Por Bárbara Korol
Sonidos de serpentinas y cascabeles se deslizan por los recovecos ocultos del alma y una utopía perdida renace con un latido del corazón.
Por Bárbara Korol
A veces vuelvo a ser un minúsculo átomo dormido flotando en la oscuridad fría y abstracta del universo. Mis emociones buscan un paréntesis de significado en el espacio amniótico de mis entrañas y me sumerjo en un letargo sin perspectivas, horizontes ni destinos. Necesito no esperar, no sentir, no soñar.
El tiempo se cristaliza y la realidad se empaña enmohecida, glutinosa y decadente. La pesadez del aire se estira con melindrosas ondulaciones que enredan los pensamientos con estambres melancólicos y extraños.
Permanezco ajena a la savia que ronronea en mis sentidos, lánguida y esquiva.
Y de repente estalla una hebra de luz, la cáscara se quiebra y convierte en polvo el pesimismo. Los deseos amanecen en el vuelo fugaz de una mariposa o en el romero que aflora sus capullos perfumando el viento. Mis manos se convierten en cuencos de vida y una sonrisa puede tener el sabor del maqui y el brillo del sol. Sonidos de serpentinas y cascabeles se deslizan por los recovecos ocultos del alma y una utopía perdida renace con un latido del corazón. Mi aliento se asombra con el revivir de la semilla y me trae nuevas promesas y visiones de esperanzas. Y entonces mi pacto con el cielo se impregna de invenciones y de magia y un soplo divino me crea nuevamente, fusionando mi carne con mis sueños. Algo adentro mío crece y me rompe, y al final florece. En el albor primitivo de mi cuerpo cosquillea un suspiro de abejas y un conjuro silvestre se desgrana sobre el paisaje añil de mi mirada. De la agreste piedra brota almizcle de líquenes antiguos y me descubro mujer imperfecta, con luchas y con miedos, sembradora de amores y nostalgias.
Mis manos se convierten en cuencos de vida y una sonrisa puede tener el sabor del maqui y el brillo del sol. Sonidos de serpentinas y cascabeles se deslizan por los recovecos ocultos del alma y una utopía perdida renace con un latido del corazón.
Algo adentro mío crece y me rompe, y al final florece. En el albor primitivo de mi cuerpo cosquillea un suspiro de abejas y un conjuro silvestre se desgrana sobre el paisaje añil de mi mirada.