"Los que tienen nada quieren algo, los que tienen algo quieren todavía más", Silvio Rodriguez
La realidad, con sus verdades, mentiras, exageraciones, ecuaciones, PCR, conteos de muerte y carencia de estadística de vida, da cierta coherencia a la mala vida que nos toca vivir como masa de una cultura testigo de este momento único e incomparable.
"Los que tienen nada quieren algo, los que tienen algo quieren todavía más", Silvio Rodriguez
El ejercicio es simple y puede, usted, hacerlo en su casa.
Abra su red social. Preferentemente de uso "up30". Recorra las opiniones que se manifiestan acerca de la responsabilidad o irresponsabilidad de los gobernantes con sus decretos de cierre o apertura de actividades -no importa el tipo. Ingrese al perfil del opinante y, si tiene suerte con el stalkeo, a simple mirada tendrá la respuesta a la moral epidemiológica general del individuo elegido. Es posible que en el rubro "ocupación" encuentre, rápidamente, la explicación a indignaciones, pánicos y "por favores" cuyo único protocolo, difícilmente, sea otro que la afectación personal económica y de vínculo social del opinador.
Lo anterior, lejos de ser un juicio de valor, es descriptivo de cómo se conforma la "responsabilidad social" ante esta pesadilla que vivimos todos y cada uno de los seres habitantes del planeta... excepto muy pocos.
"Cierren todo"
Generalmente aquí tenemos en la base de la pirámide a quien tiene un empleo y es asalariado. Los líderes de este movimiento de los extremistas de Netflix y Play Station son los empleados públicos de las áreas no esenciales, sin hijos -ni sobrinos demasiado queridos- y con vida social "protocolizada". El grito de guerra es: "Perotti qué esperás para volver a las clases virtuales".
En este caso, debemos exceptuar al asalariado público, vinculado a la educación, que no podría tomar en serio esa reivindicación. Podría haber casos anómalos, pero, por lo general, prima la máxima borgeana de que "no se puede volver a donde nunca se estuvo".
Igualmente, es posible que algún creativo, testarudo, considere virtualidad a una hora por semana en la que una docente intenta, en vano, dirigir la construcción de un títere con un rollo de papel higiénico y el envío, por WhatsApp, de un pdf por semana con las instrucciones para que los alumnos realicen tareas que no tienen la menor idea de cómo realizar.
Más que virtual podría pasar como "educación aséptica, indolora e incolora".
Maestro mayor que sobra
En general los docentes vacunados, sobre todo aquellos que aprovecharon para dar clases privadas particulares, disimulan el alivio de no estar presentes cuando los niños "aprenden" y se limitan a poner el link de la revista científica, "The Lancet", en donde se asegura que las escuelas abiertas favorecen la circulación del COVID. Algo más, difícilmente podría darse efecto inverso positivo y disminuyen los casos.
Las generalizaciones son odiosas, pero los resultados algunas veces lo refrendan. A principio de este 2021, las clases no empezaban por "las condiciones de las escuelas, el peligro del aula, las suplencias no respetadas y los 'compañeros desocupados". Todo se solucionó con el corrimiento de un mes en el cronograma de aumentos y archívese el resto de los enojos.
En eso se mantiene la historieta que se dibuja desde hace décadas con o sin pandemia.
Con los mayores hay bipolaridad... el jubilado dice "cierren" y los abuelos no se deciden a que sus nietos ingresen al infectódromo escolar. La contradicción puede darse en el mismo ser y expresarse en circunstancias y lugares. Aunque el jubilado malviva de su renta, su mísera remuneración se mantiene igual de pobre, con lo que tampoco "de lo que vive" cambia y puede que peor situación sea la de los ancianos que venían, ya, acostumbrados a la falta de abrazos. Otros, se sienten cuidados o excusados de no ser visitados para no contagiarlos. Algunos más son aniñados por hijos mayores que los "encierran" por su bien. Hay otros más, pero no conformarían patrones.
El cristal que ve
El comerciante pide la desertificación callejera de pequeños, excepto los locales de librería y ropa para niños. En el rubro gastronómico todo está muy confuso, los empresarios no pueden manifestarse con "cierren los bares excepto el mío", quedarían expuestos, pero si se van a ver observaciones parciales y fotos de quienes "no cumplen protocolos" según la zona en la que ellos lo tienen. Los empleados, mozos, cocineros -desesperados- podrían adherir al cierre parcial de hospitales, pero los que sobrevivieron al 2020, solo leen la información que está en la cara de su patrón y adivinan si larga todo o se sigue endeudando.
La otra gran grieta ideológica, política y filosófica, en adultos, se da entre -casados o no- sin hijos o con descendencia. Hay subcategorías de separados o concubinos, tutores o encargados de infantes. Ensamblados o ensamblajes, a todos les ocurre algo parecido o me mata él o lo mato yo. Ergo, no cierren las escuelas.
El factor "¿qué hago con el crío?" es también parte de un "opino según de lo que vivo". El caso es que de tener niños, que no pueden quedarse solos, el stress puede pasar a preguntarse si "quiero vivir o no" en situaciones drásticas. Si en el perfil de la red usted ve al titular junto a dos mocosos, felices, con el mar de fondo -foto de "otra vida"- puede entremezclar insultos de todo tipo contra quienes piden cerrar las escuelas que, para el caso, sería cerrar su propia lápida o declararse zombi.
Y ellos...
El caso del vapuleado y super explotado sector público de agentes de salud que están en el frente de batalla a diario, aunque ya los declararon "veteranos" de guerra, no tiene tiempo de opinar, de pensar, ni berrinchar, lo único que esperan es que llegue su hora de posar la cabeza en la almohada para que la locura que viven se detenga al menos unas horas. Son los que saben y a los que más debería tenérselos en cuenta. Esto ocurre porque son simples ciudadanos. Valen sólo un voto, más allá de que sostienen la vida de las urnas.
Si ellos, los esencialísimos, son ignorados por valer apenas un voto, nada queda para los niños, niños y adolescentes. Ellos son el demonio y eje de la discusión de la "segunda ola". Poco importa que, en la primera, con ellos guardados, el pico de casos y muertes tocó el techo histórico. No valen ni un voto. Aunque sean la mayoría ¿Para qué preguntarles?
La ex grieta
Aunque aparece la grasada partidaria de la grieta -oficialistas vs. opositores- los milotontos de consignas van desapareciendo acuciados por la circunstancia personal que los hace desertar soldados que "aguantan los trapos" (sucios y de otros).
Hay algunos tiroteos con cebita, lejanos y aislados, pero es la propia vida la que se los lleva puesto y los pone a mirar un partido de fútbol en vez de tribunear la política electoral.
La realidad, con sus verdades, mentiras, exageraciones, ecuaciones, PCR, conteos de muerte y carencia de estadística de vida, da cierta coherencia a la mala vida que nos toca vivir como masa de una cultura testigo de este momento único e incomparable.
Dice el grafiti de Boulevard y Laprida "vos también sos la gente". Asumirlo, podría dar un poco de aire al intercambio de ideas que no termine con la guillotina absurda de "... lo que pasa que la gente" que en tiempos electorales deviene en "lo que la gente quiere". Traducido al lenguaje sordo, mudo y ciego es hablar sin decir nada.
Somos gente, somos "la gente" y, como tal, nuestras verdades tienen más que ver con lo que somos, de lo que vivimos y como vivimos que con un delirio intelectual por el interés común que, cada día, interesa menos y desvela el velo de la excusa por afianzar el ego en el centro de vida propio.
Si ellos, los esencialísimos, son ignorados por valer apenas un voto, nada queda para los niños, niños y adolescentes. Ellos son el demonio y eje de la discusión de la "segunda ola".