Mi papá era el nieto de Don Teófilo Ojeda, y eso a ustedes puede que no le sugiera nada, pero las dos historias entrelazadas que vengo a contarles lo tienen como protagonista. Dos historias olvidadas que bien merecen ser conocidas. Don Teófilo había nacido en un caserío perdido cerca de Cerrito, en Paraguay. Desde muy chiquito trabajó como embarcado, limpiando barcos, calafateando canoas y haciendo changas para los armadores, dueños de los astilleros que, por esos tiempos, se dedicaban al transporte fluvial.
Hablo de fines de siglo XIX, de barquitos a vapor que transportaban tabaco, yerba y frutas, por lo general, de contrabando, navegando desde Asunción a Santa Fe. A los 25 años, Teófilo recibió una gran noticia. Lo designaron capitán de una pequeña chalana a vapor de 12 metros de eslora y mástil con vela cangreja de uso alternativo. Sus viajes eran quincenales, y su destino el Puerto de Santa Fe.
El junio de 1885 zarpó desde Puerto Villeta en su tercer viaje al mando, cargando cinco toneladas de tabaco en bolsas de arpillera y acompañado por dos tripulantes principiantes. Los dueños le habían dado una orden estricta. Como la carga carecía de papeles de embarque, no podía descargar en el Puerto de Colastiné, debía navegar los 5 kilómetros del riacho Santa Fe de noche y, como eran tiempos de bajante, buscar sirgadores que ayuden en el tramo sin calado.
Así fue que, una noche de fines de junio, Teófilo ingresó al riacho previo contratar cinco gauchos del río para que remolquen a caballo su barquito hasta la salida al puerto de la ciudad. Pero mi bisabuelo era inexperto y afecto a la bebida; en el bar de los changarines del Puerto Colastiné habló de más. Y cuando ciertos malandrines se enteraron que la carga era tabaco, custodiado por tres jóvenes novatos, y que estaba floja de papeles, decidieron piratearla.
Al promediar el tramo playo del riacho, los sirgadores huyeron corridos a tiro de escopeta. Entonces los bandidos abordaron el barco y robaron la carga ante la desesperación del capitán Ojeda. Y no solo eso, por pura maldad incendiaron la embarcación, que se hundió en escora estribor a media legua de la ciudad de Santa Fe. Bandidos, tripulantes y gauchos huyeron del lugar, pero él, como buen capitán, se quedó a bordo custodiando los aparejos rescatados, sobre todo el motor a vapor que tenía un valor importante.
Parece ser que a nadie le importó. Los armadores paraguayos nunca aparecieron, las autoridades del puerto tampoco, y fue así que, al cabo de varios días de guardia, Don Teófilo Ojeda desembarcó y poco a poco se aquerenció con el lugar. Se casó con la criada del dueño del boliche, tuvo doce hijos, varios de ellos siguieron sirgando y ayudando al ingreso de los barcos hasta que se abrió el Canal de Acceso, allá por 1910.
El barco encallado fue deteriorándose, y sus partes fueron robadas hasta desaparecer de la superficie. En 1924, ya con sesenta y pico de años, mi bisabuelo paraguayo falleció dejando hijos, nietos y bisnietos que poblaron la zona. La misma zona donde sufrió aquel incidente que, definitivamente, cambio su vida
En honor a él, y a su aventura naval, mi familia comenzó a llamar el lugar "La Vuelta del Paraguayo"; según me contaron, porque Don Teófilo, cuando se enojaba o tomaba de más, amenazaba con volverse al Paraguay. Esta es la mitad de la historia. Ahora, si no los aburro, le cuento la otra parte.
René Pontoni, el gran goleador de la selección argentina, nació acá cerca, en el barrio Ciudadela, pero declaraba en cada reportaje que sus días más felices fueron en las islas cercanas a Santa Fe. En diciembre de 1947 integraba la selección Argentina, pronta a jugar la final de la Copa América en Guayaquil, y fue ahí que recibió un llamado de sus amigos de la infancia.
De la mano de René Pontoni, la selección Argentina campeona de América en 1947 estuvo en la Vuelta del Paraguayo.
- Huevito… ¿podrás traer a los muchachos de la selección para jugar un partido con Unión, a beneficio del comedor de la Escuela de la Vuelta?
- Si salimos campeones esta noche, dalo por seguro.
Y el seleccionado argentino salió campeón. Aquella noche ganó 3 a 1 contra Uruguay. En el vestuario, entre festejos, René le hizo prometer a sus compañeros de selección que irían en enero a Santa Fe para jugar en la isla un partido a beneficio. Y cumplió. Desobedeciendo a sus clubes, y a la AFA, vinieron el 3 de enero de 1948 y jugaron contra Unión en el 15 de Abril, porque la canchita de la isla estaba en muy mal estado.
Al día siguiente fueron a La Vuelta de Paraguayo para entregar lo colectado, y se quedaron a comer en el club con los vecinos del lugar. Alguien del plantel, posiblemente la nueva estrella del equipo, un tal Alfredo Di Stéfano, que era el más curioso, preguntó el porqué del nombre del lugar, "Vuelta del Paraguayo". En respuesta, la directora hizo venir al portero que había hecho las veces de cocinero.
- Él es Ceferino Ojeda, nieto del paraguayo. Seguramente se animará a contarle la fantástica historia de su abuelo Teófilo.
Y fue así que mi papá, gran cocinero y mejor contador de cuentos, logró, no solo que el plantel quede encantado con la historia sino que, además, los periodistas presentes publiquen la historia de la Vuelta del Paraguayo, haciendo que los parientes paraguayos del capitán Ojeda se llegaran hasta el lugar para conocer más detalles.
Pero eso, eso es otra historia…
(*) Relatos literarios basados en hechos reales.
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