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I. El conferencista
Le dan pie, después de la presentación acostumbrada. Habla. Dice más o menos “buenas tardes ¿cómo están?”, dice más o menos “gracias por la invitación”, dice una humorada leve. Dice que “...las autoridades”, y que “...la humedad del día” y que “....la derrota de la selección”. Algunas palabras consiguen esforzadamente, apenas dichas, saltar el foso entre él, el presentado, y ellos, los anónimos del otro lado. Otras caen en medio, estériles en vuelo interrumpido, sin llegar a cumplir su destino de acariciar los cómodos oídos apoltronados por introducciones institucionales y exhortaciones de brindis de aniversarios. Todo está en perfecto orden.
Habla. Con envidiable seguridad habla, con una entonación similar a la de una publicidad -grave, diáfana, perfecta-, igual a cientos de miles, como un modo de expresarse serializado y algo homogéneo. Nunca un adjetivo a destiempo. Nunca una “erre” arrastrada ni un “digamos” repetido como muletilla. Jamás un balbuceo ni una mirada al vacío. Inimaginable un vaso tirado por un gesto brusco ni el saco con alguna mancha. Habla y lo acompaña el gesto un poco lejano del que vende algo ajeno, del que dice algo ajeno y distante, algo que no está en él, algo que está en un contrato al que alguna vez le puso su trazo y que, como si fuera una fórmula, repite con idéntica y desesperante similitud. Pragmatismo puro: nunca anteponer su cuerpo aseado y su palabra perfumada, nunca darle carnadura o ronquera a la palabra, imposible en él ceder a la intervención alguna de originalidad o sentimentalismo.
Habla, pero. Sabe que detrás de su apariencia de suficiencia, que debajo de sus pergaminos, que aplastado por todo un curriculum vitae como para adornar una habitación mediana, está, no el miedo, no es eso, no el terror -el terror de esa situación en la que se encuentra ahora mismo- sino, cómo decirlo, la vacuidad de todo, la insoportable levedad de la situación a la que se enfrenta casi a diario, lo otro (sea lo que fuere ello, si es que existe) que no está en esta convención, en estos gestos, en estos aplausos famélicos, en estas palabras que proferirá como quien da sus datos en un trámite bancario.
Lo presentaron elogiosamente; él hablará fluidamente. Traerá algunas etimologías, citará a cuatro o cinco nombres ilustres, intercalará la pesadez natural de un discurso oral con digresiones y algunas humoradas. Todo insertado como con variables matemáticas, todo tan calculado, tan lejos de lo aleatorio y lo accidental, tan cronometrado y ensayado, todo tan dispuesto que se podría ver el futuro antes de cada presentación.
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