La historia de las casas de empeño y préstamos colaterales abarca un período de más de tres mil años, con las primeros "negocios" establecidos en China. En el contexto de las sucesivas crisis económicas mundiales, esta clase de establecimientos comerciales jugó un papel importante como fuente de crédito informal, especialmente para aquellos excluidos del sistema bancario formal. En pocas palabras: como ahora, pues solo nos separa el tiempo.
Las necesidades de los desprotegidos son aprovechadas, a veces, de una manera desmedida y "sin ponerse colorado", dejando a aquellos más empobrecidos de lo que son. Estas instituciones ofrecían préstamos rápidos a cambio de objetos de valor como garantía, lo que las convirtió en una opción accesible para personas que necesitaban dinero en momentos de dificultad económica. En criollo, el salvavidas de plomo para las necesidades de muchos pero redituables para pocos, o sea para los que más tienen.
Con el boleto en la mano y sin equipajes, no estoy en condiciones de hablarles de economía porque hasta ahora no le di en el clavo, si, para comentarles del tango que lleva en sus entrañas, además del tiempo y la nostalgia… una casa de empeño como figura principal. Me refiero a "Antiguo reloj de cobre", pieza que contó con la autoría de Eduardo Marvezi (José Eduardo Mastrángelo), creador tanto de su música como de la letra. Una letra, dicho sea de paso, profunda y conmovedora, que abre el relato cargado de nostalgia, culpa, amor filial y redención:
"Antiguo reloj de cobre que vas marcando en el tiempo/ los pasajes de mi vida que me llenan de emoción/ fuiste orgullo de mi viejo que lucía en su cadena/como un cacho de sus años/ pegado en el corazón (…)"
En esta estrofa se presenta en escena "el reloj" que como tal, no es un objeto, es el testigo del tiempo, de la vida y la emoción que ello causó en el protagonista. Un asombroso recuerdo del pasado que pesa, no por el valor del cobre, sino por la memoria en su tic-tac, melodía que endulza el oído del hijo llevando su recuerdo a la imagen del reloj colgado en la cadena de su padre que lo hace explotar de emoción y amor por ser parte de su legado familiar:
"Cuantas veces calmó el llanto de consentido purrete/ mi vieja como un juguete, decía: 'prestaselo'/ y mientras él murmuraba, mi vieja se sonreía/ y contento me dormía, jugando con el reloj (…)"
Ahora sí, el reloj pasó a ser el objeto: la reliquia de su papá pasó a ser el juguete del purrete. Su padre regañaba, era su tesoro, pero accedía al pedido de la madre y como una forma de amor y dulces sueños lo alentaba a dormirse bajo su cobijo, ternura y amparo:
"Hoy ya pasaron los años, se me fue blanqueando el pelo/ el rebenque de la vida me ha golpeado sin cesar/ y en el banco prestamista he llegado a formar fila/ esperando que en la lista me llamaran a cobrar"
Comienzo del lamento: el protagonista, abatido por el presente y por el lógico envejecimiento que avanza en concordancia con la vida, con el rebenque como símbolo del maltrato. Su conciencia no lo calma, muy por el contrario, lo abruma y lo somete, entonces siente una enorme culpa por la necesidad de mal disponer de lo más preciado de su padre, de su orgullo, de esa cajita musical. Se lamenta y se castiga. La fila en el banco prestamista, esperando su turno junto a un montón de hombres pobres que pugnan por lo mismo no le estaba indicando otra cosa que había perdido su dignidad por haber empeñado la memoria, la herencia y la sangre de su amado padre:
"Perdóname viejo, si de vos me olvido/ sé que lo has querido tanto como yo/ sé que desde el cielo me estas campaneando/ Y que estas llorando, como lloro yo/ cuatro pesos sucios por esa reliquia venganza del mundo taimado y traidor"
Inevitable: aparece la culpa y la necesidad de recurrir al perdón porque él no se perdona haber cometido semejante falla por haber cortado el lazo sagrado entre ese antiguo reloj de cobre que lo unía a su viejo. No puede soportar lo demoledor del momento, siente que su padre lo ve desde el cielo, no se enoja pero siente pena por el doble peso que debe soportar: la culpa de la derrota por una parte y el dolor por saber que su padre lo está observando. Más crueldad: la historia del padre, el amor de la madre y su infancia reducidos a unas cuatro sucias monedas. Rabia, traición, indiferencia y dolor que se apoderan del protagonista:
"Me mordí fuerte las manos/ el dinero me quemaba/ y mientras que blasfemaba a la calle enderece/ y la imagen de mi madre vi que me compadecía/ y llorando me decía: el viejo te perdonó"
La desesperación lo supera y se flagela constantemente, el auto castigo domina la escena y todo el sufrimiento ahora eran de sus manos que sentían el fuego que producía ese dinero producto del empeño Sintió la traición de su propia memoria. Pero... ocurre el milagro: su madre, la misma que en la infancia lo consentía, aparece ahora como su puente de amor con el perdón de su padre, que ella misma le hace sentir. Ese "antiguo reloj de cobre" ya no está, forma ya parte de un pasado que fue sustituido por el amor de su padre y el consuelo de su madre .
Bellísimo tema musical. Existen, entre otras, versiones impagables de Selva Montrenegro y de Miguel Montero, en este último caso con el virtuoso acompañamiento de la orquesta de José Libertella. El remordimiento y la culpa son temas centrales, especialmente en la parte donde el protagonista pide perdón a su padre fallecido. La imagen de la madre que instala ese perdón que llega del cielo añade una capa de redención y consuelo, aunque el dolor persiste. La canción es un lamento por la pérdida de la inocencia y la dureza de la vida, pero también una celebración de los recuerdos y el amor familiar que perduran a pesar del tiempo y las adversidades.
Inevitable: aparece la culpa y la necesidad de recurrir al perdón porque él no se perdona haber cometido semejante falla por haber cortado el lazo sagrado entre ese antiguo reloj de cobre que lo unía a su viejo. No puede soportar lo demoledor del momento, presiente que su padre lo ve desde el cielo, no se enoja pero siente pena por el doble peso que debe soportar: la culpa de la derrota por una parte y el dolor por saber que su padre lo está observando.
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