Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a Montevideo)


Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a Montevideo)
“Este estadio tenía el cemento fresquito cuando se hizo el primer Mundial. Lo construyeron en seis meses. Mucho de lo construido es original”, cuentan los uruguayos a El Litoral, en la recorrida que hicimos del estadio en la tarde de miércoles.
Se nota en los escalones de ladrillo y en las plateas de cemento, que denotan sin ningún tipo de dudas el paso del tiempo.
La inauguración fue el 18 de julio de 1930, coincidente con la fiesta patria, quizás no hubiese merecido ningún otro monumento de nuestro Uruguay el nombre tan exacto que le quedó para siempre: Estadio Centenario.
La final de la Copa Mundial enfrentó a la Selecciones de Uruguay y Argentina, con la victoria de Uruguay por 4 tantos a 2. Desde ese entonces, “El Centenario de Montevideo” (como se le conoce popularmente), fue sede de varios torneos internacionales a nivel de selecciones de mayores, como los Sudamericanos de 1942, 1956, 1967, el Mundialito de 1980, y finalmente la Copa América de 1995, siendo todos ellos ganados por Uruguay.
La FIFA sólo ha organizado una vez un Mundialito. Bajo el nombre de la Copa de Oro, entre diciembre de 1980 y enero de 1981, Uruguay fue el organizador. La historia dirá que una vez, Argentina disputó un partido un 1 de enero. Y fue precisamente en ese torneo, en el que participaron las selecciones que habían sido campeonas del mundo y, además, la de Holanda, que venía de dos subcampeonatos (el de 1974 perdiendo la final con los alemanes y la de 1978, cuando cayó con la nuestra).
La particularidad, es que en el sitio web de la Fifa no hay ninguna referencia de ese torneo y Uruguay nunca ha reclamado que se le reconozca el título como oficial.
Todo se dio en un momento de fuerte agitación política en Uruguay, cuando Havelange, en su discurso, no hizo más que brindarle un guiño al régimen dictatorial uruguayo que en ese entonces gobernaba el país. Los 50 años de la obtención de Uruguay del Mundial de 1930 y la posibilidad de armar un torneo importante, prendió rápidamente en aquél régimen militar. Había un motivo muy claro: el 30 de noviembre, un mes antes del comienzo del torneo, se realizó un plebiscito para legitimar al gobierno cívico-militar salido del golpe del 27 de junio de 1973.

La historia es mucho más amplia, pero la final de aquél Mundialito se produjo en un abarrotado estadio Centenario el 10 de enero de 1981, y se repitió el marcador del Maracanazo: 2-1 (Barrios y Victorino para los charrúas y Sócrates para Brasil). Waldemar Victorino es el mismo que años más tarde, en 1985, se puso la camiseta de Colón en un equipo lleno de figuras que se armó con la chequera del inolvidable don Joaquín Peirotén –un dirigente que dio todo por Colón y que perdió mucho también-, con figuras como Puentedura, Carnevali, Acosta Silva, Belén, Alegre, Claudio Mir, el nombrado Victorino, Hugo Zavagno y el Negro López, entre otros.
En esa final en el Centenario, apareció un grito impensado para aquél gobierno: “Se va acabar, se va acabar, la dictadura militar”. La banda de música quiso acallar aquel clamor. Pero fue el propio presidente, el que ordenó que dejara de tocar para no excitar aún más a una masa que no estaba por el silencio. Fue el germen democrático de un pueblo que aprovechó el fútbol para festejar lo que no pudo hacer antes: el “no” a aquél plebiscito.