Va más allá de las discrepancias ideológicas. En un extremo se encuentra la tentación totalitaria. En el otro, la pretendida apoliticidad, que en definitiva encubre o provoca la acción anti-sistema. Entre ambos (que a la postre acaban tocándose, como siempre), todo un arco de filiaciones políticas sinceras u oportunistas, que se disputan espacios virtuales y reales bajo el fuego cruzado de las redes o en los campos abiertos de las calles y las plazas.
Las marchas y contramarchas (en su literal sentido de expresión de repudio o respaldo, y también como descripción de acciones de gobierno) canalizan estas expresiones, que coexisten con menos tolerancia de lo que sería deseable y, cuando no llegan a los extremos mencionados, pueden ser encuadradas en objetivos equiparables, aunque de signo opuesto.
En tal sentido, simpatizantes y detractores del actual gobierno nacional tienen más opción que plantarse frente a un escenario electoral cada vez más cercano. Y por inoportuno y hasta irritante que ello pudiera parecer, en un contexto de crisis económica, social y humana con dimensiones de catástrofe, la revalidación de los créditos electorales nunca es extemporánea, ni soslayable.
El heterogéneo frente de extracción justicialista que gobierna la Nación y la Provincia ha tenido (tiene) a su cargo, con mayor o menor entendimiento y participación de las demás fuerzas políticas, la responsabilidad de afrontar y gestionar los efectos de la pandemia de coronavirus. Los partidos opositores, con mayor o menor entendimiento o participación (entre otras cosas, en atención a la ocupación o no de cargos ejecutivos), han salido a dejar en claro sus puntos de vista, mayormente críticos, y en algunos casos con propuestas correctivas.
No parece ocioso que ambas posturas atraviesen, dentro de un tiempo, cuando los rigores de la pandemia eventualmente hayan cedido y las inclemencias de la crisis obliguen a una acción decidida, el test de las urnas, para medir el aval que sus respectivos mensajes recogen en el electorado, más allá de la masividad de marchas de opinable relevancia numérica, y de la virulencia de los trolls y otras criaturas mitológicas guarecidas en la virtualidad. La lógica del sistema democrático conecta a unos y otros en este punto, así como los separa de quienes militan en los extremos.
Dicho lo cual, conviene advertir que la política no está en cuarentena, ni mucho menos. Y en la provincia, transcurre por vertientes de caudal variable y curso sinuoso. El gobierno de Perotti intenta una suerte de relanzamiento, luego de una (demasiado) larga parálisis inicial, y lidiando aún con problemas de comunicación eficaz, algunas vacilaciones y no pocas contradicciones internas. La oposición parlamentaria aguarda y se declara dispuesta al debate, aunque no en todos los casos es posible dar con los interlocutores adecuados.
Mientras tanto, subterráneamente ensaya estrategias, y se pregunta por la viabilidad de un "frente de frentes", capaz de aunar fuerzas para explotar las debilidades del gobierno e imponerse en las urnas. Una posibilidad que entusiasma a la mayoría de los múltiples sectores radicales, pero que se topa con las recíprocas resistencias del socialismo y el PRO, sobre la base de alusiones a la incompatibilidad ideológica, o a otras de tenor más pragmático: ¿quién de esos dos partidos estaría dispuesto a secundar al otro en una lista, como históricamente sí aceptó hacer la UCR? Algunos creen que esto podría dirimirse mediante la herramienta de las Paso, otros que de ninguna manera.
No se trata de un tema menor, dado que el año que viene Santa Fe renueva no sólo concejales y la mitad de sus diputados nacionales, sino también sus tres senadores nacionales. Y que, también, la pospandemia (cuando sea que empiece) va a ser larga.