Prof. Martín Duarte | [email protected]
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Comenzaremos con tres citas: la primera, del propio Borges: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito... a mí me enorgullecen las que he leído”; la segunda, de Harold Bloom: “Borges fue una persona de letras capaz de hablar de otros escritores, como Shakespeare y Kafka, por ejemplo, de una manera tal que los iluminó”; la tercera, le pertenece a Abelardo Castillo: “Borges nos enseñó la felicidad de leer a los demás”. Para leer a Borges hay que leer a sus precursores.
Propongo el cuento “La casa de Asterión” como puerta de entrada al mundo fantástico del escritor argentino. ¿Quién es Asterión y qué tiene su casa de particular? Este relato funciona como una suerte de adivinanza o acertijo: el lector va reconociendo pistas claves, junta y ensambla piezas de un rompecabezas; para tal fin, necesita conocimientos previos de mitología griega. Específicamente, el texto es una relectura o reescritura del mito de El Minotauro.
¿Qué sabemos de este ser mitológico? Tiene cuerpo humano y cabeza de toro. Su apodo significa “Toro de Minos”. Su nombre propio es Asterión. Es hijo de la reina Pasifae con el Toro de Creta; producto de una infidelidad escandalosa (zoofilia) inducida por un vengativo Poseidón; es la vergüenza que el rey Minos quiere ocultar; es encerrado en un laberinto creado por Dédalo; periódicamente 14 jóvenes atenienses le son entregados como sacrificio; es asesinado por Teseo (ayudado por Ariadna, hija de Minos y Pasifae, media hermana del monstruo). Estamos frente a un engendro de la naturaleza, un paria, una deformidad que espanta, un desterrado en una trampa-prisión, un marginado de su familia y de su población... un arma letal para amedrentar a los enemigos de Creta.
¿Qué cambios hace Borges en el mito? Resalta el lado humano de la bestia (pasamos del “toro- hombre” al “hombre-toro”); lo llama por su nombre propio; le cede la palabra para que se defienda de sus detractores (El Minotauro según el propio Minotauro); lo ubica en su casa (no estaría preso -entonces- en una cárcel con forma de laberinto). Entramos en un juego de inversión: el monstruo que se nos presenta no es tan bárbaro como los paradigmas del terror lo pintan; se plantea una duda al respecto: ¿Quiénes son los auténticos malvados? ¿Las apariencias engañan?
El cuento está - mayormente- escrito en primera persona. Sólo al final del mismo, si tenemos a mano en nuestra biblioteca interior la información mitológica y la usamos adecuadamente, descubrimos la identidad de esa voz.
Veamos algunos fragmentos donde Asterión se defiende -principalmente- de sus difamadores y expone sus argumentos:
a) No está preso:
“Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera.”
“Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura?”
b) Su casa es única en el mundo como lo es él:
“No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa.”
c) Él se asusta -ironía- de los horribles ciudadanos que circundan su casa (los humanos aterran y amenazan al que apodan “monstruo”):
“Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta.”
d) Se sabe “especial” (no hay otro de su especie como pasa con otros seres mitológicos), es un poco engreído. Dentro de ese medio toro hay un cerebro humano pensante:
“No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.”
“El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.”
e) Abandonado a su suerte, despreciado por propios y extraños, busca comprender a su manera, con sus escasas herramientas intelectuales, su identidad y el sentido de su existencia:
“Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.”
f) Es un hombre-toro que no ha tenido infancia, un “chiquilín” que juega en su intrincado hogar:
“Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa.”
g) No es un caníbal, no es un asesino; es un cordial -a su manera- anfitrión que espera con ansiedad despertar de su solitaria modorra; es un “libertador”:
“Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras.”
h) Al final del cuento, reconocemos el perfil del Minotauro que aguarda una visita profética; no sospecha la amenaza de un enemigo que lo acecha; ingenuo... espera a su redentor:
“Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?”
Hasta aquí esta puerta de entrada a “La casa de Asterión”: ¡pasen, vean, lean! Al final del pasillo los esperan otros textos de Borges.
Finalmente, ahora que hemos visto el mecanismo -a groso modo- que mueve uno de los relatos borgeanos, me pregunto: por qué no jugar a escribir como Borges (aunque suene pretencioso). Sugiero lo siguiente: pensemos en otro ser de la mitología griega. Por ejemplo: la Medusa. Hagamos un cuento sobre ella: ¿Qué sabemos de Medusa? ¿Cómo será peinarse o desenredarse un pelo serpenteante? ¿Irá a la peluquería de medusas o se peinará en un serpentario? ¿Cómo se llevará con sus otras hermanas gorgonas? ¿Cómo será de incómoda su vida con el don poderoso de convertir en piedra a los humanos que la miran fijo a los ojos? No te quedes petrificado, es tu turno de reescribir tus lecturas. ¡Adelante!
Abandonado a su suerte, despreciado por propios y extraños, busca comprender a su manera, con sus escasas herramientas intelectuales, su identidad y el sentido de su existencia.
“Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos.”