Jorgelina Garrote
Jorgelina Garrote
Hay etapas en la vida que a todos nos marcan; para algunos, será independizarse de la casa paterna, el nacimiento de un hijo, o la mudanza a otra ciudad. Pero hay una etapa en la vida, el pasaje de la infancia a la adolescencia que es particularmente especial. El día que Ana Frank cumplió trece años, un 12 de junio de 1942, recibió de regalo de parte de sus padres un cuaderno de hojas blancas y tapas de cartón forrado en tela roja a cuadros. Ese 12 de junio, Ana registró su primera entrada en la que cuenta las vivencias en el día de su cumpleaños. Lo que el lector sabe, a medida que vamos leyendo, es que el Diario no es un diario típico de una adolescente de trece años; su madurez y temprana vocación por la escritura, nos permitirá adentrarnos en el corazón de Ana y en una de las etapas más oscuras de la Historia del siglo XX.
El escritor, traductor y editor Eric Schierloh (La Plata, 1981), destaca dos claves de lectura para leer el Diario de Ana Frank; por un lado, en clave histórica como un testimonio en primera persona de una joven judío-alemana refugiada en Holanda junto con su familia y unos pocos amigos en lo que ella llamó el “Anexo”, pequeñas habitaciones secretas en la planta alta de un edificio donde se encontraba la empresa de su padre entre el 9 de julio de 1942 y el 1º de agosto de 1944. Y por otro, en clave literaria como el anteproyecto de una novela que Ana proyectaba escribir en el futuro. Por lo tanto, observamos en sus anotaciones la génesis de una niña-adolescente, en ese pasaje de la vida que es también la génesis de nuestra vida adulta y también la génesis de una escritura, las marcas constitutivas de la escritura en la vida de Ana Frank. “Ya sabes que desde hace un tiempo, dice en la entrada del 11 de mayo de 1944, anhelo llegar a ser periodista y más tarde escritora célebre (delirio de grandeza). ¿Seré capaz de realizar este sueño? Está por verse, pues temas no me faltan”.
Ana Frank escribió su Diario entre el 12 de junio de 1942 y el 1º de agosto de 1944. Cuando los Frank decidieron esconderse, lo primero que Ana tomó de sus pertenencias fue su diario sabiendo que sería, en esos tiempos de incertidumbre, su gran sostén. Ahora bien, ¿cuándo el diario pasó de ser en las fantasías de Ana, un registro de una posible novela futura a constituirse en sí mismo un proyecto de escritura? En la primavera de 1944 la jovencita oyó por la radio inglesa un discurso del Ministro de Educación holandés que decía que cuando la guerra culminara, se embarcaría en la compilación y publicación de los documentos escritos de la población durante la ocupación nazi. Es entonces que Ana decide revisar su diario y reescribirlo en hojas sueltas de colores. Suprime anécdotas que consideró irrelevantes, añadió datos de interés, recreó diálogos, incluyó poemas, un “Prospecto y Guía del Anexo”, esto es, una guía para quien decidiera vivir un tiempo en el refugio y diseñó personajes. Respecto de su familia y de la familia Van Dan, cambió sus nombres por seudónimos. Será su padre, Otto Frank, el único sobreviviente de los ocho refugiados, quien repondrá para la primera edición del Diario en 1947, los nombres verdaderos.
Ana ideará una lectora ideal de nombre Kitty, la destinataria de sus cartas. Kitty es la representación del diario mismo y también una lectora del futuro, una lectora que se sitúa en un espacio carente de violencia pero con memoria del pasado. Es aquí, dice Eric Schierloh, que el Diario se transforma de un mero registro cronológico de anécdotas en una obra literaria. En sus entradas observaremos el contexto histórico, la vida familiar de los Frank, los recuerdos de la escuela, la convivencia en el Anexo, un incipiente amor adolescente entre Ana y Peter, uno de los refugiados del Anexo, las reflexiones sobre sus escritos y sus estudios. Ana lee de todo para no “perder” los años de escuela. Estudia francés, inglés, alemán, historia, geografía, mitología, historia del arte, biología, álgebra, literatura holandesa, historia bíblica. “Debo estudiar para no ser ignorante, para llegar a ser periodista, que es lo primero que quiero ser. Sé que puedo escribir. Si no tengo auténtico talento para ser periodista o escritora, siempre lo haré para mí misma”.
El 4 de agosto de 1944 alguien llamó a la policía alemana para informar que en la calle Prinsengracht 263 había judíos escondidos. Los ocho refugiados fueron detenidos esa mañana. Días después fueron enviados a Westerbork, un campo de concentración holandés para judíos. De allí fueron deportados en los últimos trenes que partieron a los campos de concentración del Este, y luego a Auschwitz, en Polonia. Allí murió de hambre Edith Frank, la madre de Ana, el 6 de enero de 1945. Ana y su hermana Margot fueron trasladadas de Auschwitz a Belsen, al norte de Alemania a fines de octubre de 1944. Ambas contrajeron tifus y murieron, Margot en febrero y Ana en marzo de 1945, un mes antes de que las tropas inglesas liberasen el campo de concentración de Bergen-Belsen.
Michéle Petit en El arte de la lectura en contextos de crisis, sostiene que “la lectura nos da otro lugar, otro tiempo, otra lengua, una respiración. Se trata de la apertura de un espacio que permite la ensoñación, el pensamiento, y que da ilación a las experiencias”. La lectura, pero por sobre todo, la escritura, fue lo que mantuvo a Ana Frank en una actitud de resistencia y de ilusión propia de una joven adolescente a pesar del horror. “He sido favorecida, dice el 3 de mayo de 1944, por mi naturaleza expansiva, mi alegría y mi entereza. Cada día me siento crecer interiormente, siento la belleza de la naturaleza, la bondad de cuantos me rodean; no puedo perderme en lamentaciones”.
Los lectores de su Diario sabemos que la Historia tuvo un enemigo y millones de víctimas; sin embargo, Ana pudo proyectar en ese tiempo de encierro e incertidumbre, sus esperanzas. El 12 de junio de este año hubiese cumplido noventa años. Recordarla es hacer memoria, una vez más, del testimonio de las víctimas del Holocausto judío y una manera de visualizar los efectos reparadores de la escritura en tiempo de crisis.
“He sido favorecida, dice el 3 de mayo de 1944, por mi naturaleza expansiva, mi alegría y mi entereza. Cada día me siento crecer interiormente, siento la belleza de la naturaleza, la bondad de cuantos me rodean; no puedo perderme en lamentaciones”.
La lectura, pero por sobre todo, la escritura, fue lo que mantuvo a Ana Frank en una actitud de resistencia y de ilusión propia de una joven adolescente a pesar del horror.