Por Remo Erdosain
Remo Erdosain
La mañana amaneció nublada. Da la impresión que llovizna, pero en realidad lo que hay es humedad y neblina. Quito ha encendido las estufas y nosotros acabamos de pedir la primera vuelta de café mientras le echamos una mirada a los diarios. —La señora de Carlotto dijo que no es la Virgen María -comenta Abel con intención polémica. —No conozco a nadie que se le haya ocurrido pensar semejante cosa de esta buena mujer replica Marcial. José que acaba de sentarse a la mesa pregunta sobre el motivo de la conversación. Le explico que refiere a las declaraciones de Carlotto sobre la nota escrita por Rivas en el diario La Nación. —¿Y quién es Rivas? -pregunta José. —Es actor, dramaturgo y director de teatro explica Marcial, es decir que reúne todas las condiciones de lo que ustedes califican como gorila: es inteligente, culto y tiene honestidad intelectual. Gorila de los pies a la cabeza. —No lo conozco a Rivas subraya José. —Harías bien en conocerlo. O por lo menos, en leer la nota que escribió acusando a la señora Estela de Carlotto de estar al servicio del gobierno puntualizo. —¡Chocolate por la noticia! -exclama Marcial. —Yo pregunto -interviene Abel- ¿No hay en Madres de Plaza de Mayo y en Abuelas otras personas que no sean Bonafini y Carlotto? Lo pregunto, porque si vamos a juzgar por lo que se ve, estas señoras más que presidentes de instituciones que se dicen democráticas, son dueñas, y dueñas exclusivas de las organizaciones que encabezan. —A juzgar por los ingresos, más que una institución se trata de sociedades anónimas -comenta Marcial. —Sociedades anónimas con una accionista mayoritaria -completa Abel. —¡Ladran Sancho, señal que cabalgamos! exclama José-. Los gorilas están enojados porque lo que hizo la compañera Carlotto es continuar con su tarea de búsqueda de nietos secuestrados, pero esta vez apoyada por un gobierno que brinda todas las garantías. —En eso tenés razón enfatiza Abel-, el gobierno nacional le brinda a la señora Carlotto todas las garantías que ella reclama: le da de comer a toda su familia, y todos los parientes de esta buena señora están empleados en el Estado gracias a las garantías que le brinda este gobierno. —Vos no tenés ninguna prueba para decir eso -reacciona José. —Lo que sobran son las pruebas. Basta y alcanza con mirar las planillas de empleo del gobierno nacional o de la provincia de Buenos Aires. —Lo que habría que preguntarse señala Marcial- es si el señor Remo Carlotto es diputado por su talento como político y militante o si lo es por ser hijo de su mamá. —Tengo entendido que es un militante, un buen militante -responde José. —Como lo era Schoklender. O como lo es Máximo. O como lo era Zulemita Menem. Unos militantes bárbaros. —Las chicanas las podés guardar para los peones de tu estancia -contesta José con fastidio. —Creo digo- que a la señora la compromete esta relación con el gobierno. Una institución de derechos humanos que merezca ese nombre, se mantiene independiente del Estado que -dicho sea de paso- ha sido en algún momento el responsable de las muertes y desapariciones. Pero la señora de Carlotto comete un doble pecado: no sólo es dependiente del Estado, sino que en lo fundamental es dependiente de un gobierno, lo cual es mucho más grave. —A lo que yo le agregaría acota Marcial- que esa dependencia no es gratis, que igual que la señora Bonafini, doña Carlotto ha sabido sacar muy buenos beneficios de esa relación. —Dejen la mala leche a un costado y admitan que gracias a la gestión del gobierno en derechos humanos, pudieron reabrirse los juicios contra los genocidas. —A propósito de la palabra “genocida” observo-, la señora Carlotto admitió ¡Oh casualidad! que no todos los militares que figuran en el “Nunca más” son genocidas. —¿Y no es verdad acaso? —Puede que sea verdad consiente Marcial- pero ¡qué querés que te diga! A mí me resulta por demás sospechoso que justo cuando están por elegir un militar kirchnerista esta señora se pone amplia, tolerante y ecuánime. —Yo creo que no es verdad que sean genocidas afirmo-, por el contrario, creo que usan esa palabra para practicar una suerte de terrorismo verbal. Además insisto- si hubo genocidio todos los militares son genocidas, por acción u omisión. Pero la señora Carlotto descubrió de la mano de Milani que no todos lo son. —Una de dos -agrega Abel-, o la señora Carlotto mintió antes o miente ahora. —Capaz que mintió las dos veces -observa Marcial. —A ustedes no hay quién los conforme. Hasta hace poco, nos reprochaban que atacamos a todos los militares sin distinción, que éramos los enemigos de la reconciliación, y ahora resulta que nos atacan porque hacemos lo contrario -se queja José. —Los atacamos responde Abel- porque son unos manipuladores, porque con su actitud con Milani han demostrado que los derechos humanos nunca les interesaron en serio, y porque han logrado lo que ni los militares hubieran soñado: corromper a las instituciones de derechos humanos. —Ése es el precio que tenemos que pagar por habernos jugado a favor de los derechos humanos, mientras que los gorilas que jamás se preocuparon por estos temas ahora nos reprochan que nos juguemos en defensa de las víctimas del terrorismo de Estado. —Terrorismo de Estado que te recuerdo resalta Abel- empezó con Perón y López Rega en 1974, cuando fundaron las Tres A y largaron a los sicarios a la calle para asesinar civiles. —Insisto dice José- no nos perdonan que estemos persiguiendo a los genocidas. Y encima, ahora tenemos que soportar los reproches de los que nunca se calentaron por los derechos humanos. —Vos perdoname -le digo-, los que nunca en su vida se calentaron por los derechos humanos son tus jefes espirituales, es decir Ella y Él. Además, a los militares había que enfrentarlos cuando eran peligrosos y hacían daño, cosa que ustedes no hicieron porque tenían miedo o porque eran cómplices. Ahora, se hacen los guapos con unos viejos de noventa años que asisten a los juicios con pañales y se quedan dormidos durante las sesiones. En 1983, había que ser guapo, no treinta años después. A Menéndez había que enfrentarlo cuando salía con el cuchillo en la mano, pero en esa época ustedes estaban entretenidos redactando la amnistía. —En 1983 recuerda Marcial-, el señor Luder prometía amnistía y seguramente el señor Néstor y la señora Cristina votaron por Luder. Y por si eso no alcanzara, en tiempos de Menem -según Kirchner, el mejor presidente de la historia- los militares y los guerrilleros fueron indultados. —No comparto -concluye José.