Este 20 de julio es doblemente especial: homenajea la amistad y lo hace en un contexto donde ella está puesta a prueba, además, por la vicisitud viral de turno. La pandemia de coronavirus tensa los hilos de esa fraterna relación poniendo a prueba las partes, que deben sostener, nutrir y proyectar el vínculo sin compartir espacios y momentos como lo desearían. Siendo la amistad entendida como un tráfico casi monopólico de emociones, proyectos, pulsos y complementos materiales y emocionales, puede acotarse su clasificación a una de las relaciones más nobles existentes en la interactividad humana. Incluso A. Moravia nos asegura que “La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea”. De allí, entonces, la necesidad de hablarle a un amigo; en su día.
¿Quién es un amigo? Bien puede ser “Aquel que llega cuando todos se han ido” y el que “No aconseja ni recrimina, sino que solo ama y calla”, como mencionan A. Camus y J. Benavente. Pero un amigo, también y principalmente, es “Una imagen que tienes de ti mismo” y que “Lo sabe todo de vos, y a pesar de ello te quiere”, tal cual señalan R. Stevenson y E. Hubbard. Puede el lector discernir, entonces, que tratamos de un ser que estará tan entregado al estímulo de uno que lo acompañará en aquellas circunstancias donde el resto del entorno parece desvanecerse para no involucrarse en esfuerzos que no lo beneficiarán en nada para sí mismo. Un amigo será el que lo hará sin pretender imponer su pensamiento o voluntad, ni mucho menos repudiar lo acontecido; sino simplemente abriendo los brazos para reponer energías y contemplar la coyuntura a afrontar.
Juntos. Así es la relación con un amigo: de a dos. Incluso más allá de lo que físicamente se comparta: las citas referidas dejan manifiesta la reciprocidad de proyecciones personales que generan los individuos al reflejarse, siendo esta condición la que – quizá – le permita a uno perdonar u omitir los defectos de su contraparte, en quien encuentra símiles falencias y hasta admiración o atracción por la forma de afrontarlas y minimizarlas. También puede una parte encontrar logros en la otra que hubiese querido conquistar, pero que disfruta de igual o mayor manera verlo cometido en esa persona tan especial que tiene al lado. En esos encuentros emocionales se puede plasmar también el efecto de “Querer pese a conocer”, porque un amigo tiene acceso incisivo a la esencia de su otra mitad (Con todas sus penurias y bajezas incluidas) y sin embargo esa exclusiva condición no lo ahuyenta.
“Es parentesco sin sangre una amistad verdadera” (P. Calderón de la Barca) y justamente “Tener un amigo no es cosa de la que pueda jactarse todo el mundo” (A. De Saint-Exupery) por lo que es necesario guardar a tu amigo bajo la llave de tu propia vida, como propone W. Shakespeare. Acaso alguien habrá detenido su día para pensar en qué persona realmente encuentra la posibilidad completa de contar con alguien que no juzga sus actos, que deja a merced la totalidad de su tiempo, recursos y herramientas para superar las vallas que la vida le interpone a su amigo o para potenciar la posibilidad de cumplir sus sueños. Un amigo es familia. Por caso también habría logrado alguien discernir sobre quién realmente le abrió las puertas de su hogar y permitido hacerlo suyo también. R. Emerson propone una reflexión pintorezca que, si bien puede generar una sonrisa descreída, mucha razón guarda: “Ve a la casa de un amigo, pues la maleza prolifera en un sendero recorrido”.
Allí marca el autor un punto de quiebre que puede detonar relaciones tan sensibles como las resultantes de amistades que aceleran corazones: la importancia de compartir, de estar e interactuar mientras se intercambian aquellos resquemores que puedan hacer tambalear la indiferencia que es base del vínculo. El autor invita a imaginar la “Casa” a la que refiere Emerson como el espacio, cualquiera fuere, en el que uno pueda enfrentar – con las armas del corazón - a su peor enemigo, que es su amigo. No dar nada malo por sentado, no regar teorías negativas en soledad, ni guardar expresiones o palabras que parecieran malintencionadas sin buscar la réplica y la explicación, que seguro existe, por parte de esa persona tan valiosa que buscamos reconfortar, para reconfortarnos. Pues es tal la necesidad de sentirnos útiles a su felicidad que J. Collins no balbucea al afirmar que “Aceptar un favor por parte de un amigo, es hacerle uno a él” al permitirle realizarlo.
No debe el lector sentirse engañado por haber buscado, tras leer el título, una declaración a un amigo y encontrar una descripción de lo que el autor caracteriza como amistad, elevándola incluso más allá del amor, porque asegura que se necesita mucho más que amor para ser amigo, tal cual expresa lo expuesto en los párrafos precedentes y en sintonía con símiles declaraciones de O. Wilde en sus escritos. No se decepcione, porque en esa misma caracterización se busca distinguir y resaltar las cualidades de un amigo. El autor también encuentra válido aclarar que quien dice amigo sólo busca unificar el sujeto destinatario, que puede ser tanto hombre como mujer; más allá del receptor que él mismo saludará este 20 de julio con las mismas líneas leídas hasta aquí.
Si el leyente igualmente necesita un empujoncito para dejar de lado el orgullo o el pudor que a veces gana terreno en las expresiones y pretende hacer justicia del título, el ensayista reserva la conclusión para eso. Cuando el enojo sea el sentimiento hacia un amigo por sus palabras - dolorosas o incómodas pero nacidas del corazón - recordar que San Juan Bosco exige “No tener por amigo a quien te alabe”, porque sólo sería un adulador. Cuando una crisis te aceche y tengas miedo de abrir la realidad a tu entorno, tener la calma de que “Sabremos quiénes son nuestros amigos cuando caigamos en la desgracia” como dijo Napoleón. Cuando se desconozca lo alocado o temerario que sea un sentimiento, idea o pulso, entender que “Un amigo es aquel que te da la libertad de ser tú mismo” (J. Morrison). Ante ello, querido lector, no dude en identificar a su verdadero amigo y agradézcale por estar ahí mientras usted mismo se compromete, corazón adentro, a ser recíproco con él (Sino debería desestimarse como amigo, ahorrar tiempo a todos y desaparecer). No se atormente, en ese camino, por las distancia marcadas por las restricciones sanitarias o por situaciones de la vida circunstanciales que los mantiene físicamente alejados, porque una amistad verdadera “No depende de cosas como el espacio y el tiempo” (R. Bach).
Sea libre con su amigo. Dígale lo feliz que se siente y agradézcale ser parte del motivo. Cuéntele sus miedos y agradézcale por ayudarlo a calmarlos. Reconózcale el poder de “Duplicar alegrías y dividir angustias por la mitad” (F. Bacon). Interpele con él sus dudas y resuelva aquello que los aleja, seguramente es una miniatura al lado del monstruo imaginado en soledad. Dígale “Feliz día”. Ame. Despójese de vanidades. Entréguese. Viva. Sea amigo. Nunca lo olvide: “Los amigos deben enfadarse de vez en cuando” (L. Pasteur) y “La verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido” (R. Tagore).