A veinticinco años del último aterrizaje redondo en L'Étoile
Indio Solari, Skay Beilinson, Poli y la troupe ricotera "disfrutaban" y renegaban de las mieles del éxito. El show en San Carlos, la muestra viva de un fenómeno único en la cultura popular argentina.
Gentileza Militancia Ricotera El misterio de Patricio Rey es un emergente de su tiempo: hoy sería imposible . En la imagen, la banda en su camarín de local sancarlino
El 16 de agosto de 1996, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota presentaron oficialmente "Luzbelito" en el mítico L'Étoile. Repitieron los días 17 y 18, en las que fueron consideradas fechas claves para los desangelados. A propósito de ello, El Litoral conversó con uno de los periodistas que analizó el fenómeno, junto a Mariano del Mazo: Pablo Perantuono (autores de "Fuimos reyes: La historia completa de los Redonditos de Ricota", Editorial Planeta). Los recitales, el lugar del álbum en la discografía del popular grupo nacido en La Plata, sus huellas sonoras y su vena contracultural, en crisis ante la llegada del éxito, y los dramas de Solari son los ejes del intercambio.
Al principio costó
Los tres shows en San Carlos suponían su cuota de desafío para el grupo comandado por la tríada Solari-Skay-Poli. Significaba ejecutar en vivo un disco "de mayor oscuridad y complejidad, y sin los hits radiales" de sus antecesores. Habría himnos, pero "al principio costó que fueran aceptados por su público". Sin embargo, como reconstruyen Del Mazo y Perantuono en el libro, en estos recitales a lleno total, fueron coreadas las ocho canciones de "Luzbelito" interpretadas por Los Redondos.
Por aquellos días y después de mucho tiempo, el Indio le concedió una nota a Clarín en la que "habló de cierta intimidad. A sus 47 años, sin hijos, llevaba de algún modo una vida bohemia, que consistía en estar en la carretera, abandonarse a ese lugar de estrella de rock. También dijo que pertenecer a una banda pero ser independiente lo obligaba a ser más profesional porque no contaba con una red detrás que lo contuviera".
República aparte
-Banda de sonido de una época y, al mismo tiempo, contraculturales y profundamente políticos. ¿Cómo se trasladaba el fenómeno redondo a los vivos?
-Eran una república aparte. Y eso se completaba con la gente: cuando iba a verlos conformaba casi un estado aparte. Un estado que emergía cada seis meses y vivía en esa fiesta hedonística durante 3 ó 4 días. Fueron muy tozudos y vehementes en lo que creyeron y se plantaron en una época en la que había condiciones más difíciles que las actuales y, también, más sencillas. Hoy, cualquiera puede producir música desde su casa y la cuelga en una nube o plataforma. Eso te puede garantizar cierta visibilidad, pero no necesariamente éxito. El grupo usufructuó todas las herramientas que había y -esto es lo más interesante- que no había. Los canales alternativos eran tocar en vivo, nada más. El misterio de Patricio Rey es un emergente de su tiempo: hoy sería imposible.
En ese sentido, fue contracultural porque siempre le dijeron que no a la televisión, el mass media de los '80 y '90. Todo lo que ocurría ahí era verdad, sin embargo, ellos generaban una patria de libertad paralela: un espacio para los excluidos, los caídos del sistema, los hijos del desempleo. Para aquellos que creían que Los Redondos eran los únicos tipos honestos, que realmente tenían una vida austera.
El conflicto
-Pareciera que el conflicto emerge cuando ese fenómeno se vuelve popular.
-Era obvio que todo eso iba a entrar en tensión con el sistema, de alguna manera u otra. El sistema no banca el éxito de un emergente alternativo. O, por lo menos, le va a oponer resistencia. La manera más fácil es reprimiendo, haciendo razzias, neutralizándote o queriéndote neutralizar con las fuerzas de seguridad. Por otro lado, creo que ellos también cometieron algunos errores, en un momento se les fue de las manos lo que estaban generando: ese monstruo, ese animal musical, esa maquinaria fabulosa.
Un día te levantás y tenés mil personas de convocatoria. A las dos semanas, cuatro mil. Dos semanas más tarde, veinte mil. Y no te das cuenta porque nadie te viene a avisar. Además, ellos tenían una dinámica bastante especial, que tiene que ver con cierta neurosis de tocar a lugares que supieran que iban a reventar. Porque no hay peor zozobra para un artista que mirar al fondo del local y ver que no está lleno. Y eso generaba aglomeraciones, muchedumbre, caos. Encima, tenés una policía como la de los '90 que reprime sin preguntar.
El caso de Walter Bulacio fue un punto de quiebre en varios sentidos. Se alejaron de la Capital, perdieron algunos fans y la bendición de la prensa progresista (La Maga, El Porteño, Cerdos & Peces) que empezaron a poner un manto de sospecha sobre la performance de la banda. En simultáneo, publican "La mosca y la sopa", el disco más radiable. De repente, la banda que tenés como un tesoro y un refugio ante la música mainstream, suena en los boliches y empieza a generar otro tipo de acercamiento.
Gentileza Alejandro Lipszyc Los Redondos eran una república aparte. Y eso se completaba con la gente: cuando iba a verlos conformaba casi un estado aparte .
Los Redondos "eran una república aparte. Y eso se completaba con la gente: cuando iba a verlos conformaba casi un estado aparte".Foto: Gentileza Alejandro Lipszyc
Huella única
-Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota fueron, ante todo, una banda de rock. Paradójicamente, la dimensión musical es la que menos se desgrana a la hora de hablar del fenómeno.
-Trataron de enhebrar una huella única, de generar un sonido en el que las influencias fueran difusas. Tanto que en una misma canción pueden parecerse a Bowie, Pearl Jam y Midnight Oil. Las imágenes y metáforas que utiliza el Indio son de muchas épocas. Son del siglo XX, pero no las contemporáneas. Abreva en la cultura de los '50 y '60, en imágenes del cómic, en la literatura argentina y, sobre todo, en el cine experimental de aquellos años. No olvidemos que Los Redondos nacieron como el soundtrack de una película experimental que estaba haciendo Solari con Guillermo Beilinson. Cuando fueron a buscarlo a Skay, su hermano, le dijeron "hagamos unos temas" y ahí empezó la historia.
Disco a disco
-¿Cómo describirías la discografía del grupo?
-Son nueve discos en veintitrés años. Podrían haber sido más porque tenían un montón de inéditos y, además, tardaron en sacar su primer álbum. Los dos primeros ("Gulp!", 1985; "Oktubre", 1986) pertenecen a distintas épocas: uno a la primavera alfonsinista y el otro al comienzo del declive con claras reminiscencias soviéticas. El sonido transmite oscuridad y, en "Gulp!", dicha por cierto hedonismo noctámbulo. Son frescos, no tienen la sofisticación de producciones posteriores.
"Un baión para el ojo idiota" (1987), "¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado" (1989) y "La mosca y la sopa" (1991) configuran la trilogía del desencanto: el fin del alfonsinismo y el comienzo del menemismo. Este cambio de época fue visto sin ningún tipo de esperanzas para ellos; al contrario, con la constatación muy fehaciente de que el menemismo había venido a celebrar algo que no había que celebrar: "el lujo es vulgaridad".
Luego vinieron "Lobo suelto Cordero atado" (1993) y "Luzbelito" (1996). En ellos hay protagonistas (Luzbel, Zippo), que recorren la obra y tienen peripecias maradonianas o menemistas: auge y caída. Es el apogeo y el derrumbe de personajes bien de los '90: tóxicos, oscuros, trapisonderos de toda laya. También es una fiesta de la metáfora a lo Solari: oblicuas, paradojales. Son álbumes hiper profesionales, grabados con estándares de calidad internacionales, posproducidos en Nueva York y Los Ángeles. Es el momento de gracia de la banda. Por esos años, la banda empieza a ensayar mucho y a tocar poco (a gran escala). El Indio y Skay tienen un gran crecimiento y mucha música escuchada: desde trip hop a bandas punk californianas o de muchos bronces.
Finalmente, "Último bondi a Finisterre" (1998) y "Momo Sampler" (2000) tienen una matriz solariana. Casi no hay saxo en ninguno de ellos, cuando Los Redondos habían puesto la guitarra y el saxo siempre al frente. ¿Qué sería de "Jijiji" sin estos instrumentos? Aparecen texturas y capas de sonidos. Hernán Aramberri se convierte en una pieza clave: pasa a ser el socio compositivo del Indio y deja de serlo Skay.
El motor
-Amante del cómic, escritor devenido en letrista, conflictuado con su voz, permanentemente disconforme con el sonido, "soy el drama". ¿Cuántos Solaris hay en Solari?
-Solari, en un momento, dice que es un poco tirano. Pero la primera víctima de su tiranía es él. Porque tiene un alto nivel de autoexigencia. Por supuesto, que entre los grandes artistas consagrados hay un sujeto detrás: iconoclasta, que todo el tiempo está ambicionando más y nunca está conforme. Después de muchos años de entrevistar personas ligadas al arte y con mucho éxito y mucha obra, podría decir que es casi un rasgo en común: el estado de temor casi permanente. Porque hay una sensación: tiene que ver con lo intangible y efímero que es el éxito o, incluso, una obra. Vos estás generando algo que sale de tu cabeza y se lo vas a entregar al público, y esa respuesta puede ser absolutamente indescifrable. Aún cuando vos seas el Indio Solari, no sabés qué respuesta va a tener. Ese fue justamente, el motor de la búsqueda, de que pudieran saltar peldaño tras peldaño y convertirse en el monstruo que fueron. No creo que suceda, pero si el Indio llegara a hacer un show podría convocar un millón de personas. Si vuelve, va a ser como el regreso de Perón, la movilización más grande de la historia.