La elección de Horacio Rosatti como presidente marcó un punto de inflexión para la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
El antes y el despúes de la elección de Horacio Rosatti como presidente de la Corte Suprema.
La elección de Horacio Rosatti como presidente marcó un punto de inflexión para la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
No por el hecho de que todo el período previo a la designación del reemplazante de Carlos Rosenkrantz haya estado cargado de intrigas, presiones internas y externas, y profusas operaciones de prensa. En realidad, ésa ha sido la norma en la mayor parte de las sucesiones en la cúspide del Poder Judicial.
Tampoco por que haya sido inusual el momento escogido para la votación (un jueves, en lugar del habitual martes, que es el día del Acuerdo semanal ordinario) o se haya adelantado por unos días, considerando que el mandato del actual presidente vence recién esta semana. De hecho, la última vez que Ricardo Lorenzetti fue reelecto, la decisión se tomó en mayo de 2015, ocho meses antes de que terminase su período; en una movida que el kirchnerismo entonces gobernante fustigó duramente y consideró un intento de condicionar al futuro gobierno.
Ni siquiera es una novedad absoluta que tanto Rosatti como Rosenkrantz se hayan votado a sí mismos, para poder así completar la mayoría con Juan Carlos Maqueda y "blindar" una decisión que no hubiese podido ser revertida con la concurrencia de los ausentes Ricardo Lorenzetti y Elena Highton. Ya había sucedido en la cuestionada Corte menemista, en beneficio de Julio Nazareno y con la oposición de Enrique Petracchi (como recuerda Lorenzetti en la carta enviada a sus colegas luego de la elección). Pero también hay un precedente en 1988 en el Tribunal todavía alfonsinista, antes de la mayoría automática que fabricó el gobierno posterior llevando los miembros a 9, tal como recuerdan operadores judiciales memoriosos y afectos a los archivos.
Así, ese año la Corte resolvió reelegir a José Severo Caballero, con el voto de Carlos Fayt, Augusto Belluscio y el propio presidente, mientras que Enrique Petracchi y Jorge Bacqué lo hicieron en disidencia, y se votaron recíprocamente.
Así, ni las intrigas y operaciones, ni la extemporaneidad, ni el controvertido (pero reglamentario) "autovoto" definen el punto de inflexión. Sí lo hace el hecho de que en esta oportunidad cada uno de esos elementos hayan sido ventilados públicamente, a través de los medios de comunicación, y sin tapujos para exponer la confrontación en términos fuertemente descalificatorios. Antes, como marca Lorenzetti, eso se zanjaba puertas adentro, entre las opacas paredes del Palacio de Justicia, y bajo reglas de cortesía.
Así fue cuando se decidió cortar con el longevo mandato del rafaelino y reemplazarlo por Rosenkrantz, y también cuando se recortó las atribuciones de éste (de las que gozaba su antecesor) y conformar una conducción "colegiada". Así fue, también, en todas las elecciones anteriores, acaso no menos cruentas.
Esta vez, por el contrario, las intrigas salieron a la luz con lujo de detalles, la secuencia por la cual Lorenzetti y Highton avisaron que no concurrirían a la reunión fue consignada en la propia acordada de elección de autoridades (buscando "blanquear" uns supuesta maniobra obstructiva), y la discrepancia con las formas del proceso fue estentóreamente vituperada a través de la publicación (en Infobae) de la carta del antiguo presidente a sus colegas, cargada de fuertes imputaciones. El "faltazo" con aviso de Lorenzetti, a su vez, se extendió a la secuencia de firma digital sucesiva de fallos, de modo que este jueves la Corte no emitió ninguno; lo cual también entra en el mutuo pase de facturas y podría llevar a revisar el mecanismo.
Éste es el punto de inflexión. Para Lorenzetti y Highton, uno tras el cual será muy difícil llevar adelante la gestión de la Corte. Para los tres ministros que ejercieron la nueva mayoría (conformada a tal efecto, y no necesariamente el de ser un "bloque" para votar), una instancia superada, que con el tiempo hallará su curso, en el cauce de los modos de relacionamiento. Aunque, como quedó claro, llegado el caso lo cortés no quita lo brutal.