El 30 de diciembre de 2004 se incendió la discoteca de Once, "República Cromañón", durante un recital de "Callejeros": la banda recién había subido al escenario; el infierno se desató por una candela (ingresada de "contrabando") que hizo arder una media sombra colgada (antirreglamentariamente) del techo; rápidamente, el sitio se convirtió en una emboscada infernal que dejó un saldo de 194 muertos y, al menos, 1432 heridos. ¡Lo que empezó como una fiesta en un boliche terminó en una terapia intensiva o en una morgue! Este hecho se considera una de las peores tragedias mundiales en la historia de la música de rock y una de las mayores tragedias no naturales en Argentina. Como dice la Ley de Murphy: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". Pasemos rápida revista de algunos datos clave: el local tenía capacidad para 1031 personas pero ese día había más 3000; en la puerta había un cartel que decía que estaba prohibido el ingreso con cohetes o bengalas pero, evidentemente, no se respetó; de las seis puertas que separaban el salón de la boletería, cuatro estaban cerradas con pasadores metálicos; los portones que daban a la calle se abrían para adentro y estaban cerrados para evitar colados; la puerta de emergencia estaba bloqueada con candados y alambres; había 15 matafuegos pero 10 estaban despresurizados y sólo 5 tenían carga (a su vez: 2 de éstos estaban vencidos desde octubre de 2004); el certificado de prevención contra incendios estaba caduco; el plano electromecánico con sello no estaba aprobado; no había grupo electrógeno y esto agigantó la tragedia porque -en medio del caos- se cortó la luz; tampoco había sistema de ventilación con extractores porque en el techo del local funcionaban 3 canchas de fútbol; las escaleras de la planta alta eran muy angostas y obstruían la circulación de la gente; una barra de bebidas improvisada angostaba los pasillos; en el entrepiso, un ventanal de 28 metros había sido tapiado; una puerta que comunicaba con un hotel vecino estaba sellada para evitar ruidos molestos... ¿Cómo podía funcionar esta trampa mortal en el corazón de la Capital Federal? ¡Empresarios inescrupulosos amparados por inspectores y funcionarios que recibían coimas para hacer la vista gorda fueron -entre otros irresponsables- el caldo de cultivo de esta masacre!
Un mes después de aquel incidente, en este mismísimo diario, Rogelio Alaniz planteaba interrogantes que aún parecen sin solución: "Conociendo las falencias de nuestros sistemas de seguridad, los niveles de corrupción en el Estado y entre los sectores empresarios; conociendo las conductas rayanas en la imbecilidad de ciertas franjas de la juventud, lo que más llama la atención es que la tragedia no hubiese ocurrido antes. Se dice que las personas razonables y virtuosas son aquellas que aprenden de sus propios errores. La pregunta a responder en estos casos es si los responsables se harán cargo de sus culpas y si en el futuro podrán evitarse tragedias como esta. Las respuestas a estos interrogantes están relacionadas y su contenido compromete no sólo al sistema institucional sino a la sociedad en su conjunto."
Nuestro "Cromañón" de cada día
Dice una vieja canción de Copani: "En esta tierra santa nadie se espanta si hay un ciclón. Y no se toma a pecho si cae el techo del comedor. Si viene el fin del mundo en un segundo por la explosión, no te preocupes, nena, que aún nos queda una salvación. ¿Y cuál es? Lo atamo' con alambre y que se pudra al sol." Para mí -por esa costumbre de saltearnos nuestros deberes ciudadanos, por esa manía de atar las cosas con alambre y por esa mal entendida y celebrada "picardía criolla"-, los argentinos vivimos en estado "Cromañon". ¡La tragedia está a la orden del día! Sólo que, a veces, no nos damos cuenta de lo cerca que la desgracia nos sopla la nuca. Para constatarlo, basta con un sencillo ejercicio que puede hacerse en cualquier esquina de la ciudad: ¿Gorriti y Aristóbulo? ¿Galicia y Zeballos? ¿General Paz y Salvador del Carril? ¿Blas Parera y Regimiento 12? Veamos: el semáforo está en rojo pero seis motos pasan igual; un solo motociclista lleva casco; sólo dos de estos vehículos tienen patente; en una de las motocicletas, viaja una familia entera (un nene de tres años va sentado sobre el tanque de nafta; papá conduce; mamá lleva un bebé en su brazo izquierdo y un cochecito en el derecho). A media cuadra del semáforo, hay un hundimiento del pavimento de 4 metros de diámetro que obstruye el flujo del tránsito (parece producido por un caño roto); los vecinos han "señalizado" el sector con palos y bolsas hasta que una cuadrilla de Aguas o de la Muni intervenga el lugar. Una sexagenaria cruza como puede por la senda peatonal mientras le afeitan la espalda dos camiones. Un delivery motorizado "ahorra tiempo'' y se sube a la vereda para alcanzar la puerta de una rotisería. Un flete hace 30 metros en contra-mano para descargar en la puerta de una casa de electrodomésticos. Un colectivo repleto de gente no tiene espacio para estacionar en la esquina porque obstruye la parada una montaña de arena que un vecino dejó ahí hasta que terminen de hacer las refacciones de su casa. Puteadas y bocinazos van y vienen dirigidos a un conductor "zombi" que se menea de izquierda a derecha mientras tipea mensajes de WhatsApp. Alguien gira pero no pone el guiñe. Otro estaciona pero no coloca balizas mientras tira por la venta una botella de gaseosa vacía (¿Quién junta eso? ¿A dónde irá a parar? ¿Obstruirá los desagües en corto plazo?). La lista puede continuar con otros "Cromañones cotidianos" que se empollan al calor de nuestra irresponsabilidad y que no toman notoriedad pública porque nos hemos acostumbrado a vivir a los porrazos (¡Los hemos naturalizado!). Es decir: ¿Estamos empeñados en empeorar el mundo que nos rodea? ¿En muchos aspectos, vale la sentencia de José Nesis: "En el país de los piolas, nos matamos como boludos"?
¿Cómo salir ilesos de República Cromañón?
Ante estos cuadros de situación, me pregunto cuáles son los imperativos cotidianos que nos mueven: "¿Si rompió, no repare? ¿Si pidió prestado, no devuelva? ¿Si ensució, no limpie? ¿Si encendió, no apague? ¿Si ofendió, no se disculpe? ¿Si se endeudó, no garpe? ¿Si depositaron confianza en usted, traicione? ¿Si prometió, no cumpla? ¿Si engendró, abandone? ¿Si adoptó, descuide?" En un contexto así, cada hombre se convierte en enemigo de cada hombre; cada uno vive sin otra seguridad que sus propias fuerzas y su propio ingenio para subsistir; hay que cuidarse constantemente las espaldas; no sólo los enemigos pueden dar puñaladas arteras, también las "icardeadas" (en sentido amplio) están a la orden del día. En un contexto así, se rompe el contrato social; la vida colectiva se torna una guerra cotidiana; los campos de cooperación y encuentro se transforman en espacios de confrontación y egoísmo. Verdaderamente, esto es vivir como los hombres de las cavernas, como "cromañones".
¿Cómo salimos ilesos de esta "República Cromañón"? Tal vez, como señala Sinay en "El apagón moral", la salida está en el imperativo categórico, pilar de la concepción moral kantiana: "Actúa de tal modo que tus acciones puedan convertirse en leyes universales. Si estás de acuerdo con que todos maten, mata; de lo contrario, no lo hagas. Si estás de acuerdo con que todos roben, roba; de lo contrario, abstente; Si estás de acuerdo con que todos mientan, miente; de lo contrario, evítalo. Si matar, robar o mentir fueran aceptadas como leyes universales de comportamiento, no tardarían en desaparecer la propiedad, la verdad y la vida. De manera que se establece así una relación entre moral y necesidad de sobrevivir."
Según el poeta John Donne: ningún hombre es una isla, sino parte de un continente; ningún hombre es un todo en sí, sino un fragmento de un conjunto; el otro es condición de "mi" existencia; somos "el otro del otro". ¿Valdrá, entonces, aquí el refranero popular que aconseja: "No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti"? ¿Será pretenciosa la sabiduría bíblica que sugiere: "Ama a tu prójimo como a ti mismo"? Concluye Sinay: "Pienso que no se puede amar por obligación o por responder a una creencia. Sin embargo, hay algo a lo que sí estamos obligados. A respetarnos. El respeto por el semejante -aun sin tener con él una historia compartida y ni siquiera un conocimiento que vaya más allá de lo instantáneo y superficial- es obligatorio. Sin esa base los contactos humanos son insostenibles."
Cada hombre se convierte en enemigo de cada hombre; cada uno vive sin otra seguridad que sus propias fuerzas y su propio ingenio para subsistir; hay que cuidarse constantemente las espaldas; no sólo los enemigos pueden dar puñaladas arteras.
En un contexto así, se rompe el contrato social; la vida colectiva se torna una guerra cotidiana; los campos de cooperación y encuentro se transforman en espacios de confrontación y egoísmo. Es vivir como los hombres de las cavernas, como "cromañones".