Rogelio Alaniz
La victoria militar criolla -de la que en estos días se celebran los dos siglos- fue más importante desde el punto de vista de las consecuencias políticas que produjo que lo que las propias efemérides escolares se animan a reconocer. En primer lugar, la decisión de Manuel Belgrano de presentar batalla a las tropas del general realista Pío Tristán nació de una desobediencia, desobediencia que sorprendió a las autoridades del Triunvirato, pero también a los jefes españoles, quienes suponían que el maltrecho y desmoralizado ejército patriota continuaría su retirada hacia Córdoba o hacia Santiago del Estero.
Tucumán fue la primera victoria militar de las tropas criollas en nuestro territorio histórico. La pregunta a hacerse es la siguiente. ¿Qué habría ocurrido si Belgrano no hubiera decidido dar batalla? O, ¿qué habría pasado si hubiera sido derrotado? En cualquiera de los casos, la respuesta es relativamente sencilla: las provincias del noroeste se habrían perdido para siempre, su destino no habría sido diferente a las del Alto Perú que, como se sabe, luego pasaron a llamarse Bolivia.
Pero no concluyen allí las consecuencias. Tristán controlando Tucumán habría preparado una ofensiva inmediata hacia Córdoba. En ese caso, la maniobra de pinzas se habría perfeccionado con una ofensiva realista desde la Banda Oriental, más el apoyo de las tropas portuguesas desde Brasil. En ese contexto, es muy probable que la suerte de la revolución hubiera estado echada.
La victoria de Tucumán permitió iniciar la ofensiva hacia Salta, donde las tropas conducidas por Belgrano derrotaron una vez más a Tristán el 20 de febrero de 1813. La consolidación de este frente militar le permitió a San Martín pensar la estrategia del Ejército de los Andes, que marcharía desde Mendoza hacia Chile y, luego, por el Pacífico hacia Perú, para enfrentar a los realistas en su principal guarida: Lima y el puerto de El Callao. Para que ello fuera posible, era indispensable que la frontera norte estuviera controlada. Las batallas de Salta y Tucumán fueron el punto de partida. Luego las tropas de Güemes se encargarían del resto.
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