La muerte de Diana de Gales, la princesa del pueblo, en un accidente de coche en París a los 36 años, conmocionó al mundo.

Según Sean Smith, biógrafo de Sofía de Edimburgo, era “una excusa obvia y razonable” y la familia real británica “apoyó por completo” a la novia del príncipe Eduardo cuando anunció que no asistiría al funeral de su futura cuñada.

La muerte de Diana de Gales, la princesa del pueblo, en un accidente de coche en París a los 36 años, conmocionó al mundo.
El 6 de septiembre de 1997, la familia real la despidió en la abadía de Westminster con semblante serio y afligido.

Los jovencísimos príncipes Guillermo y Harry, rodeados por su padre, el entonces príncipe Carlos, su tío, Charles Spencer, y su abuelo, Felipe de Edimburgo, desfilaron ante una multitud llorosa. Isabel II también asistió al funeral, al igual que la mayoría de integrantes la corona. Pero faltaba uno de ellos: Sophie Rhys-Jones. Es decir, Sofía de Edimburgo.
La ausencia de la novia del príncipe Eduardo fue deliberada según Sean Smith, que acaba de publicar Sophie: Saving the Royal Family ("Sofía: la salvación de la familia real"), una biografía cuyo contenido aborda el Daily Mail.
Según el autor, hubo una "excusa obvia y razonable". Tras recibir la información por parte de un "amigo en palacio", explica que la joven "decidió que si acudía sería demasiado perturbador para la multitud. Era muy consciente de que de lejos se parecía mucho a la princesa Diana y tomó su decisión de manera cuidadosa y meditada", añade. La familia real la apoyó por completo".
Ambas fueron objeto de un sinfín de comparaciones que no les hacían ninguna gracia por sus ojos azules, sus grandes sonrisas francas y la similitud de su corte de pelo (además del color).

El parecido también se notaba en sus respectivos armarios. Sofía "elegía vestidos casi idénticos a los de Diana. Parecía estar copiándola", declara Judy Wade, biógrafa de Diana, al Daily Express. Aquello "divertía" e "irritaba" a Diana, a quien le habría gustado que Sofía cultivase "su propio look".
"No niego el parecido, pero jamás podría competir con la imagen de Diana. Yo no soy Diana", confió la futura duquesa de Edimburgo en los años 90, según el mismo medio.
Además, al parecer no se llevaban muy bien. Tanto es así que cuando llegaba la novia de Eduardo, Diana murmuraba a veces: "Oh, mira, aquí está mi doble" o “Ya ha venido Doña Perfecta”.
La discordia estaba alimentada por el resentimiento. Diana consideraba que la entrada de Sofía en el círculo real había sido mucho más fácil que la suya. Diana había entrado en su seno siendo "un corderito adolescente" y luego "la había abandonado hecha una leona".
Sofía, en cambio, tenía "experiencia". Era una mujer de mundo con una carrera profesional, ya había experimentado el amor y viajado mucho antes de conocer a Eduardo.
A diferencia de Diana, que se casó con el príncipe Carlos tras apenas trece citas, el compromiso y la boda de Eduardo y Sofía tuvo lugar en 1999, muchos años después de conocerse, lo cual le dio tiempo a familiarizarse con los códigos de la realeza. "Siempre ha sabido manejar las cosas mejor que Diana Spencer", sostiene Smith.
Entre las dos afloró una cierta rivalidad, que no hizo sino alimentar la evidente predilección de Isabel II por Sofía, considerada por muchos como "arma secreta" de la familia real. Diplomática, comprometida, trabajadora y buena confidente, con los años ha ido consolidando su estatus de miembro indispensable (y muy popular) de la familia real.
Según la autora, tras la muerte de Felipe de Edimburgo, Sofía se convirtió en el “gran apoyo” de la soberana, a la que llamaba “mamá”, siguiendo el ejemplo de su marido Eduardo.
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