Por Ignacio Nicolás Otrino
Estamos en un circo, uno caótico y sin ensayo, sin red de seguridad, sin rutina. Estamos en un circo donde los temas urgentes se discuten en un segundo plano.
Por Ignacio Nicolás Otrino
Psicodélica star recibiendo grandes aviones, frente a cámaras, en gesto de triunfo (¿?), de bienvenida, de anuncio, de colorida expectativa. Las luces, el murmullo y las sonoras palabras desgarrando la garganta del señor de cuidado bigote dan inicio a la función. De atrás salen payasos, un poco viejos y demasiado conocidos, con el maquillaje corrido y fingida emoción, rodeados de monitos que avivan el caos y regalan al público infeliz confusión. Corren malabaristas con estetoscopios o con bandejas de comida pidiendo perdón; se oyen niños que lloran y gritan, porque algún monito le robó el crayón.
"CirCOVID, cirCOVID... Todo el mundo juega aquí en el cirCOVID… CirCOVID, cirCOVID... Rayos y culebras en el cirCOVID".
Muchos de nosotros aún recordamos ese momento en el que nos vimos seducidos por la vida circense, buscábamos descubrir en nosotros mismos alguna habilidad digna de ser presentada como un acto, y quizás hasta intentamos (con suerte dispar) probar con hacer algunos malabares. Hoy nos vemos forzados a ser malabaristas, a hacer malabares con nuestro trabajo, nuestra economía, nuestra educación, nuestra salud, nuestras relaciones y hasta con nuestro rol como buenos ciudadanos. Mientras tanto, el señor que dirige este circo, ha cuestionado nuestras habilidades de malabaristas.
Estamos en un circo dirigido por payasos viejos, con muchos fracasos en la espalda, que intentan pelearse por ver quién tiene más poder, discuten si cierran escuelas o no preocupados por demostrar que pueden hacerlo más que por controlar una pandemia. En medio de una inerte discusión, el presidente pide superpoderes, facultades especiales que van más allá de los límites de la delegación legislativa del art. 76 de la Constitución Nacional, aunque mucho no les importe. Del otro lado, se agotan las camas, se agotan los médicos, se agotan los docentes, se daña irreparablemente a los niños, se dejan de atender otras enfermedades, se destruyen negocios, se genera incertidumbre en los más grandes respecto a si serán vacunados o si recibirán su segunda dosis.
Para muestra basta un botón. En otros mundos -más aburridos, menos circenses- los niños se hacen sus propios test rápidos, en sus propios bancos, en sus propias aulas, en sus propias y abiertas escuelas; pero los nuestros no son capaces de entender nada y se intercambian barbijos como figuritas en los recreos. En este circo parece impensable que quienes nos gobiernan testeen a los docentes los lunes y los viernes, vale más aislarlos hasta colapsar el sistema y es más barato.
Estamos en un circo, uno caótico y sin ensayo, sin red de seguridad, sin rutina. Estamos en un circo donde se discuten los temas urgentes en un segundo plano, con la música fuerte y detrás de unos carteles gigantes hechos de egos igualmente grandes. "Y los monos están devastando este lugar" (parafraseando a Fito Páez).
Mas la función sigue, no quedó en el 2020, continúa, como persiguiendo espejos de agua en la ruta caliente por el sol.
Hoy nos vemos forzados a ser malabaristas, a hacer malabares con nuestro trabajo, nuestra economía, nuestra educación, nuestra salud, nuestras relaciones y hasta con nuestro rol como buenos ciudadanos.
Estamos en un circo, uno caótico y sin ensayo, sin red de seguridad, sin rutina. Estamos en un circo donde se discuten los temas urgentes en un segundo plano, con la música fuerte y detrás de unos carteles gigantes hechos de egos igualmente grandes.