El ultramontano católico Juan Manzur es un síntoma; el kirchnerismo en ejercicio sacrifica relato por pragmatismo descarnado. Los expedientes judiciales, los mercados y los votantes atormentan a la vicepresidenta; Cristina puede mostrarse enojada, irascible por momentos, pero nunca abandona el juego y difícilmente tome medidas sin calcular y sorprender. Aunque después -la debilidad de Alberto Fernández lo demuestra- los hechos verifiquen que no es infalible.
El cambio en la presidencia de la Corte a despecho de la voluntad K y el resultado de las Paso, son fronteras que estrechan a la dama. La falta de dólares es un abismo que se aproxima; el Banco Central vendió en el último mes U$ S 950 millones que no tiene (¿son encajes de ahorristas?) para retrasar la divisa y tratar -sin suerte- de contener la inflación. Miguel Pesce y Martin Guzmán se acusan mutuamente por divisas que no alcanzan, por la mecha cada vez más corta de la bomba de las Leliqs.
El fuego amigo abreva en las anacronías: las hay setentistas que amenazan con cerrar supermercados y multar empresarios. Están los ochentistas que agitan la nacionalización de depósitos. Las voces en los suburbios del Instituto Patria terminan por acelerar las implosiones en el Frente de Todos.
Tenés que leerManzur encabezó la primera reunión de gabineteLa Cámpora impone, a falta de inteligencias superadoras, la receta pobrista de gastar todo lo que se pueda, con dinero emitido sin respaldo. Es la estrategia central de Cristina detrás del comisionado tucumano, devenido en jefe de campaña, gestor de gobierno encomendado a la ayuda divina.
Incorregible como peronista (Borges dixit), Manzur puede sortear los dramas terrenales de la pobreza y la indigencia para autopercibirse un Juan XXIII presidenciable, repartiendo indulgencias -dádivas- a cambio de un paraíso que no existe en estas tierras. Pero si hay triunfo oficialista, será reclamado por ella para hacer la próxima jugada; una derrota, en cambio, se contabilizará a la cuenta de Alberto y de su jefe de gabinete. Máximo Kirchner dejó en claro que el presidente fue quien cambió a sus ministros.
En cualquiera de los dos escenarios poselectorales, Cristina sabe que el país sigue sometido al drama socioeconómico y que allí se juega su suerte: el horizonte penal de ella y sus hijos, más el futuro político del kirchnerismo. Mientras apura la farsa de convicciones divergentes por izquierda y derecha peronista, para amontonar votos, explora racionalidades administrativas. ¿Es cierto que habló con Martín Redrado?
Tenés que leerRenunció una funcionaria del Ministerio de Mujeres que había denunciado a Manzur en 2019 No sería el primer excomulgado en obtener una absolución condicional. El plan para balizar el crecimiento, que el economista dejó por escrito en su más reciente libro, exige sancionar leyes de estabilización; la norma que promocionó la Cadena Agroindustrial Argentina y el kirchnerismo hizo suya, puede ser inscripta en esa línea trazada para bajar impuestos, liberar exportaciones, generar dólares genuinos y trabajo. El progresismo traga sapos, la Mesa de Enlace se enoja con sus eslabones inmediatos.
¿Se podrán revisar el esquema tributario y el laboral de manera drástica? En Juntos por el Cambio están cometiendo el error de los que gritan gol antes que la pelota entre en el arco, y ya reclaman la presidencia de Diputados. Se advierten a sí mismos que no se prestarán al "abrazo del oso", al menos no incondicionalmente, si el PJ les plantea leyes como las que propone Redrado o las que vienen reclamando Máximo y Massa, como condición para un acuerdo por la deuda. A estas alturas está claro que sin el Fondo no se puede y sólo con el FMI no alcanza.
El acuerdo con el organismo puede llegar o no. En la dinámica socioeconómica, la convulsión es un escenario inminente y su consecuencia no distinguiría a unos y otros. El dilema de la oposición es simple: si se prestan al acuerdo político y la macroeconomía se encamina, podrían heredar un país con los dolorosos ajustes hechos a costa del peronismo que nunca es culpable; pero también podrían, hacia 2023, perder ante un PJ que siempre es capaz de rehacerse y que podría someter al país a esa supuesta condena según la cual es el único que puede sacar a la Argentina adelante.