Por Estanislao Giménez Corte
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Antes que un arquitecto, es un ensayista; antes que un ensayista, es un intelectual de la arquitectura; antes que un intelectual de la arquitectura, si forzamos este ejercicio, es un lector. Un lector que desde chico se deslumbró con la palabra escrita y que, hasta hoy, sigue inmerso en ese deslumbramiento. Un lector que traza, libro a libro, su propia parábola: de las ficciones al estudio, de la literatura a la ensayística académica, de la reflexión y la observación de las ciudades y las viviendas a la acción e intervención sobre éstas.
Tanto es así, hasta tal punto es un lector que, en su juventud, cuando tuvo que elegir una carrera, las opciones en pugna eran la consabida arquitectura y ... filosofía. Hoy, Josep Montaner (Barcelona, 1954) es un reconocidísimo hombre que piensa, escribe y enseña a pensar la arquitectura, desde una perspectiva más amplia, diríase, que lo meramente funcional o utilitario, y mucho más allá de las olas “egocéntricas y neoliberales”, como las calificó. Un hombre que piensa una ciudad y exhorta a alumnos, autoridades, gobernantes, profesionales, a pensarlas también, como un desafío urgente en las sociedades contemporáneas. Y allí hay, claro, una visión sobre qué es una ciudad, pero también la imaginación o el anhelo sobre qué debería ser.
OBSERVAR, PENSAR, ESCRIBIR, HACER
Nos encontramos temprano en la mañana, en un hueco de su sobrecargada agenda, en un hotel céntrico. En su horizonte inmediato estaba su viaje a Rosario. Lo que sigue es una síntesis de esa conversación.
—¿Se pueden relacionar o yuxtaponer filosofía y arquitectura en algún punto? ¿y en todo caso, cuál sería ese punto? ¿hay una mirada filosófica o humanista de la arquitectura?
—Es una pregunta interesante. Es cierto que dudaba entre estas dos carreras o estudios. Y me incliné más por la arquitectura por la parte de proyecto, por el dibujo, el urbanismo y la función social de la arquitectura, pero siempre me quedó este interés por las humanidades. Luego, en la práctica, no llegué a estudiar filosofía, aunque he leído mucho (de y sobre ésta). Lo que sí hice, una vez que tuve que dedicarme a mi tesis doctoral, son estudios parciales, de historia contemporánea y antropología. Lo que diría es que sí (que hay una relación), ya que finalmente me he dedicado a escribir libros (he escrito casi 40). Lo que he hecho es conceptualizar desde el punto de vista de la arquitectura, pero desde un sentido humanista, o filosófico, o sociológico, o antropológico. Eso se dio también por cierta afinidad, porque yo estuve colaborando unos 25 años con un catedrático, Ignaci de Solá-Morales, que sí era arquitecto y filósofo, él sí que cumplió con las dos carreras, y fue mi maestro.
—¿Ahí está, puede decirse, el germen de tu interés por pensar la arquitectura más que hacer arquitectura? ¿Se pueden separar ambas cosas (más allá de que vos trabajaste en los dos ámbitos) lo proyectual y la reflexión sobre la arquitectura?
—Sí, sobre todo (mi interés está) en pensar sobre la arquitectura ¿no? En teorizar, y en relacionar la arquitectura más ampliamente. Desde hace 25 años que tengo la suerte de escribir en periódicos, motivado por la voluntad de intentar explicar lo que pasa en las ciudades al gran público. Ahí está la voluntad. Pero también decía ayer (por su conferencia del 13 de octubre) que la práctica social, y establecer relaciones, y pensar (la arquitectura), también interesa a partir de una praxis ¿no?
— Supongo que esa praxis, a la vez, influye en tu pensamiento intelectual; pero me pregunto ¿hay, aún antes de todo eso, un gusto por la lectura, por el trabajo intelectual en sí mismo?
—Sí, de adolescente, me pasé la vida leyendo. Y (piensa) me paso la vida leyendo (risas). Entre mis primeras lecturas estuvo uno sus grandes autores, Julio Cortázar. Siempre me ha fascinado leer. Y se podría decir que los libros que he escrito son libros que tal vez pensaba, bueno, alguien los tiene que escribir. Hay grandes novelistas (nunca me he planteado hacer una novela, pero también he escrito cosas de ficción), y cuando he hecho un libro de teoría de la arquitectura, o de urbanismo, lo he hecho porque pensaba “entre todos los libros que conozco, faltaría uno que explicase esto”. He intentado escribir lo que me parecía que faltaba.
La vivienda como especulación y ciudades desmadradas
— Señalaste que, lo mismo que en otros ámbitos, en la arquitectura también había habido una suerte de “ola neoliberal”, pero que ahora se estaban abriendo lugares alternativos para pensar y hacer arquitectura desde otro lugar. Eso se está dando en otros lugares, con los movimientos contratendenciales...
— Sí, hay un cambio, sobre todo de los más jóvenes. Hay muchos activistas, mucha gente que trabaja en cooperación, movimientos colectivos muy interesantes, nuevos colectivos trabajando de una manera más anónima. Los jóvenes ven que la arquitectura no es solamente un tipo que tiene un despacho y sus clientes, sino que hay muchas otras cosas. También sucede con los arquitectos consagrados, porque muchos se sienten responsables en parte de la especulación inmobiliaria y de todo lo que ha sucedido. Se está dando un cambio de rumbo, de experimentar más con materiales, una arquitectura más económica. (Es) una suerte de corrección de los desmanes habituales a los que la arquitectura ha contribuido.
— En la Argentina, el problema de la vivienda no se circunscribe sólo a las villas miserias o asentamientos, también afecta a la clase media, e inclusive puede decirse que hay una generación -entre los 30 y 40 años-, que tiene estudios, que tiene trabajo, pero que no puede acceder a una vivienda por un desfasaje enorme entre ingresos promedio y costo del inmueble.
— Conozco un poco el caso argentino, y realmente arrastra una falta de política de viviendas desde hace mucho tiempo. En los casos en que existen esas políticas, éstas aparecen como más sincopadas, poco planificadas. Lo que dices es cierto: no solamente hay este problema de las villas, o las favelas, sino el de la clase media. Es una distorsión del funcionamiento de una sociedad. Porque esto implica unas dificultades para emanciparse de los jóvenes. En España se alargó la edad en que los chicos se van de las casas de los padres. Debido a la burbuja inmobiliaria, las viviendas valían un 50% más del valor real, pero además está el problema de la propiedad del suelo. Tendría que haber un contrapunto de políticas sociales. El tema es que la vivienda siempre ha sido un elemento de dominio y explotación, pero a partir de los años ‘80 y ‘90, no solamente eso, sino que se convirtió en un elemento de especulación financiera. Con lo cual, si aún eran posibles políticas de vivienda mientras había suelo disponible, llega un momento en que es tan desorbitado (el desfasaje producido por la falta de suelo), que (la vivienda) se convierte sólo en un valor de cambio, que fluctúa de acuerdo con las inversiones financieras.
—¿Puede decirse que las grandes ciudades se encuentran en estado de colapso, por la cantidad de gente, por la cantidad de vehículos? ¿qué puede hacerse desde la arquitectura o desde el urbanismo, para solucionar los problemas que se generan en ciudades cuya población se multiplica?
— Tenemos que aprender de las grandes ciudades latinoamericanas, porque España tiene una infraestructura de transporte público que es bastante buena. La clave es la cuestión del transporte, pero son muchas las variables que inciden. El caso de Buenos Aires es complejo porque hay una enorme compra de automóviles. Tendría que mejorarse el transporte público y el ferrocarril. Las Naciones Unidas intentan que no haya tantos movimientos migratorios, pero es difícil: es un movimiento que no se puede detener. Y podemos también observar otra de las paradojas de las ciudades: si funcionan bien, va más gente. Como pasa en Curitiba. Pero hay un movimiento muy importante para hacer obra pública, con voluntad política, y es posible, como se está haciendo en la provincia. El Estado está supliendo una ausencia de muchos años.






