El Litoral
Las sensaciones que despierta Vietnam descriptas por un santafesino global.
El Litoral
Ignacio Maciel (h)*
Al llegar a Vietnam me di cuenta que además de una mochila y una guía de viajes desactualizada, cargaba con decenas de prejuicios sobre aquél pequeño país asiático.
Es más, apenas arribado a Saigón la fantasía de encontrar a un Viet-Cong o a un maligno oficial de prolijo traje militar adornado con estrellas rojas era un deseo subyacente.
Pero en la actualidad nada de eso es posible. Vietnam hoy es un país cosmopolita invadido por turistas, la guerra se ha borrado de la memoria colectiva de los jóvenes y con el tiempo uno se acostumbra a encontrar adolescentes con banderas estadounidenses en sus remeras o buses con enormes estatuas de la libertad como logos.
Pero pasadas las visitas de rigor al “Museo de la Guerra” (para descubrir el horror desatado por el agente naranja), habiendo probado la comida callejera y concluida una noche de fiesta en el famoso bar Apocalypse Now, se me hizo difícil encontrar algo distintivo en sus pueblos y ciudades.
Por suerte, luego de agotadores buses Vietnam me reveló su más preciada perla: Hoi An. Éste simpático pueblo ribereño por caprichos del destino quedó sepultado por décadas bajo el lodo durante una crecida del río, lo que le permitió a su bella arquitectura sobrevivir a los estragos causados por 14 millones de toneladas de bombas lanzadas por los estadounidenses.
Mercados rebosantes, calles estrechas pobladas de bicicletas, vietnamitas jóvenes y ancianas con sus clásicos vestidos largos y sombreros redondos de bambú son un deleite para cualquier aficionado a la fotografía.
Sin embargo lo espectacular sucede las noches de domingo cuando la ciudad se llena de farolas de colores, los locales visten sus mejores atuendos y los turistas peregrinan hacia el río.
Allí, sentados junto a la orilla los niños ofrecen la oportunidad de pedir un deseo al prender una vela, que luego será puesta en una canasta de papel y librada a las aguas para que los “espíritus” puedan escuchar lo soñado. Juro que es mágico ver ese río de los deseos repleto de pequeñas barcas luminosas navegando corriente abajo. La foto que acompaña esta historia fue tomada justo al momento de encargar mi canasta, ya que supuse que la enorme sonrisa de la niña sería un buen augurio.
Y al parece no me equivoqué, pues mi pedido fue concedido poco tiempo después, así que doy fe de que en Hoi An, más que en ningún otro lado, desear es peligroso, pues allí los espíritus del río durante las noches de domingo se encargan de hacerlos realidad.
*I. M. Maciel es escritor, viajero incansable y fotógrafo aficionado ([email protected])