"En vez de ocho hamburguesas me salieron doce", dice sonriente en la pantalla de los televisores la mamá de un nene, el más chico de muchos hermanos, que cerrará la escena familiar al pedir "un aplauso para los cocineros".
Cualquiera que cocine lo sabe. Una guarnición agranda el plato además de complementar a la carne. Los nutricionistas recomiendan siempre agregar verduras, pero aquí de lo que se trata es de fingir que se come más carne. El Estado fracasa, el mercado se encarga.
"En vez de ocho hamburguesas me salieron doce", dice sonriente en la pantalla de los televisores la mamá de un nene, el más chico de muchos hermanos, que cerrará la escena familiar al pedir "un aplauso para los cocineros".
La publicidad promociona un producto que recuerda el milagro de la multiplicación de los panes; el preparado de harinas de soja y trigo más vegetales deshidratados es mágico, en el sentido estricto. Un truco, un ardid con el que se invita a los consumidores a engañarse. Parece carne, no lo es.
Cuando el producto se presentó en 2020 hubo un aviso que incluyó una voz en off que pronunciaba casi una declaración de principios. Hablaba de la pandemia, de sus efectos económicos en la Argentina y de su "propósito claro de democratizar la buena alimentación".
Y seguía: "incluir proteínas como la carne es muy importante, pero no siempre es posible. Aunque a los argentinos nos encanta la carne, en 2020 su consumo cayó a los niveles más bajos en los últimos 20 años". Nada que ver con llenar la heladera. Ese paquete como el arroz, como los fideos secos o las nutritivas lentejas, o como la polenta, es para la alacena.
Argentina produce soja que en parte sirve para alimentar el ganado porcino en China; el comprador transforma la proteína vegetal en proteína animal. Aquí se hace lo contrario en algunas cocinas, donde no se vive del comedor comunitario ni se ha caído en la indigencia más extrema, se use o no para ello el famoso producto. Para que alcance. "Sabor y abundancia", promete uno de los videos.
En sus páginas oficiales, se lo dice con todas las letras: "Este producto fue creado para sumarse a la carne picada, no para reemplazarla, agrandando los platos finales" con todo el sabor de la marca.
En los hechos, es una sustitución de la proteína de carne por la de soja, pero quien lleva a cabo esa operación es el cliente, no el fabricante. Cabe imaginar que lo mismo ocurre cuando de lo que se trata es de vender hamburguesas ya elaboradas, desde siempre.
Es justo decir que no se trata de un burdo engaño, como en las etiquetas que con unas letritas muy chicas dicen "producto en base a" y muy grande la palabra "café" junto a una tentadora taza.
Mucho antes de ser un commoditie de tanto valor para el comercio exterior argentino, la soja fue la estrella de los '90. La profusa publicación de recomendaciones y modas alimenticias tuvo a la leche de soja y las milanesas de ese poroto como un adecuado sustituto. Ahora vuelve.
Las cifras de la pobreza y muy especialmente las de la indigencia en el país ponen al hambre otra vez entre los temas nucleares (por centrales, pero también por explosivos) del debate político. Basta pensar en que el 57% de los niños y adolescentes entre los 6 y los 17 años son pobres para entender que es extremadamente violenta una vida sin hamburguesas de verdad.
El mercado se ocupa, con sus recursos, de lo que no logró el ejercicio del poder en el Estado. Las respuestas de los fabricantes están siempre atentas a la realidad de los consumidores, a sus necesidades y a sus posibilidades. La pregunta es por qué aparece ahora este nuevo aliado en la cocina que estira hasta un 50% la carne a la hora de los placeres de la mesa.
Es un ejercicio saludable para los periodistas y para cualquiera que quiera reflexionar sobre la realidad de la Argentina, leer también la prensa de otros países. Su enfoque sobre las noticias referidas a los argentinos y sus problemas suele ser revelador. También es interesante leer en esas páginas en internet los comentarios de los lectores de esos otros países. Ya se sabe: allí va a parar, muchas veces, lo peor de los nacionalismos y los odios que promueven.
Durante años, los argentinos han usado y usan términos peyorativos para referirse a sus vecinos. Y viceversa.
Un apodo crece entre foristas de páginas de Chile y en redes sociales que, más allá del odio inexplicable que denota, debería hacer que los argentinos reflexionen además de ofenderse. Se nombra a la Argentina como "hambrentina". Duele, porque en parte es cierto.