijos, y esta vez no consiguió pasaje para estar junto a su madre, como lo hizo el mes pasado a propósito de la internación en el Rivadavia. Por esta circunstancia, organiza el velatorio a la distancia.
Los orígenes
Libertad María de los Ángeles Vicich Blanco nació un 24 de febrero, algunos dicen que en 1936, otros que en 1938, en la localidad rionegrina de Guardia Mitre. La alegría de su llegada se empañó menos de un año después cuando su padre fue asesinado. La actriz escribiría mucho tiempo después: “Ay padre, por que te quitaron de mi lado, no teniendo yo ni un añito aún. Nunca pude superarlo. ¿Por qué no pude disfrutar de tu abrazo y tu ternura? La vida empezó para mí castigándome. Mi madre me contó que las mujeres te perseguían y que muy frecuentemente para su llanto y angustia te dejabas alcanzar. Desde niño te llamaban ‘Cara de ángel’. Te mataron y nunca se supo quién fue”. Junto a la madre, fue su abuelo materno quién le brindó la figura paterna que nunca olvidaría: “Español, con sus maravillosos ojos oscuros, apasionados, en una cara de finos rasgos y piel muy blanca. Abuelo hiciste de padre. Te amaré siempre y nunca te olvidaré”.
También vivía rodeada por ocho tías divertidas y una abuela cariñosa. Pero entonces su madre se volvió a casar y la anotaron pupila en el colegio María Auxiliadora de Trelew donde se mosntró cuestionadora, frontal y desprejuiciada. Le tomaba el vino que no estaba consagrado al cura, les tiraba los tinteros a las monjas. A una le arrojó un plato y le abrió la cabeza. Cuando desarrolló su busto, la obligaron a fajarse. “Yo pensaba que tener busto era muy malo, hasta que entendí que no, que era al revés”. La echaron cuatro veces, pero como su abuela realizaba generosas donaciones, lograba que la reincorporaran.
En su adolescencia, Leblanc estudió magisterio por mandato familiar, aunque su verdadera pasión era el periodismo. Aunque se frustró su vocación, durante la adolescencia llegó a publicar algunas notas en un diario bonaerense llamado El Oeste. A los 17 años conoció a Leonardo Barujel, uno de los empresarios artísticos más conocidos de su época, y se casó con él. Tres años después estaba separada, con una hija de ocho meses y una familia que, como alguna vez escribió Susana Viau, “nunca le había perdonado su casamiento con un judío y un judío que nunca le había perdonado su deserción matrimonial”.
El boom
Enseguida, el primer premio del concurso de belleza Miss Citrus le abrió las puertas al modelaje y a las fotonovelas, muy populares entonces (aunque había estudiado teatro con Alejandra Boero y Pedro Asquini). De ahí al cine había un paso muy chiquito, pero no sucedió acá sino en Venezuela. Así se lo contaba años después a Marta Dillon: “Conocí a un periodista de ese país en el Instituto de Cine, yo siempre andaba por ahí buscando trabajo. Me vio hermosa, tan blanca, y dijo que había que llevarme al festival porque se necesitaba gente nueva. Las estrellas eran Graciela Borges, Gilda Lousek y Elsa Daniel, todas mujeres lindas y con aspecto de ingenuas. Pensé bastante qué hacer en ese festival y se me ocurrió ponerme un bikini rojo chiquitito a lunares blancos, y mientras le hacían notas a Graciela al lado de la piscina me saqué el vestido como si fuera a tomar un baño. ¡Para qué! ¡Fue un escándalo! Se me vinieron todos los periodistas al humo, los productores pedían películas mías, no podían creer que nunca hubiera filmado”. La anécdota sucedió en el hotel Tamanaco de Caracas.
Al día siguiente era portada de todos los diarios. Los distribuidores reclamaban sus películas pero no había. Un productor vio la veta comercial y le propuso filmar su primer protagónico. “La flor del Irupé” fue la primera, y aparecía desnuda. El éxito de taquilla fue descomunal. Llegó a filmar 40 películas en la Argentina y en el exterior. Realizó más de 10 temporadas de teatro latino en Nueva York donde le pagaban cinco mil dólares por función. “En esa época, eras madre o eras puta. Y si encima como yo creías que el sexo era también una cuestión de placer, directamente eras una pecaminosa”. En vez de enojarse con los prejuicios ajenos, los utilizó a su favor.
Otra vez decidió que no era señora de nadie: ella negociaba sus contratos. Apretó los dientes y se plantó ante todos. Se aparecía ante los empresarios con carita de rubia boba y mientras los distraía con su escote, lograba imponerse. Redactaba cada uno de sus contratos con cláusulas innegociables como la que obligaba a pagarle siempre: “Ni el incendio de un teatro ni una revolución pueden ser excusas”. O la que comprometía al productor “a no hacer figurar en la película a ninguna otra actriz con cabello claro”, además de cederle a Libertad el derecho exclusivo de explotación en no menos de cinco países. Por último, especificaba que ella siempre elegiría a su galán.
Dra su propia representante y coprodujo casi todas sus películas ―en una época en que ninguna mujer lo hacía―, encargándose casi siempre de la distribución y promoción de sus filmes. Al respecto, un productor mexicano, con quien Leblanc realizó ocho películas, manifestó una vez a los medios que “Libertad Leblanc, para hablar de negocios, tiene bigotes”.
Daniel Tinayre le propuso protagonizar “La cigarra no es un bicho”. Ella pidió un disparate de dinero y un lugar destacado en el cartel. El marido de Mirtha Legrand se enojó y le respondió que su apellido no valía tanto. “Me levanté, le canté las 40 y le advertí que, como mi tiempo valía, me iba de la reunión llevándome su pañuelo de seda marrón y su botella de whisky”.
Antagonistas
Lo de la rivalidad con Isabel Sarli (cuyo contraste no sólo radicaba en el color del pelo, sino entre la frontalidad de Libertad con la ingenuidad encarnada en el “¿Qué pretende usted de mí?” atribuido a la Coca), fue un invento suyo, como campaña publicitaria para el estreno en Venezuela de la película “La flor de Irupé” (1962): “Como no había un centavo para la promoción se me ocurrió poner en el afiche la frase ‘Libertad Leblanc, la rival de Isabel Sarli’. A ella no le molestó, con el que sí tuve problemas fue con Armando (Bó). No lo hice por hacer daño, lo hice para imponer mi nombre, y lo logré”. La bronca fue tal, que la actriz rechazó lo que tal vez hubiera sido el proyecto más recordado de su vida: una película junto a Sarli que se iba a llamar “El agua trajo la sal”. Pero claro, como Bó se empecinó en dirigirla, la rubia no quiso saber nada.
“La Sarli”, como solían llamarla, era, como actriz, enteramente un producto de Armando Bó; ya que el realizador argentino fue para ella padre, marido, representante, productor y director, simultáneamente. “La Leblanc”, como solían llamarle también, estaba en cambio acostumbrada desde joven a abrirse camino por sí misma.
Muchos años después los dos grandes mitos sexuales solían llamarse por teléfono y la rubia le aconsejaba: “Coca, dejá esos 70 perros. Es mejor tener un señor en tu casa. Será que yo prefiero los bichos, pero de dos piernas”. “Yo a Coca la quería mucho. Para mí fue terrible su muerte, no pensé. Sí, es verdad, se había caído, pero pensé bueno, si yo me caí tantas veces. No pensé que fuera a ser tan grave, y realmente me afectó muchísimo cuando me enteré, como la muerte de tanta gente que he querido mucho, y que quiero y recuerdo”, expresó emocionada
Su carrera en la pantalla grande que atesora una treintena de títulos, pivoteando entre Argentina, México, Venezuela, Puerto Rico y Perú, que se caracterizaron por reforzar su imagen de sex symbol a pura seducción, escotes y pasión. Algunos de esos títulos también se destacaron dentro de la cinematografía argentina por diferentes razones, artísticas y no tanto.
Leblanc fue un símbolo sexual de las décadas de 1960 y 1970, apareciendo en numerosas películas en escenas de desnudez y contenido sexual mayormente ingenuo. Una de sus películas más recordadas fue una de las primeras en su carrera, “Acosada”, de 1964.
Algunas de sus películas fueron controvertidas, como “La endemoniada”, de 1968, que contiene escenas de horror y vampirismo, con desnudez explícita. Leblanc también actuó en la serie de televisión “Naná” y en versiones de TV de las vidas de “Lola Montez” y “Lady Hamilton”.
Como “Testigo para un crimen” (1963), que marcó la primera aparición de una persona trans en el cine nacional; “María M.” (1964), que estuvo a punto de no hacerse a raíz del trágico final de matiz religioso imaginado por el director Emilio Vieyra que generó un conflicto en el Instituto de Cine y terminó modificándose; “Fuego en la sangre” (1965), la única ocasión en la que se pudo ver a una Libertad Leblanc morocha; “Psexoanálisis” (1968), el psicodélico debut en la dirección de cine de Héctor Olivera; o “Furia en la isla” (1976), que contó con una edición en VHS con escenas eróticas que nunca se vieron en pantalla grande.
Mujer libre
Fue amiga del escritor Norman Mailer, y Manuel Puig, compartió cenas con Vinicius de Moraes. Ernesto Sábato la incluyó en “Abbadón el exterminador”, en un capítulo en el que cuenta que celebra su boda con LL (en homenaje a ella). Una vez Dalmiro Sáenz le preguntó en televisión por qué “siendo tan inteligente jugaba a ser idiota en las películas”, lo frenó con un “no sabe la guita que da hacerse la idiota”, tuvo una vida intensa y única.
Con los hombres aseguraba que vivía dos tipos de relaciones: los amores y los picoteos. De los primeros contaba tres, y de los segundos admitía miles. En 2019, en el ciclo que conducen Rodrigo Lussich y Carla Conte por la pantalla de El Nueve, para sorprender con una revelación sobre uno de sus grandes amores. Todo comenzó cuando el conductor le preguntó si había tenido muchos romances a lo largo de su vida. “Amores no tanto”, se limitó a responder ella.
“¿Te enamoraste realmente o pasiones sexuales?”, indagó entonces Lussich. “Yo estuve apasionada por un cantante, sí, muy importante, que no voy a nombrar”, afirmó entonces. “Un cantante muy importante, que sigue siendo muy importante en el mundo entero”, agregó con cierto misterio. Sin embargo, ante la insistencia de los integrantes del ciclo por develar el nombre, lanzó una pista que lo dijo todo. “No es de acá. Lo digo con placidez”, expresó.
“¡Plácido Domingo chicos!”, explotaron los conductores ante la revelación. “¿Y se reencontraron alguna vez?”, preguntó entonces Lussich. “A veces. Lo que pasa que yo últimamente ando por otra parte del mundo, me aparté bastante. Y una cosa, la conciencia tiene familia, y yo soy incapaz de meterme en el medio. Puede gustarme mucho, pero hasta ahí”, sentenció.