El patio de leña de una panadería que se convirtió en hogar de la familia teatral
La Abadía funciona en Estanislao Zeballos 3074. La fundó el actor y director Walter Alemandi en 2000 tras superar una enfermedad. Utilizó parte de la panadería familiar para gestar una sala se convirtió en uno de los espacios más queridos por los artistas independientes. “Este siempre fue un lugar de encuentro”, señaló Walter.
Gentileza Teatro de la Abadía Entendemos al teatro de la Abadía como un espacio de encuentro y creación. Eso es lo que nos define. Tener la sala lo mejor posible, pero sin dejar lo humano de lado , dice Walter Alemandi.
En el norte de la ciudad de Santa Fe, el teatro de La Abadía es como un faro. Ubicado en Estanislao Zeballos 3074, a pocas cuadras de la Esquina Encendida, este espacio congregó durante casi 21 años a los artistas independientes de la ciudad, que siempre encontraron allí no solo el cobijo de un sala donde crear, sino también la contención de un grupo humano dispuesto a compartir, en los tiempos de bonanza y todavía más en los de carencia. Una predisposición a tender la mano que proviene, tal vez, de la historia que le dio origen.
Walter Alemandi, promotor principal de la sala junto a su pareja Giselle Wulff, se integró al mundo del teatro en los ‘80, plena apertura democrática. “Empecé como empiezan todos, haciendo un taller de teatro con el ‘Negro’ Julio Beltzer y como a muchos nos pasa nos enganchamos, actuamos, luego quisimos dirigir. Y llegó un momento allá, por los ‘90 que estábamos faltos de lugares donde ensayar y encontrarnos. Yo venía de la experiencia con Beltzer del teatro taller, que era básicamente un teatro que hacíamos entre todos, cooperativo. Después, por inflaciones y demás cosas que pasan en este país tuvimos que dejar el lugar donde ensayabamos. Pero me quedó la impronta de lo independiente, del techo propio, de tener un lugar donde crear sin estar tan supeditado a horarios, que es lo que por ahí pasa en las salas oficiales”, contó en el programa "Historias que no son mías".
A finales de los ‘90, Walter tuvo un problema de salud bastante grave. “En mis momentos de dolor y de incertidumbre pude vislumbrar una sala de teatro. Así, tan simple como eso. Y me prometí que si podía salir de esa enfermedad, en algún lugar iba a poner una sala de teatro”. Ese fue el origen de lo que hoy es la Abadía. Cuando finalmente pudo superar la enfermedad y comenzó a sentirse bien, Alemandi tomó parte de la panadería familiar que todavía funciona en la misma cuadra, concretamente un viejo patio de leña y allí empezó junto a varios amigos, a edificar la sala teatral. Hablé con mi mamá y tomé parte de la panadería, que sigue funcionando al lado de la sala. De hecho, todavía existe el viejo horno de leña donde se elabora pan, donde mi papá y mi mamá trabajaron durante muchísimos años. Gracias a ellos tuve la posibilidad de tener un lugar donde empezar. Un galponcito pequeño”, rememoró.
“La noche que me informaron que estaba curado, me pasó algo que después supe que le pasó a otra gente, no es nada nuevo. Algo que nos pasa adentro, esa sensación de que es ahora o nunca para hacer algo. Esa misma noche busqué un martillo grande y empecé literalmente a tumbar mi casa, hasta que me ganaron el cansancio y las ampollas. Me acosté a dormir sobre los ladrillos que habían quedado, sucio, cansado y muy feliz. Así amanecí al día siguiente, con mi mamá mirándome absolutamente enajenada. Le comenté la idea, de que iba a tomar una parte de la panadería para cumplir mi sueño de una sala de teatro. Ella no lo podía creer, porque una panadería deja mucho más dinero que una sala de teatro. Pero me dijo que sí, me apoyó. Y ahí fue donde convoqué a mis amigos, que empezaron a venir, les comenté la idea. Vendí lo poco que tenía, una camioneta y unas máquinas de la panadería, para poder empezar a acomodar, pintar y construir la sala”, narró.
Del sueño a la realidad
Al tomar esa decisión de armar la sala, Walter descubrió algo especial: gracias al camino transitado previamente en el teatro, había construido una especie de “familia” que le dio una mano. “Mi gran familia del teatro. Todos ellos venían, cada uno hacía lo que podía. Y así el 1° de septiembre de 2000 abrimos las puertas del Teatro de la Abadía. Fue la sensación del sueño cumplido. De una gran felicidad. El sueño o la locura de una persona, sirvió para convocar a un montón de gente querida, para descubrir a otra gente que no conocía, para aprender un montón de cosas. Yo venía del palo del teatro pero empezó a llegar gente de la literatura, de la danza, de la pintura, de la música. Era muy placentero. Lo sigue siendo 21 años después, más allá de esto que nos pasa ahora con la pandemia. Hablo en plural porque estos espacios no los construye uno solo”, dijo.
Gentileza Teatro de la Abadía
Foto: Gentileza Teatro de la Abadía
Momentos difíciles
La Abadía abrió en septiembre de 2000 y en 2001 el país vivió una de sus mayores crisis. “Estuvimos a punto de naufragar, no teníamos para pagar la luz, a los talleres no venía nadie. Fue un quiebre muy fuerte. Pero hay que estar atento porque en los peores momentos aparecen luces, aparecen ángeles. Apareció Giselle, que es mi pareja, quien vino a poner el hombro. Ella se puso a la par mía y hasta el día de hoy trabaja con toda la parte de producción”, recordó Walter.
En 2003, durante la inundación, la Abadía fue un centro de distribución de ropa y demás insumos para los santafesinos afectados. “Venía la gente a traernos cosas. Salieron los talleristas a recorrer el barrio y conseguir donaciones. Se arrimó la gente de la zona. Se tiene que rescatar, dentro de lo feo, eso que ocurrió acá. Durante muchos días, la gente venía a tomarse un mate cocido, a probarse un par de zapatos o simplemente a sentarse y compartir un momento con nosotros. Fueron dos momentos que no sacudieron fuerte. Creo que las desgracias te fortalecen”, afirmó Walter.
Gentileza Teatro de la Abadía
Foto: Gentileza Teatro de la Abadía
Conocidos
“Entendemos al teatro de la Abadía como un espacio de encuentro y creación. Eso es lo que nos define. Tener la sala lo mejor posible, pero sin dejar lo humano de lado. Acá llegan los elencos del país y del mundo. Y, en otros momentos antes de la pandemia, los esperábamos con un mate. Es el abrazo, el encuentro. Saber que el que viene acá va a encontrar no solamente toda la parte tecnológica y la difusión, sino un lugar donde termina la función y nos sentamos a comer y a charlar. A preguntarnos cómo estamos. Hacemos mucho hincapié en eso. A pesar de que estamos todos con los tiempos justos, que no se pierda el encuentro humano. La excusa es el arte, no puede estar una obra de teatro por sobre lo humano, no sirve, por más éxito que tenga”, sostuvo Alemandi
“La Abadía siempre fue un lugar de encuentro. Este es un lugar en el cual muchas veces uno pierde noción del tiempo. Está como fuera del mundo. Cómo un cuento de hadas. Entramos en un mundo de ficción. Estos espacios son espacios para jugar, volver a ser niños. Eso que vamos perdiendo en la cotidianeidad cuando nos vamos haciendo grandes. Son espacios para reír, llorar y romper con esa cuestión social de que hay que ocultar las emociones. De hecho, acá trabajamos con las emociones”, agregó.
Gentileza Teatro de la Abadía
Foto: Gentileza Teatro de la Abadía
Recuerdo
Al repsasar a los muchísimos artistas que alguna vez pasaron por la sala y dejaron su impronta, Alemandi apuntó que los más grandes son los más humildes. “Con las personas con más de 50 años de actividad teatral en el lomo hay sentarse a escuchar porque ahí está el aprendizaje de vida. En los últimos tiempos murió gente querida, como Rafael Bruza, Jorge Ricci, Trompa González. Gente que estuvo años acá adentro. Pero el recuerdo de ellos siempre está”, cerró.