Los afiches de Cristina con Insaurralde saludando al Papa llenaron la ciudad de Buenos Aires. La generosidad de Francisco con la mujer que lo descalificó y maltrató cuantas veces pudo, no merecía ser retribuida con esta maniobra infame. Foto: DyN

Por Rogelio Alaniz

Los afiches de Cristina con Insaurralde saludando al Papa llenaron la ciudad de Buenos Aires. La generosidad de Francisco con la mujer que lo descalificó y maltrató cuantas veces pudo, no merecía ser retribuida con esta maniobra infame. Foto: DyN
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“Cruel en el cartel, la propaganda manda cruel en el cartel, y en el fetiche de un afiche de papel, se vende la ilusión, se rifa el corazón”. Homero Expósito
Creería que la foto del Papa con Insaurralde y la señora no va a decidir la elección primaria en la provincia de Buenos Aires. Es más, es muy probable que la maniobra provoque efectos opuestos a los buscados, como suele ocurrir con operaciones que pretenden de manera grosera manipular a la opinión pública. Tal como se presentan los hechos, lo mejor que le podría pasar al gobierno con este lamentable episodio es que el olvido se encargue de consumirlo, y dentro de una semana nadie se acuerde del bochornoso afiche y la bochornosa maniobra que lo presidió.
Honestamente, el Papa no se merecía esto. El hombre que hoy nos honra como argentinos en la máxima responsabilidad de la Iglesia Católica, el hombre amado por millones de personas en el mundo, no merecía ser usado de una manera tan grosera. La generosidad de Francisco con la mujer que lo descalificó y maltrató cuantas veces pudo, no merecía ser retribuida con esta maniobra infame. El Papa a la señora le puso la otra mejilla y la respuesta fue ésta. No sé qué dicen las Escrituras sobre lo que se debe hacer cuando las dos mejillas fueron golpeadas.
Desde el punto de vista político, habría que preguntarse si lo sucedido es un desliz, un error de apreciación publicitaria en una campaña electoral donde pareciera que todo vale a la hora de impresionar la sensibilidad o la ignorancia de los votantes, o si, por el contrario, es la consecuencia lógica, más o menos previsible de un comportamiento que responde a concepciones profundas sobre la realidad y sobre la política.
Tomando como ejemplo el afiche del Papa, queda claro que la decisión publicitaria no fue improvisada o el producto de la súbita inspiración de algún asesor de imagen. Cuando la señora decidió viajar a Brasil con Insaurralde, ya estaba tramando la maniobra posterior. Fue la única mandataria que llevó de la mano a un protegido, rompiendo con las estrictas reglas del protocolo diplomático y las más elementales normas de decencia privada.
Se ha dicho que el afiche salió a la calle porque se le ocurrió a un publicista. Por el contrario, hay muy buenos motivos para pensar que el publicista lo que hizo fue acatar la orden de quien le paga. ¿O alguien puede creer que ese cartel pudo salir sin la autorización expresa de Ella? Después de todo, el descaro, la desfachatez y la impudicia no consistió en haber sacado un afiche, sino en haber viajado a Brasil con su protegido debajo del brazo. Lo otro es una consecuencia lógica y previsible de la maniobra principal.
Daría lugar a un extenso debate dilucidar si la propaganda política es un mal necesario de las sociedades modernas, o una consecuencia deseable en un mundo consumista. Lo seguro en todos los casos es que la propaganda existe, y que no sólo ha venido para quedarse sino que siempre va por más. Un principio elemental del realismo enseña que hay que aceptar al mundo como es, y yo por lo pronto no estoy dispuesto a contradecir esta máxima de sentido común, por lo que no tengo nada contra la propaganda y la publicidad que da de vivir a tanta gente. En todo caso, advierto contra los abusos. Me preocupa el síntoma de una sociedad que se maneja con consignas y golpes de imagen, pero sobre todo me fastidia que la clase dirigente recurra a estos métodos para modelar las conciencias de la gente.
Dicho con otras palabras y de una manera más directa: manejar a las masas con consignas emocionales, apostar a la cultura del instinto y no a la de la reflexión, ha sido la fantasía de todos los regímenes totalitarios de la historia. ¡Que nadie se alarme! La Argentina no es totalitaria, pero en el siglo XXI los mecanismos de dominación y alineación colectiva no van a ser los del siglo XX. A las masas, está demostrado, no sólo se las puede dominar con el terror, también hay otros dispositivos de control, y uno de ellos es la propaganda manipulada desde el poder o la reducción de la política a consignas y relatos. Hitler y Mussolini sabían mucho de estas cuestiones. Perón también.
El gobierno de los Kirchner no inventó la manipulación política. Jugar con las emociones de la gente, alentar la cultura del instinto, estimular el sentimentalismo en sus variantes más cursis y húmedas, es un recurso tradicional del poder, al que los Kirchner recurren con entusiasmo. La fantasía de las grandes puestas en escena en donde la tragedia se combina con el melodrama, no es nueva. Lo que los Kirchner han hecho en todo caso es practicarla con absoluto descaro.
Los afiches del Papa en ese sentido no son diferentes, como maniobra, a las reiteradas declaraciones de Insaurralde acerca de su cáncer. Observación al pasar: ¡hay que tener un fondo moral viscoso, de canalla, para valerse de una enfermedad asociada con la muerte como es el cáncer para cosechar votos! ¡Sólo la ávida y turbia pasión por el poder puede justificar tanto cinismo!
La literatura peronista ha divulgado hasta el cansancio la consigna “Viva el cáncer”, supuestamente pintada por los “gorilas” mientras Evita agonizaba. Y digo “supuestamente”, porque hay buenos motivos para creer que la consigna no existió, sino que fue un invento de Alejandro Apold, el gran precursor de todas las maniobras que estamos comentando, el inventor, como dice su biógrafa, del peronismo. Pero así y todo, aceptando que el episodio fuera cierto, no deja de ser sugestivamente macabro esta vuelta de tuerca de la historia con un candidato que sesenta años después repite “Viva el cáncer”, su cáncer, para ganar votos.
Para no abusar con los adjetivos, diría que hay que ser muy especial para valerse de su propio dolor para despertar adhesiones políticas a través de la compasión. Como ya lo señalaran otros periodistas en la semana, Michetti no hace uso de su sillón de ruedas para inspirar lástima; tampoco lo hace Scioli con su brazo. Y no recuerdo que Ortiz se haya valido de su diabetes para zanjar diferencias políticas. Mucho menos Roosevelt, quien llegó a la presidencia de la Nación en un sillón de ruedas, pero jamás se propuso inspirar compasión, todo lo contrario.
Los Kirchner no piensan lo mismo, porque la obsesión por el becerro de oro del poder es absoluta. Y ni siquiera la muerte de uno de ellos puso límites a esta pulsión. Primero, presenciamos las escenas montadas para el velorio y luego el luto y el arrebato místico de Ella. Creo innecesario discurrir acerca de las diferencias entre el dolor genuino por la pérdida de un ser querido, incluso el dolor de las multitudes por la muerte de un líder que amaron, de la manipulación de ese dolor, de la maniobra orientada a transformar el dolor en un soporte decisivo de la popularidad. Estimo que tampoco es necesario diferenciar una emoción genuina del tráfico de emociones practicado desde el gobierno, una diferencia tan profunda como la que existe entre el amor y la prostitución.
No deja de ser sugestivo, al respecto, que durante las escenas del velorio de Kirchner, a los políticos opositores se les impidiera dar las condolencias a la presidenta como enseña el protocolo de cualquier democracia que merezca ese nombre, mientras que los rostros de Maradona y Tinelli ocupaban los primeros planos.
El melodrama para ser tal necesita ser popular y la clave de su éxito se mide por la cantidad de lágrimas que es capaz de despertar. Tita Merello lo sabía y la señora también lo sabe. Con una diferencia: Tita no lo hacía para ganar votos. Además, ella conocía como nadie los rigores de la pobreza, el sufrimiento y la humillación. Lo mismo no puede decirse de la mujer y el hombre a quienes la historia recordará por haber acumulado desde la presidencia la fortuna más grande de que se tenga memoria en la Argentina.
El Papa no se merecía esto. El hombre que hoy nos honra como argentinos en la máxima responsabilidad de la Iglesia Católica, el hombre amado por millones de personas en el mundo, no merecía ser usado de una manera tan grosera.