Gisela Mesa
Sus años como enfermero en el Hospital Carrasco de Rosario, los momentos difíciles con los pacientes, otras pandemia y más anécdotas. También su vida y obra, su familia, en una cálida entrevista con un auténtico “libro abierto”.
Gisela Mesa
Las historias subsisten gracias a la gente que las lee y, sobre todo, a quienes las cuentan con utopía y amor. Aquellas narrativas necesitan también que se les dedique tiempo para poder crear a su alrededor una atmósfera mágica, lejos del ruido y las distracciones. Las mismas pasan de generación en generación con el objetivo de mantenerlas vivas.
El abuelo José Mesa es de aquellos abuelos que cuentan sus relatos con admiración y efusión. Así fue contando sobre sus ancestros, de su padre, de la nona. Sin dudas, el enfermero del barrio Azcuénaga, el practicante del Hospital Carrasco de Rosario, se fue ganando el cariño de todo el barrio y de los que trabajaron con él.
Con 86 años de edad, José Alberto Mesa continuó viviendo en la casona con su esposa Amelia Bernal, un caserón lleno de verde y de un limonero que ha sido testigo de la crianza de toda su familia. Ese patio lleno de plantas donde matean y charlan. La pandemia obligó a un distanciamiento de sus seres queridos y, sobre todo, a cuidarlos. Sus hijas y nietos decidieron que es hora de homenajearlo en vida. “Tito” -como le dicen los más cercanos-, dialogó con Mirador Provincial para contar sobre su más preciado tesoro: su vida relatada por él mismo.
-¿Cómo llegaste a ser parte del Hospital Carrasco?
-Recuerdo que me faltaba un mes para recibirme de enfermero y por razones de distancia para trabajar, estaba más cerca el Hospital Carrasco, no sabía el trámite que había que hacer así que fui a Dirección, hablé con la secretaria, una Sta. Elena, le conté que estaba rindiendo las últimas materias de la carrera de enfermería y me dijo que tenía que ir a Secretaría y decir que quería trabajar ahí. Me manda a hablar con un Sr. Puyot. Cuando le dije, me miró con asombro. Recuerdo que me dijo: “¿Trabajar en el Carrasco, seguro?”. Y le dije: “Sí. Está a pocas cuadras de mi casa”. Se dirigió para hablar con el médico secretario de salud pública que por casualidad fue profesor mío en clínica quirúrgica; enseguida salió el pase y entré. Cabe mencionar que fui el mejor promedio de la carrera.
-Se dice que el enfermero es el que realmente está con el paciente día a día. ¿Recordás alguna anécdota que refleje esa suerte de intimidad que se da entre enfermero y paciente?
-Anécdotas muchas, pero hay una que me emociona. Es de un enfermo que ya dado por curado vuelve mucho tiempo después con vómitos de sangre, en la placa RX se ve una nueva caverna en pulmón derecho, lo medican con coagulantes y antibióticos, la esposa y sus dos pequeños hijos están fuera de la habitación, son las 12 hs. Yo salía y otra vez un tremendo vómito que llega casi hasta los pies de la cama, por su condición el paciente tenía que estar sentado. Llamo urgente al médico de guardia, mira la historia clínica Rx y dice “ya está”... No tenía pulso y aparentemente no respiraba, después baja de la cama, y me dice: “Deciles a la familia que les doy el certificado de fallecimiento en guardia, da media vuelta y se va, afuera la monja hablaba con la mujer”. Lamentablemente yo de chico pase algo así... Mi padre estaba muy enfermo y nosotros acompañábamos a mi madre con mi hermanita que tendría tres años, por eso me pegó fuerte lo que pasaba. Recuerdo latente que llamé a la mucama y al bajarle la cama escuché como un ronquido, me puse a hacer maniobras de respiración y hasta respiración boca a boca, le pedí a la mucama que me traiga adrenalina y cafeína, le inyecté en deltoides para que actúe más rápido y seguí hasta conseguir sacarlo. Después fui a la guardia donde el médico me dijo “te felicito, muy bien”. Ya eran las 2 de la tarde, le pedí al banco de sangre con la orden del médico un saché de puré en sangre y le pedí goteo lento para no aumentar la presión de sangre de golpe y hacer que vuelvan los vómitos, se salvó. Mucho tiempo después yo ya trabajaba en laboratorio y pasa él con su familia, los chicos estaban más grandes y al parecer la monja le hizo prometer a la compañera del señor que se casarían por iglesia. Esta historia termina con nosotros saliendo de padrino con la mucama.
-¿Te ha tocado vivir alguna pandemia a lo largo de tus años?
-Sí, recuerdo la epidemia de poliomielitis, no existía la vacuna, fue tremenda, pasaban unos camiones de la municipalidad fumigando, mandaban un humo y decían en voz alta “abran todas las puertas para que entre por todos lados”, era gamexane. Yo tenía 16 años cuando estaba la epidemia de polio, recuerdo que vivía en calle Italia 338 una casa de 3 departamentos, vivíamos en el Dto.1.
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-Hablanos del barrio donde creciste y de tu familia.
-Mi madre hacía flores artificiales que en esa época se usaban mucho en la ropa femenina para salir en trajes chaqueta, le hacían pedidos de casas de moda del centro boutiques, ramos de novia, pero yo la veía atendernos a nosotros, a mi padre, eran las 2 de la mañana y no se había acostado, un día le dije ya soy grande, no había cumplido los 15 años y le dije voy a trabajar en Italia y Salta había una casa de capitales. Franceses y Argentinos un establecimiento Descours y Cabaud SA. Necesitaban un cadete de escritorio, me presente y al día siguiente ya trabajaba, entraba a las 7 hasta las 11.30 y por la tarde de 15: a 18.30. Dejé el colegio y comencé primero rindiendo libre lo que me faltaba de las materias de tercer año, después me inscribí en una nocturna para terminar, estudiaba de noche, sábados y domingos completaba carpetas.
-Se comenta que te gusta escribir sobre la historia de tus ancestros. ¿Qué podés contarnos del famoso abuelo uruguayo y del abuelo irlandés Mac Laughlin?
-A mi abuelo Uruguayo le gustaba mucho leer, cuentan que todas las noches cada una de las hijas tenía que leer un trozo de una novela. Hay que tener en cuenta que en esa época sin TV, la radio la prendían para la hora oficial y el informativo.
-Ejemplos de vida, de honestidad, de respeto por la palabra, me dieron un montón. El abuelo Mac Laughlin. Él nació en Inglaterra en Manchester, el padre Irlandés con todo el dolor del mundo tuvo que dejar su país, sus amigos, su familia, no le permitían tener Hilandería, que era el oficio de sus antepasados, por eso viaja a Manchester y con un socio inglés que trabajaba en fábrica de tejidos, pero se enamora de la hermana del socio y ella de él. Fue tan fuerte ese amor que con el tiempo dejan todo y se vienen a Argentina. Ya tenían tres hijos varones y una nena de 12 años.
-Para concluir, ¿qué le dirías a tus nietos y bisnietos cuando lean esta nota?
-Lo único que le diría es que siempre tengan respeto por la palabra, que es hermoso llegar al final del camino y pensar que nunca me quedé con nada que no ganara en forma honesta. Llegué adonde estoy sin que nadie me indique el camino, estudié porque quise hacerlo, trabajé para ayudar a mi familia y estoy feliz con el deber cumplido.
“Una historia como otra seguramente, desde el hacer, desde la vocación, el compromiso, el sentirse parte. Mi papá me enseñó que ser empleado público es ante todo, una responsabilidad. Trabajar queriendo lo que se hace y dando lo mejor es parte del querernos y sentirnos capaces, es nuestra dignidad también”.
“Mi querido tío Tito, una persona ejemplar, tengo muchos recuerdos lindos, de mi juventud, cuando era novio de mi tía Cora. Siempre me ha dado buenos consejos y me ha tratado como una hija. Extraño todo de él, nuestras charlas, lo que me contaba de cuando era niño, de libros que había leído, extraño mucho su compañía, recuerdo con nostalgia y amor cada vez que voy a mi Argentina, todas las mañanas y las tardes, nos veíamos y según el día, él me esperaba con un mate nuevo”.
“Para mí, más que un tío es un padre y no veo la hora de que pase esta pandemia para volver a verlos y sentarnos en la vereda del querido barrio. Te quiero tío y te extraño”.