El paso fugaz del campeón del mundo por el aeropuerto de Sauce Viejo dejó una sensación amarga. Niños y niñas que esperaban un gesto, una sonrisa o un saludo se encontraron con un silencio que pesó más que cualquier palabra.


El paso fugaz del campeón del mundo por el aeropuerto de Sauce Viejo dejó una sensación amarga. Niños y niñas que esperaban un gesto, una sonrisa o un saludo se encontraron con un silencio que pesó más que cualquier palabra.
Por cuestiones de fuerza mayor, el aeropuerto de Rosario no estuvo operativo. Y entonces Santa Fe, la provincia invencible, la tierra de los campeones del mundo —la de Pumpido, Luque, Pasculli y tantos otros— abrió generosamente las puertas de su pista en Sauce Viejo. Allí, en ese rincón que también respira fútbol y orgullo nacional, aterrizó Lionel Messi, el número 10, el capitán eterno, el campeón del mundo.
La noticia corrió rápido. Familias enteras se acercaron con la ilusión intacta. Niños y niñas con camisetas celestes y blancas, algunos con la 10 en la espalda, otros con carteles hechos a mano, aguardaron durante horas con una sola expectativa: ver de cerca a su ídolo, recibir un saludo, una mirada, un gesto mínimo que quedara grabado para siempre en la memoria.
Pero no ocurrió.
Messi descendió de su avión privado y, sin detenerse, se subió al vehículo que lo esperaba pegado a la nave. En cuestión de segundos inició el viaje rumbo a Rosario, para alojarse en su casa cercana a la ciudad de la bandera y comenzar sus merecidas vacaciones. No hubo saludo, no hubo contacto, no hubo siquiera un reconocimiento a quienes estaban allí solo para decirle gracias.
La decepción fue inmediata y profunda. La ilusión se derrumbó en silencio, con miradas tristes y preguntas difíciles de responder. ¿Costaba tanto un saludo? ¿Un gesto hacia los más chicos, esos que hoy lo tienen como espejo y mañana sostendrán la pasión por este deporte?
El mejor futbolista de la última década mostró, esta vez, su costado más frío. Tal vez haya tenido sus motivos, su cansancio, su necesidad de resguardo. Pero como padre, como santafesino por adopción circunstancial y como referente indiscutido de millones de niños, la sensación fue inevitable: Messi le dio la espalda a los pibes de Santa Fe y de toda la región.
Lejos quedó, por un instante, la imagen del héroe cercano, del campeón sensible. Porque el fútbol no vive solo de goles y títulos, también se construye con gestos. Y en la mañana de este miércoles, ese gesto no llegó.
Que no parezca poco.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.