Por Leonardo Pez


Por Leonardo Pez
Francisco Bitar dialogó con El Litoral a propósito de “Teoría y práctica”, libro publicado meses atrás por Tusquets. El narrador, poeta y ensayista, galardonado en 2017 con el segundo premio por el Fondo Nacional de las Artes, profundizó sobre la obra que se estructura en dos apartados: el primero, trabaja sobre las unidades aristotélicas de acción, tiempo y lugar; mientras que el segundo fue escrito “al calor de los cráteres en Boulevard” (NdR: socavones formados en agosto de 2015 en Bv. Pellegrini y Urquiza, por rotura del asfalto). Bitar, además, discurrió sobre el paso del tiempo como tópico de la literatura y los vínculos entre las letras y la música.
Carácter de unidad
—¿Cuál es el hilo conductor entre los relatos que componen “Teoría y práctica”?
—Eran textos afines que, con un título estructurante, podían terminar de tener cierta unidad. Desde “Acá había un río” (2015), hay una especie de materialización de un estilo que me permite reunir relatos sin que parezca que haya saltos entre uno y otro. Es una manera de capturar la evolución de mi escritura el hecho de que textos escritos en tiempos parecidos pudieran integrar un mismo libro. Tenía cierta idea de probar las posibilidades del trabajo y el estilo que venía construyendo en espacios nuevos, como podía ser algo parecido a la ciencia ficción. Lo que se pone de manifiesto en todos los cuentos es que, si bien uno puede jugar a poner la atención en una de las unidades aristotélicas, si no confluyen las tres el cuento falla. O, en todo caso, el relato se detendría en uno de los planos, lo que produciría más un efecto parecido a las búsquedas de las vanguardias, que a un relato un poco más clásico, que es lo que pasa en “Teoría y práctica”.
—Todos los textos están en tiempo presente. ¿Por qué?
—Es como un sello. Yo ya tengo ese molde para trabajar, y es un modo de encarar los textos afín al material que me interesa. Un narrador en tercera persona que tiene siempre el foco en un solo personaje. Sería raro que apareciera una historia que para mí fuera interesante en la que necesitara un narrador en primera persona y en tiempo pasado.
El presente está ahora medio en fuego cruzado: Aira es cultor del “había una vez” y entiende que en tiempo pasado hay una distancia mayor respecto al relato, y que la literatura del yo es más de corte biográfico. Mi opción por el presente no tiene nada que ver con la literatura del yo, y una manera de desmarcarme de eso es elegir la tercera persona y el foco. El tiempo en presente le devuelve al lector una sensación de cercanía con los personajes y con las acciones que se están contando; y además resuelve algunas cuestiones de tiempo verbal. Con el presente uno se mueve con mayor libertad.
Degradación
—A medida que avanzan los cuentos, se percibe un clima de desintegración, como si algo estuviera a punto de romperse a cada instante.
—El conflicto aparece en la primera línea; el resto del cuento es cómo impacta en los personajes. Está el desafío de trabajar con formas condensadas y que, al mismo tiempo, llamen a esa forma que demuestra progresión. La degradación muestra un carácter de proceso que el cadáver obtura. Igualmente, habría que desmarcarla de su contenido sombrío. Degradación en tanto el cuerpo llega a su cima en algún momento y después... La vida te demuestra cómo van cambiando tus relaciones, en la medida en que lo otro se cortocircuita: tus amigos no te pueden acompañar como antes, porque vos estás en otra. En la amistad se ve más claramente que en la pareja: el amigo que se casó, que tuvo un hijo o que se recibió. Entonces empieza a haber discordancias y quedan marcas en la historia de un grupo. Me parece que ahí hay una percepción distinta del tiempo, que se teje en relación a un otro, hay algo que me dice que eso está bien hacerlo ahora. Amar es tener una misma percepción del tiempo. Es compartir la degradación.
Me parece que la más grande aspiración que puede tener un escritor es contar la novela del tiempo. El tiempo nunca se puede contar: es inaprensible. Uno puede acercarse y ese es el logro más grande que puede tener. Pero ese desafío, esa fuerza centrífuga, muchas veces sirve como inspiración para el relato. El tiempo en narrativa es un pozo que uno intenta vaciar, pero se llena de agua todo el tiempo. Y la degradación es una gran posibilidad de contar el tiempo. Hace poco volví a encontrarme con Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota. “El pibe de los astilleros” es la historia de un héroe que se va haciendo de abajo, destroza todo a su paso, como una especie de Keyser Söze. Es el héroe nietzscheano: fuerte, aguerrido, que sobrevuela la vida. El Indio (Solari) la cuenta de una manera fabulosa. Al mismo tiempo que muestra la evolución del héroe, estaría buenísimo mostrar su degradación.
—En el libro, las relaciones se dan entre dos personajes, pero hay una tensión latente con un tercero.
—Hay algo que ocurre en el plano de la fantasías que, al entrar en contacto con la realidad, se derrumba. En Aristóteles, el relato empieza cuando una rutina que se ve quebrada. La manera de escapar son amores o nuevas aventuras con viejos amigos. El famoso triángulo del que hablaba Eliot. Alguien más camina a nuestro lado. Hay algo en ese tercero en discordia que despierta cierto sentido mortífero en el personaje. Ese es el lugar oscuro. Y si yo me concentro demasiado, me puedo convertir en ese lugar oscuro.
Cuando los personajes van a buscar eso todo termina en desastre. Es imposible ir a buscar el pasado, aquella vida con la que fantaseamos y que quizá nos prometieron. El mundo te promete que si rompés con la rutina la vas a pasar bien... y después es una mierda. La gran farsa de este mundo es que podés acceder a todo. “No lleves una vida repetitiva, tenés que querer más”. Nunca es tenés que querer mejor. Esa también es la teoría y la práctica, la fantasía y la realidad. La aspiración, creo, de todos nosotros es que no haya una disociación entre la fantasía y la realidad. A veces vivir el sueño es eso: tener tus libros, tu familia. ¿Por qué no? Hay que bajar un poco la locura: hay que apagar la tele.
Géneros afines
—Pareciera que hay una filiación del material literario con géneros cinematográficos, como el trailer.
—Sí, es un género afín a estos cuentos y a los de “Acá había un río”. El trailer y la sinopsis son géneros que tienden a resumir relatos, son como novelas comprimidas -algo que ya estaba en Borges-. Muchas veces, la opción del cuento o relato sobre la novela tenía en Borges la intención de abolir todos aquellos pasajes que se les hacían pesados. Creo que en el libro se recupera eso que, además, preocupó a escritores como (Roberto) Bolaño, (Alejandro) Zambra y (Paul) Auster.
—“El próximo nivel”, “Siempre hay explosiones a lo lejos” y “La fuerza que lanzará la flecha hacia adelante”, parecen convocar desde el título a canciones de bandas del llamado indie argentino al estilo Él mató a un policía motorizado.
—Mis preocupaciones creo que siempre pasaron por ese universo. De todas maneras, el indie es un fenómeno joven que no dijo todo en su primer momento. Está clarísimo en bandas pioneras como Él mató. Con “La síntesis O’Konor” (2017) algo pasó. Se parece más a una banda profesionalizada del rock que al viejo indie de “Un millón de euros” (2006). Todos los que empezamos trabajando a mediados del 2000 teníamos esa cosa de lo casero, de lo doméstico en la producción y en el contenido, y después el trabajo progresa.
El indie está muy menospreciado. Se considera como una especie de manifestación sosa de capas medias, cuando el rock llevaba en sí toda la gesta revolucionaria. Y el indie parecería ser lo primero que ocurre después de las derrotas del rock, como género que viene a subvertir y a libertar. ¿Qué tiene el discurso del indie, que todavía sigue siendo colectivo, artístico, pero en ese sentido no tiene que ver con el rock? En la literatura pasa lo mismo: no podemos seguir escribiendo desde Aira ni desde Saer. La vanguardia ya no sirve para nosotros. Ese discurso que respaldaba a la producción literaria como una de las bellas artes ya no existe más. Para nosotros, existe el fantasma de la vanguardia y el mercado. Con esas dos cosas, los escritores y músicos tenemos que hacer algo. El poder chupa y desintegra lo que tiene a su paso. Hay que ver el papel que juega el indie ahí. ¿Y si no es indie, qué pasó que valiera la pena en estos últimos quince años?